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Publicado: 6 agosto, 2022 en Sin categoría

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VUK – ¿En serio le ha hecho venir hasta aquí por esto?

            Eco alzó los hombros, sin saber muy bien qué contestar. Temía que todo hubiera sido otra jugarreta de Gör, que seguía dispuesto a ponerle a prueba, por lo que prefirió no hacer comentario alguno al respecto. La sonrisa aún perduraba en la cara arrugada del viejo maestro Vuk cuando releyó la escueta carta por tercera vez. No daba crédito.

ECO – No sé… No sé lo que dice la carta.

VUK – Bueno, pues… acompáñeme. Ya que ha venido hasta aquí, ¿no se irá a ir con las manos vacías, verdad?

El viejo HaFuno cogió el bastón que tenía apoyado contra la mesa y se ayudó de él para tenerse en patas. Tan pequeño y encorvado, Eco sintió que era aún más anciano de lo que le había parecido en un principio. Caminaba arrastrando las patas, y tardó lo que a Eco le pareció una eternidad en llegar hasta la puerta de su desordenado despacho. Le hizo un gesto para que le acompañase. Eco asintió y se colocó a su lado. Se le veía tan ajado y frágil que se mantuvo bien cerca, para poder sujetarle si perdía el equilibrio, lo cual por fortuna no ocurrió.

VUK – Görmuk. Así se llamaba cuando le conocí. Me llegaba a la altura de la cintura, ¿sabe usted?

            Eco asintió. Iba a una distancia prudencial de él, caminando por aquél angosto pasillo en penumbra. El anciano tenía muy claro hacia dónde se dirigía, pero parecía tener muy poca prisa por llegar hasta ahí. Eco estaba poniendo todo de su parte para mantener a raya su impaciencia. No le estaba resultando tarea fácil.

VUK – Un niño muy inquieto y despierto. ¡Siempre volando de un lado para otro! Creo que aprendió a volar antes que a andar, fíjese lo que le digo. Muy aplicado, eso sí. Nunca le faltaba entre manos un libro, y… no paraba de hacer preguntas. Siempre fue un chiquillo muy curioso, Gör. Sabía muy bien en qué gremio quería ingresar desde que era bien joven, y el consejo de pensadores sólo hizo que darle la razón. Eso no es algo que ocurra con mucha frecuencia ¿sabe usted? Yo quería ser soplador de vidrio cuando era un cachorro. ¡Imagínese! Y fíjese usted donde he acabado, sepultado por papeles, hecho un carcamal. Uno nunca sabe lo que Ymodaba tiene planeado para él.

            Habían llegado al pie de unas viejas escaleras que subían al ático. El maestro Vuk respiró hondo, y subió el primer peldaño. La madera crujió lastimosamente a su paso. Eco se puso a su vera y le ofreció su mano para que se asiera. El anciano lo agradeció, y ambos subieron las escaleras hombro contra hombro. El piso superior lucía igual de caótico que su despacho. Eco no le dio importancia, pero cualquier otro HaFuno se habría puesto de los nervios de encontrarse en un lugar donde reinase semejante caos.

            El maestro Vuk caminó hacia una vieja cómoda y abrió con cierta dificultad uno de los cajones. De su interior sacó una cajita de madera de sájaco, y la colocó sobre el único trozo libre de mesa que quedaba a su alcance. Abrió aquél minúsculo cofre. En su interior Eco vio un delicado paño de níveo jaraí que envolvía algo no muy grande. Vuk apartó con delicadeza las cuatro esquinas del paño y mostró a Eco lo que éstas ocultaban. Se trataba de unas piezas de color verde intenso con una forma muy característica, como de una esfera que hubiera sido apretada por arriba y por abajo, y hubiese adoptado la forma de una moneda rechoncha.

ECO – ¿Qué es eso, maestro?

VUK – Esto es lo que ha venido usted a buscar, joven. Los llamamos golines. Son unos caramelos blandos típicos de aquí, de Ändor. ¡No se fabrican en ningún otro lugar! Ese tunante haría lo que fuera por uno de ellos, y creo que le ha tomado el furo para que le consiguiera unos cuantos. Le encantaban estas golosinas cuando era un cachorro, ¡vaya si le gustaban!

            Eco asintió. No acababa de entender muy bien lo que estaba ocurriendo, pero si lo que debía hacer para ganarse la confianza de Gör era llevarle esos dulces, no tenía nada que objetar. El viejo Vuk sacó un golín del paño y se lo ofreció a Eco. Éste titubeó, pero acabó agarrándolo.

VUK – Pruébelo. ¡Están muy ricos!

            Eco se lo metió en la boca y enseguida notó un estallido de sabor. Era demasiado dulce para su gusto, pero debía reconocer que tenía un sabor afrutado exquisito. La textura era muy curiosa, porque aunque gomosa y jugosa, era lo suficientemente consistente para conservarlo en la boca un buen rato antes de tragarlo. No había probado nunca nada igual.

VUK – ¿Qué le parece?

ECO – Muy rico. ¿Esto… esto es todo lo que decía la carta?

            Vuk asintió, risueño.

VUK – En la carta tan solo aprovechaba para darme un cordial saludo, y hacía una breve mención a lo mucho que echa de menos allá en la capital los dulces que le regalaba cuando era un chiquillo. Eso es todo. Pero… un HaFuno anciano como yo sabe leer entre líneas.

ECO – ¿Le debo algo, maestro?

            Vuk rumió durante un instante.

VUK – ¿Qué me va a deber, joven? Sabiendo que son para Gör, se los daré encantado.

            El maestro le entregó el paño a Eco, no sin antes coger un par de golines.

VUK – Éstos se los daré a la niña. Es huérfana, ¿sabe usted? Le estoy enseñando el negocio, porque… yo ya estoy muy viejo, y alguien tiene que quedarse con él cuando yo falte. Es muy buena chica. Me recuerda a Görmuk en cierto modo…

ECO – Disculpe, ¿sería tan amable de cerrar la ventana?

VUK – ¿Qué ventana? ¿Cómo dice?

            Eco guardó a buen recaudo el paño con los golines en el bolso de su cinto, y se dirigió hacia la ventana que había en el otro extremo de la habitación. La abrió con cuidado, le ofreció al viejo Vuk un cortés asentimiento, y se tiró por ella. La isla era lo suficientemente pequeña como para que esa altura le permitiese alzar el vuelo sin peligro de hacerse daño, pese a la escasa altura a la que se encontraban del suelo. Eso fue lo que hizo.

            El maestro Vuk se acercó a la ventana y vio desaparecer a Eco en la lontananza del horizonte aguamarina, volando de vuelta a Ictaria.

VUK – Estos jóvenes… Siempre parece que lleguen tarde a todos sitios.

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