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Publicado: 28 junio, 2021 en Sin categoría

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La atracción que ofrecían las islas flotantes era tan débil, que uno podía echarse a volar tan solo corriendo y dando un salto en el momento preciso. Al menos en las más pequeñas. Volar era algo a un tiempo maravilloso y extremadamente peligroso, que jamás debía tomarse como un juego. Si uno se despistaba y se dejaba caer demasiado, el abrazo gravitacional de Ictæria podía volverse tan fuerte que no hubiera manera de volver a subir, lo cual garantizaría una muerte rápida aunque angustiosamente anticipada.

Lo sensato era mantenerse siempre al nivel del anillo de islas flotantes que rodeaba el planeta como un aro. Si Ictæria no era capaz de reclamar aquellos enormes pedazos de sí misma, con total seguridad un pequeño HaFuno no tendría problema alguno en ir de un lado a otro sin atraer su atención.

            Eco venía de fuera de los límites colonizados del anillo celeste, de una zona salvaje, y por ende prohibida, dado el peligro que entrañaba. Poco le preocupaba eso, pues nadie en su sano juicio se aventuraría tan lejos, y quienes lo hicieran, tendrían el mismo interés en pasar desapercibidos que él. El anillo era demasiado extenso, y no había suficientes HaFunos para habitarlo en su totalidad, de modo que la mayoría vivía, crecía y moría sin visitar más que una docena de islas.

            La imagen desde esa posición privilegiada surcando el cielo jamás dejaría de maravillar a Eco. Ictæria se mostraba esplendorosa, tan cercana y a la vez tan lejana que a duras penas se distinguía la curvatura de su superficie en el lejano horizonte. Desde ahí podía ver con claridad el anillo azul, la única zona que en apariencia podía albergar vida en la superficie del planeta. Se trataba de una especie de cinturón vegetal, un paralelo cero que dividía el planeta en dos mitades que no podían ser más dispares la una de la otra.

            A uno de los lados del anillo se encontraba el hemisferio de la luz. Medio planeta permanentemente iluminado, en el que reinaban desiertos tan extensos como alcanzaba la vista, carente por completo de agua y con una temperatura tan alta que hacía prácticamente imposible cualquier tipo de vida. En el extremo opuesto, al otro lado del anillo azul, se encontraba la cara oculta de Ictæria. Se trataba de una zona en sombra permanente, donde siempre era de noche, y donde sí había agua, pero estaba toda helada, al igual que el resto de su gélida superficie. Ahí tampoco había lugar para la vida, lo que parecía indicar que toda debía concentrarse en la estrecha intersección en perpetuo crepúsculo entre esos dos mundos antagónicos.

            Eco llevaba al menos un par de jornadas de retraso en su particular misión de mensajero, pero estaba tranquilo, porque sabía que no llegaría tarde. En su camino de vuelta al que fuera su hogar en Hedonia, encontró un nimbo aislado. Estaba bien cargado, pero aún en estado de reposo, por lo que no suponía ningún peligro. La hueva del dígramo que se había comido le había despertado una sed atroz, y su cantimplora estaba vacía, de modo que decidió acercarse a echar un trago.

En un ágil movimiento que había repetido hasta la saciedad, dio un quiebro, extendiendo sus cuatro extremidades y sujetando las solapas de su sayo, frenando así su avance. Consiguió quedar perpendicular al nimbo, sobre el que comenzó a correr, esforzándose por perder velocidad a cada zancada. Hacerlo sobre aquella superficie esponjosa y resbaladiza resultaba mucho más complicado que hacerlo en tierra firme, pero él era un experto volador.

Finalmente consiguió detenerse. Enseguida las pezuñas comenzaron a hundírsele lentamente en la mullida superficie del nimbo. Si no se movía, acabaría atravesándolo de un extremo al otro, y caería por su parte inferior. Un rápido eclipse provocado por una pequeña isla errante le hizo levantar la vista. Notando cómo el furo de sus patas empezaba a empaparse, arrancó un trozo de nimbo y lo estrujó entre sus manos, por encima de su cabeza, haciendo caer el agua en su boca abierta, saciando así su sed.

Repitió la operación un par de veces más, mientras no paraba de deambular de un lado a otro del irregular nimbo para evitar hundirse. Acto seguido aprovechó para llenar su cantimplora, pues aún tardaría bastante en llegar a su destino. Empapado y ahíto, corrió de nuevo hacia el borde del nimbo y se dejó caer al vacío. Adoptó la forma de una flecha, extendiendo frente a sí y juntando sus brazos y uniendo sus manos, tal como lo haría si pretendiese zambullirse en el agua. Tan pronto comenzó a ganar velocidad, tomó posesión del rumbo de su vuelo y siguió adelante.

            Al menos media jornada más tarde llegó a un archipiélago de islas interconectadas entre sí por cadenas vegetales y caídas de agua. Para un volador inexperto resultaría muy sencillo despistarse, resultar atraído por una de las islas más grandes y acabar dándose un buen golpe. Por fortuna, Eco no era un volador inexperto. Donde otro hubiera visto un peligro al que evitar, él vio una oportunidad.

Comenzó a acercarse a una de las islas vírgenes más grandes del archipiélago, haciendo aumentar más y más su otrora ya vertiginosa velocidad. Esperó y esperó, notando cómo la isla le reclamaba cada vez con más fuerza, y cuando la caída parecía inminente, viró el rumbo y se dirigió a otra de las islas, emitiendo un grito de júbilo. Un pequeño rebaño de cromatíes salvajes se le quedó mirando, pero pronto perdió el interés y siguió adelante. Eco repitió la operación varias veces, ganando más velocidad a cada nuevo envite.

            Conocía muy bien ese archipiélago, de exuberantes árboles de intenso follaje carmesí y extensos prados verdeazulados, poblados por un sinfín de criaturas que vivían en un equilibrio perfecto dentro de sus particulares ecosistemas. Pero ahora lo que quería era dejarlos atrás cuanto antes.

Tras superar el archipiélago, pudo distinguir a lo lejos otra pequeña aglomeración de islas, cuya disposición le resultó gratamente familiar. No pudo evitar sonreír. Por fin había llegado a Hedonia. Agradeció haberlo hecho de una pieza, pese a la naturaleza de su viaje.

comentarios
  1. Angela dice:

    Estoy que no puedo de la intriga, cuanto preámbulo falta para saber la trama, el mundo en que vive Eco me esta gustando mucho.
    Gracias David.

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    • Sigo con mi premisa de la introducción lenta pero activa, un nudo con infinitas ramificaciones y un desenlace premeditado, sorpresivo y satisfactorio. Estas primeras páginas son muy tranquilas, pero explican tanto del mundo fantástico que tengo en mi cabeza, que confío hagan vuestras delicias. Hay una trama muy enrevesada y reflexionada detrás, pero todo se irá desgranando a su debido tiempo, con cabeza y cariño. Mil gracias por sumarte a esta aventura. 😀

      David.

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  2. Angela dice:

    Me encanta!

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