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Publicado: 20 abril, 2024 en Sin categoría

ÅTA – ¡Silencio!

            Los alumnos de primer curso se habían distendido más de lo acostumbrado, pero sus cuchicheos cesaron al instante tras escuchar el grito de la profesora de naturología. Måe, que había estado callada hasta entonces, lo que hizo fue abrir su libreta y echar mano de la pluma para comenzar a tomar apuntes. La preparación de aquella clase práctica había sido especialmente laboriosa, lenta, y en cierto modo atípica.

Se encontraban en uno de aquellos enormes y largos invernaderos, hechos a la escala de los HaGrúes. Era la primera vez que lo visitaban. Ahí dentro la temperatura era realmente agradable, en claro contraste con el frío que reinaba en el exterior esa jornada, pese a que el cielo estuviese verde sin mácula. No había un solo nimbo errante a la vista. Habían trasladado docenas de macetas con pequeños árboles, disponiéndolas en largos tableros apoyados en caballetes que harían las veces de sus mesas de trabajo. Frente a Åta había otros dos árboles, algo más grandes pese a ser todavía jóvenes, preñados de capullos de sus futuras flores, pero igualmente plantados en sendas macetas de cerámica.

ÅTA – El prodigio que vamos a realizar hoy es especialmente peligroso, así que más vale que prestéis mucha atención a lo que os voy a explicar, si no queréis haceros daño.

            Pese a que no hacía mucho tiempo que la conocían; a duras penas habrían compartido una docena de clases con ella a esas alturas, todos sabían muy bien que la profesora no bromeaba. Era una HaFuna muy rígida y estricta, y tenía una personalidad muy marcada. Resultaba excesivamente intensa para el gusto de Måe.

ÅTA – Trata de la vida. Del paso del tiempo. Del envejecimiento. Todos vosotros nacisteis de las astas de vuestra madre raíz. Empezasteis siendo poco más grandes que el pulgar de vuestras manos. Con el paso de los ciclos crecisteis, madurasteis, os hicisteis mucho más grandes, y… poco a poco estáis envejeciendo, jornada tras jornada. Vuestras astas brotaron, crecieron y se poblaron, pero llegará la jornada que se marchiten y dejen de tener follaje, al igual que lo harán vuestros cuerpos, e inevitablemente acabaréis muriendo.

            El silencio era sepulcral a esas alturas. Si algo se le podía reconocer a Åta, era que sabía reclamar y conservar muy bien la atención de su público.

ÅTA – ¿Qué os parecería si os dijera que hay una manera de evitar que eso ocurra? Una manera de… engañar al tiempo. No hay ningún prodigio que os vaya a permitir ser inmortales, como los HaGrúes. Eso os lo puedo asegurar. No hay época de la Historia en la que no se haya intentado burlar a la muerte mediante el uso de la taumaturgia. Y todo esfuerzo ha sido en vano. Siempre. No se puede evitar… pero se puede retrasar, en cierto modo. La clase de hoy trata de un prodigio que está terminantemente prohibido. De un prodigio que os voy a enseñar precisamente para que nunca lo utilicéis con ese fin.

            Algún murmullo asilado retumbó en las paredes acristaladas del invernadero, pero enseguida se hizo de nuevo el silencio.

