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Publicado: 12 octubre, 2021 en Sin categoría

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MÅE – Pues ya me perdonarás, pero no lo entiendo.

ECO – Nos están ofreciendo un servicio, Måe. Es tan sencillo como eso. Esa HaFuna bien tendrá que comer, ¿no crees?

MÅE – Pero… a ver, ¿quién ha construido esto?

            Eco se quedó pensativo unos segundos. El traqueteo hipnótico y constante de los engranajes se apoderó de la pequeña cabina del ascensor, mientras seguía bajando y bajando por aquél oscuro agujero en la tierra.

ECO – Supongo que… los de arriba.

MÅE – ¿Y voy a tener que pagar cada vez que quiera ir a clase?

ECO – Es una cuenta de las rojas. Esto prácticamente no es dinero, Måe.

MÅE – Una cuenta cada uno, Eco.

ECO – Sí. Dos cuentas rojas. Como si quieren ser quince. Es para el mantenimiento, el servicio… la limpieza, y…

            Eco suspiró. Aquella suma de dinero, que resultaba prácticamente anecdótica para ellos, garantizaba que la gran mayoría de los habitantes de la parte inferior del continente no pudiesen permitirse un viaje.

ECO – Además, las voy a pagar yo, ¿no? ¿Qué más te da?

            Måe seguía con el ceño fruncido. Ambos se mantuvieron en silencio un rato más. Pronto comenzaron a notar la bajada en la temperatura.

MÅE – Tampoco estábamos tan lejos.

Eco esbozó una sonrisa. No esperaba de ella especial entusiasmo con esa etapa del viaje, pero le sorprendía lo enfurruñada que demostraba estar. No le dio la menor importancia, pues estaba convencido que su estado de ánimo daría un vuelco de ciento ochenta grados tan pronto llegasen al otro lado de aquél largo túnel subterráneo que cruzaba el continente de un extremo al otro.

ECO – Te puedo asegurar que sí. Al igual desde el molino te ha parecido una cosa pero… rodear Ictaria no es papo de endrita. Además, la Universidad de taumaturgia está en el mero centro. Para llegar tendrías que rodear el continente entero. Créeme, por aquí es mucho más corto.

Måe arrugó de nuevo el hocico. Sus dientes estaban comenzando a claquetear debido al frío que se había apoderado de la estancia. Gastarse una cuenta para que la llevaran a un lugar al que podía llegar perfectamente volando le parecía un disparate, un verdadero dispendio. El disgusto le duró bien poco, hasta que la cabina del ascensor comenzó a frenar dando tirones intermitentes, emitiendo un sonido metálico bastante estridente.

MÅE – ¿Pero qué… qué… qué…? ¿¡Qué pasa!?

ECO – Estamos llegando al centro de Ictaria. Esto es normal. No hay de qué preocuparse.

            La cabina acabó parándose del todo. Las palabras de Eco no sirvieron en absoluto para tranquilizar a la joven HaFuna.

ECO – Aquí la gravedad se vuelve un poco loca, para eso tenemos los cinturones.

Måe observó con atención la llama del quinqué. Tan pronto se encontraba en posición vertical, como se aplanaba o comenzaba a girar sobre su eje, perdiendo el norte. La visión era francamente sugestiva. De pronto se escuchó un nuevo sonido de engranajes rodando, y la cabina entera comenzó a girar sobre sí misma. Måe lo observaba todo con atención desmedida, a medio camino entre la desconfianza y el miedo.

Pese a que la cabina comenzó a voltearse, la joven HaFuna no tuvo en ningún momento la sensación de estar poniéndose boca abajo. Sintió ganas de lanzar una de las cuentas de Eco para ver cómo reaccionaba; en esos momentos su desorientación era tal que le hubiera sorprendido lo mismo que cayera a plomo al suelo como que flotase hasta quedar apoyada en el techo que había sobre sus incipientes astas.

Tras un lapso de tiempo que a Måe le pareció una eternidad, la cabina volvió a quedar inmóvil. Finalmente los engranajes dejaron de chirriar. Pero fue por poco tiempo, pues otros diferentes comenzaron a emitir su particular balada triste. El ascensor, que hasta el momento había estado bajando por aquél oscuro túnel, comenzó a subir.

Realmente, lo único que había cambiado era la orientación de la cabina, pero Måe no pudo quitarse de encima la sensación de que estaban volviendo por donde habían venido hasta que comenzó a ver luz al final de aquél largo túnel. Mucha luz. Para entonces ya no hacía tanto frío. No volvieron a mediar palabra hasta que el ascensor llegó finalmente a su destino. A esas alturas, Måe estaba más expectante que defensiva.

La joven HaFuna se sorprendió al comprobar que la estancia a la que habían llegado era virtualmente idéntica a la edificación a la que habían accedido para llegar hasta ahí, al otro lado de aquél largo túnel. Tanto la planta, como los materiales e incluso aquellos intrincados candelabros que pendían del techo parecían haber sido hechos con el mismo molde. Ahí les esperaba otro ascensorista. Incluso el uniforme y aquél curioso gorro eran iguales que los de su compañera.

La principal diferencia radicaba en la luminosidad. Pese a compartir idénticos ventanales con su edificación homónima, ahí la luz del sol azul los cruzaba sin contemplaciones, dotando a la estancia de un aspecto mucho más vivo y sugerente.

El ascensorista abrió la portezuela metálica de la cabina mientras Eco se quitaba los tres cinturones. Måe le imitó, sintiéndose aliviada de poder abandonar aquella angosta y claustrofóbica estancia. Ambos salieron de la cabina y fueron recibidos con un asentimiento de astas del trabajador, al que respondieron con idéntico gesto de cortesía.

A la joven HaFuna le sorprendió notar que estaba perfumado. En Hedonia era algo muy poco habitual. También se sorprendió al comprobar que, al igual que había ocurrido cuando accedieron al edificio en la superficie inferior del continente, ahí tampoco había más usuarios. En esos momentos, en todo el edificio tan solo había tres HaFunos. Måe se preguntó si ello sería debido a la hora de la jornada, o si sencillamente era un servicio con poca demanda.

            Se despidieron cortésmente del ascensorista, y continuaron con su particular peregrinaje. Tan pronto salieron al exterior, Eco concentró toda su atención en la expresión facial de Måe. Se sorprendió gratamente al comprobar que ya no quedaba rastro alguno de aquél ceño fruncido que le había acompañado desde que abandonaran la isla del molino. Era exactamente la que él había previsto, y por ello se sintió genuinamente satisfecho.

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