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Publicado: 4 enero, 2022 en Sin categoría

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Eco se despidió cortésmente de la ascensorista y abandonó aquél pintoresco edificio. Al salir, se sorprendió por cuán oscuro estaba todo ya. Pese a que la parte inferior de Ictaria estaba en perpetua sombra, y que toda la luz que recibía era únicamente la reflejada por Ictæria, concluyó que en esos momentos el sol azul debía estar ya muy próximo a la línea del horizonte. Al menos, si uno alzaba la vista, ésta ahora no ofrecía la aterradora imagen de la torre ambarina que Eco tanto detestaba.

            Se había entretenido en la biblioteca mucho más de lo previsto: siempre le ocurría lo mismo cuando se enfrascaba en sus estudios. De todos modos, se sentía enormemente satisfecho, porque había avanzado bastante. Encontró información útil en la mayoría de los libros a los que había echado mano, pero en especial en aquél tan antiguo, escrito por un HaGapimú, que había mandado copiar. Se sentía de bastante buen humor, y estaba francamente ilusionado por su nueva etapa laboral en la capital, que comenzaría la jornada siguiente.

            Caminó cabizbajo y concienzudo por las oscuras y sucias calles, tratando de no llamar la atención, hasta que dio con una de las redes de aterrizaje, desde la que emprendió el vuelo. En la parte inferior de Ictaria había mucha necesidad, y pasear por ellas cuando el sol ya se había puesto, en ocasiones podía ser incluso peligroso. Eco sabía muy bien hacia dónde se dirigía. Tardó bastante más de lo que le hubiera gustado, pero finalmente vislumbró en la lontananza aquél vetusto barrio.

            Ahí las edificaciones eran más bajas, la arquitectura mucho más firme y noble, y las calles estaban sustancialmente más limpias. Se trataba del barrio más antiguo de la cara inferior de Ictaria, al que incluso los residentes, a fuerza de tedio por oírselo decir despectivamente a los habitantes de la cara superior, o tal vez por pura ironía, llamaban Icteria.

Ese había sido el primer lugar de la cara inferior del continente donde los HaFunos supervivientes de la Gran Escisión se habían asentado, cuando concluyeron que en la parte superior ya no podía edificarse nada más sin poner en peligro los cultivos, mucho antes que se diesen cuenta que podían volar y perfeccionasen la técnica lo suficiente para hacerlo con seguridad. Por su suave y generosa orografía y su proximidad a lo que podría entenderse como el ecuador del continente, había sido el lugar perfecto para comenzar a colonizar la cara inferior del mismo. Durante un breve lapso de tiempo todos los veranos, obtenía un par de llamadas de luz natural por jornada. Las festividades que se llevaban a cabo esas jornadas eran conocidas en todo el anillo.

            Eco tomó tierra haciendo uso de una red de aterrizaje sustancialmente más segura y grande que la que había utilizado para emprender el vuelo. Caminó zigzagueando varias calles, que conocía muy bien, hasta que finalmente llegó a su destino. Aquél era un edificio viejo, pero bastante más limpio y cuidado que la media de la cara inferior de Ictaria. A diferencia de la mayoría de edificios ahí abajo, había sido construido por miembros del gremio de constructores. Se trataba de una taberna que estaba a los pies de una posada con habitaciones para más de una veintena de huéspedes, donde él había pernoctado en más de una ocasión en sus frecuentes visitas a la capital para entregar mensajes. En el cartel de madera que sobresalía de la fachada, en perpendicular a ésta, se podía leer lo siguiente: El abrazo de Tås.

            El HaFuno empujó la puerta, y la bofetada de calor y alboroto que recibió le hizo esbozar una sonrisa. El exquisito olor del guiso que se servía esa noche le hizo comenzar a salivar. La taberna estaba prácticamente llena hasta la bandera. A duras penas había un par de mesas libres junto a las ventanas de la pared que daba a la calle. Los parroquianos hablaban a voces entre sí, y ello, sumado al sonido del choque entre las cucharas y los platos, hacía que les resultase harto complicado mantener una conversación. El calorcillo de la chimenea resultaba tan reconfortante que Eco se vio en la obligación de quitarse el sayo y colocárselo en el antebrazo.

Aún se encontraba aclimatándose junto a la puerta de entrada, cuando una HaFuna se le echó encima y le dio un fuerte abrazo. Él no dudó un instante en correspondérselo. El abrazo se prolongó mucho más tiempo del necesario, pero ambos lo agradecieron encarecidamente, estrujándose con fuerza el uno contra el otro. Finalmente la HaFuna se separó de Eco y le sujetó con firmeza por ambos hombros, mirándole fijamente a los ojos. Una sonrisa radiante le cruzaba la cara de un extremo al otro.

Aru llevaba puesto un vestido acabado en una falda protegida por un delantal. Su largo furo piloso de color parduzco estaba recogido por una tiara de cuero con una piedra semipreciosa de forma romboidal en el mero centro de la frente. Era una HaFuna recia, alta y corpulenta, y se la veía especialmente saludable. Tenía una cicatriz que le cruzaba la cara en vertical, y lamentablemente carecía de uno de sus ojos, que estaba permanentemente cerrado.

ARU – ¿Por qué has tardado tanto en volver, rufián?

ECO – Ya sabes que soy un HaFuno muy ocupado, Aru.

            Aru le dio un golpe en el hombro. Eco fingió que no le molestaba el latido de dolor que le precedió.

ARU – ¿Estás de paso? ¿O es que quieres…?

ECO – No, no. No vengo a por eso hoy.

            Aru asintió seriamente. Eco fingió normalidad, aunque estaba algo tenso.

ARU – ¿A qué se debe tu visita, pues?

ECO – Han pasado muchas cosas últimamente, Aru.

ARU – ¡Entonces me tienes que poner al día! ¿Has cenado?

ECO – No…

ARU – Pues hala, siéntate y ponte cómodo, que te voy a traer un buen plato de loiliteko.

ECO – Es que… tengo un poco de prisa.

ARU – Me da igual. Haz el favor de sentarte ahora mismo. ¿No querrás que me enfade, verdad?

            Eco trató de mostrar un semblante serio, pero fue incapaz. Su sonrisa fue suficiente repuesta para Aru. El HaFuno tomó asiento en la única mesa libre que quedaba en la taberna, y Aru se dirigió a paso firme hacia la cocina.

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