108

Publicado: 11 octubre, 2022 en Sin categoría

108

Eco tomó otro sorbo de zamosa. Sïl había encendido el hogar en su ausencia. Éste aportaba a su vez algo de calor y de luz, ambos más que necesarios dada la inminencia de la noche en aquella pequeña isla. El ambiente en la apartada cabaña era francamente agradable. La butaca en la que Eco descansaba era increíblemente cómoda; de no ser por la amena conversación, estaba convencido que ya haría largo rato que se habría quedado dormido.

SÏL – ¿Le puedo hacer una pregunta, señor Eco?

ECO – Sí. Pero quiero que me ofrezcas algo a cambio.

SÏL – Lo que usted mande.

ECO – ¡Que no me llames señor Eco! Por el amor de Ymodaba, llámame Eco, a secas. ¡No soy tan viejo!

            El HaFuno cuernilampiño rió. Sïl, aunque visiblemente intimidado, le imitó, por pura cortesía. Aquél joven idolatraba a Eco más que a cualquier otro HaFuno en toda Ictæria. Verle tan nervioso resultaba incluso cómico, dado lo robusto y alto que era, y aún más con la cimitarra que llevaba a buen recaudo en su cinto. Cualquier otro HaFuno hubiera sentido incluso pavor en su presencia. Al fin y al cabo, era de lo que se trataba: nadie debía entrar a esa cabaña sin autorización previa.

Eco sentía ternura y mucho orgullo por el HaFuno. Él era uno de los pocos que Aru había conseguido sacar de las calles, dándole un trabajo y un propósito en la vida, amén de un sueldo con el que poder brindarle un porvenir a su familia y sacarla de las minas de Ötia, donde el joven lamentablemente había perdido a sus dos madres.

SÏL – De acuerdo, Eco.

            Sïl respiró hondo, y agachó la mirada antes de abrir de nuevo el hocico.

SÏL – ¿Cómo pudo…? ¿Cómo pudiste recrear el prodigio, si… si se quemaron todos los libros?

ECO – Eso es algo de lo que tenemos prohibido hablar. ¿Lo sabes, verdad?

SÏL – ¡Sí! Sí. Lo sé. Discúlpeme, pero… ¡No paro de darle vueltas! Paso muchas llamadas frente al portal y… no paro de mirarlo. Es… No paro de maravillarme de lo que puede hacer, y de imaginarme cómo… Olvídelo. Le pido disculpas. No le he dicho nada.

            Eco dejó pasar un silencio incómodo, en el que aprovechó para coger otro taquito de queso de crotolamo. Estaba a todas luces demasiado salado, pero al mismo tiempo, e incluso quizá por eso mismo, lo encontraba especialmente rico. En consecuencia, se vio en la obligación de echar otro trago a su zamosa, que a esas alturas ya se había quedado tibia. Que estuviera ya algo ebrio quizá ayudó a que se le soltase un poco la lengua.

ECO – No se quemaron todos, Sïl.

            El guardián del portal asintió, muy concentrado, con las manos apoyadas una sobre la otra en su regazo.

ECO – ¿Cómo conseguí replicar el prodigio? Estudiando mucho. Leyendo mucho. Aplicándome y sacando conclusiones. No fue fácil. Se quemaron todos los libros que trataban ese prodigio. Esa parte es cierta. Te lo puedo asegurar, porque me pasé mucho tiempo recorriendo bibliotecas, en vano. Pero… no se le pueden poner puertas al campo. La información estaba ahí, tan solo había que… prestar atención a los detalles. Yo… no inventé nada. Todo lo que hice… la información está en los libros, no te confundas. Pero… no en un mismo libro. Eso está claro.

SÏL – Pero…

ECO – ¿Pero qué?

            La mirada de Sïl se dirigió durante un instante a la parte superior de la cabeza de Eco, de donde en condiciones normales hubieran emergido sus brunas astas. Volvió enseguida a sus ojos, pero el mal ya estaba hecho. Eco se sintió algo herido, pero no se lo tuvo en cuenta. Aquél chaval no albergaba maldad alguna, tan solo curiosidad.

ECO – Yo antes de ser mensajero era taumaturgo. Eso lo sabías, ¿no?

            Sïl asintió.

ECO – Era muy buen taumaturgo, y… me rodeé de un muy buen equipo, para hacerlo. Eso es todo.

SÏL – Comprendo…

            Eco, consciente que ya había hablado más de la cuenta, se levantó. Sintió un breve mareo al ponerse en pie. Aquella zamosa artesana estaba muy cargada.

ECO – Con tu permiso… creo que me voy a ir retirando. ¡Estoy agotado!

SÏL – ¿Quiere echarse? Tengo… Tengo una habitación preparada, si prefiere dormir un poco antes de marcharse.

ECO – No será necesario. Pasaré la noche en El abrazo.

SÏL – Ah. De acuerdo. Como usted… Como… Como tú prefieras.

ECO – Has sido muy hospitalario. Gracias, Sïl.

            El HaFuno esbozó una sonrisa nerviosa, e hizo un ademán con la mano, restándole importancia.

SÏL – ¿Quieres llevarte un poco de queso? Mis hermanas no paran de traerme, y… apenas me da tiempo a comérmelo todo.

ECO – Pues no te voy a decir que no.

            Con un hatillo repleto de queso en una mano y un candil encendido en la otra, Eco se despidió de su anfitrión. Cruzó el umbral del portal que le llevaría de vuelta a Ictaria dando un firme paso al frente. Sïl cerró a su paso, dándole tres vueltas a aquella enorme llave, mientras Eco aún se convalecía del desagradable cosquilleo que se le había quedado en el cuerpo. Pese a que llevaba puesto su sayo de vuelo, se le erizó el furo de los brazos al encontrarse de nuevo en aquella sala tan fría.

            Antes de subir las escaleras tomó el candil que aquél gníbiro había tirado y se lo llevó también consigo escaleras arriba. Maldiciendo por lo bajo la necesidad de aceitar el candado, finalmente consiguió llegar al cuartucho de las escobas. Lo abandonó no sin antes dejarlo todo como estaba, con el acceso al sótano oculto por aquella raída moqueta.

Esforzándose al máximo por mantenerse despierto, pues llevaba ya más de una jornada y media sin pegar ojo, se dirigió hacia el mostrador de la posada. En esos momentos no había nadie atendiendo, de modo que golpeó un par de veces con la mano aquél antiquísimo timbre. Para su sorpresa, más que grata, fue Aru la que apareció tras aquella puerta que conectaba con las dependencias de la posada. Le dio la bienvenida con un fuerte abrazo, que éste correspondió con idéntico entusiasmo.

Deja un comentario