ÅTA – Existe un modo de… ¿cómo lo diría? Intercambiar juventud por senectud. Hacer un trueque. Un anciano podría reclamar a un HaFuno joven parte de su lozanía, y con eso… ganar algo de tiempo. Existe un prodigio que trata precisamente de eso. Antaño…. Os hablo… de hace muchos, muchos, muchos ciclos. Mucho antes de la Gran Escisión. De una época en la que convivíamos en paz con HaGrúes y HaGapimús por igual aquí en Ictaria, cuando ésta aún formaba parte de Ictæria y no existía el anillo celeste. ¡Imaginaos si hace tiempo! En esa época, al igual que hoy… existían HaFunos ricos y HaFunos pobres. Y había HaFunos ricos que además también eran viejos, con muchos achaques y muy pocas ganas de reunirse con Ymodaba. No sé si me explico. Pues… en esa época, los HaFunos más ricos contrataban a taumaturgos para que transfirieran su vejez a otros HaFunos más pobres. Éstos aceptaban a cambio de limosnas, trabajo o… sencillamente algo que llevarse a la boca. Eran… eran otros tiempos. Esa práctica se erradicó al poco, cuando a aquellos vejestorios les acabó perdiendo la codicia, y se les fue en entero de las manos. Se encontraron verdaderas redes clandestinas de esclavos a los que robaban su juventud con tal de engañar unos pocos ciclos más a la muerte, en un ejercicio totalmente deleznable e inmoral. Un disparate, un verdadero despropósito. Hoy, esa práctica es considerada un delito muy grave, y su uso está penado con la pena capital. En el fondo… tiene sentido. Sin astas, ningún HaFuno podría jamás llevar a cabo ese prodigio. ¡Ni ningún otro!

            Åta soltó una carcajada, que cayó como una jarra de agua fría sobre sus alumnos. La mitad de los HaFunos tenía a esas alturas el hocico entreabierto. Algunos de ellos habían oído hablar de aquella práctica de la antigüedad, pero para la mayoría de ellos era la primera vez que la oían siquiera mentar. Måe se encontraba entre ellos; las posibilidades que ofrecía aquél noble y vetusto arte no paraban de sorprenderla. Cada nueva jornada le estaba más agradecida al Gobernador Lid por haberle brindado la oportunidad de estudiar entre esas paredes.

ÅTA – Pero no va a ser eso lo que hagamos hoy. Ni por asomo. Practicaremos ese prodigio, sí, porque tiene otras muchas aplicaciones prácticas que necesitaréis saber para ser buenos taumaturgos, pero… no será entre vosotros.

            La excéntrica profesora dio un paso al frente y tomó con delicadeza el azulado tronco de uno de los árboles con una mano. Hizo idéntico gesto con el que tenía al otro lado, quedando ambas extremidades extendidas a lado y lado de su cuerpo, con las mangas mangas azules colgando por debajo. Todos la observaban casi sin parpadear, henchidos de curiosidad.

ÅTA – Fijaos muy bien en lo que voy a hacer, porque así entenderéis realmente cómo funciona lo que os estoy explicando.

Se hizo de nuevo el silencio. La joven HaFuna se fijó en cómo uno de los árboles fue perdiendo poco a poco sus hojas. Pero no porque cayeran, sino porque menguaban, hasta literalmente desaparecer, muy sutilmente pero a ojos vista, del mismo modo que lo hacía el tamaño de sus ramas. Era como verlo crecer a toda prisa, pero del revés. El árbol estaba menguando, rejuveneciendo. Måe centró su atención en el otro árbol, convencida de lo que le iba a ocurrir a continuación. Sin embargo, el otro árbol no acusó grandes cambios ni en sus ramas ni en sus hojas, como ella había esperado.

Måe contempló, de igual modo que el resto de sus compañeros, con meridiana claridad, cómo una de aquellas florecillas crecía y crecía, hasta alcanzar todo su esplendor. Fue un espectáculo increíblemente bello, tanto por el gran tamaño y el bonito color plateado de la flor, como por la oportunidad de poderla ver crecer de ese modo tan privilegiado como antinatural. Acto seguido empezó a marchitarse, igual de rápido. Sus pétalos cayeron al suelo uno a uno, donde se secaron hasta prácticamente desaparecer. De la base de la ya extinta flor empezó a brotar un fruto azulado que fue hinchándose como un globo hasta acabar adquiriendo el tamaño de un puño HaFuno, y un color rojizo muy intenso y saludable. Los alumnos estallaron en aplausos, maravillados por aquél hermoso espectáculo.

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