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Publicado: 30 septiembre, 2023 en Sin categoría

Aquél aterrizaje había sido un franco desastre. Eco acarició su dolorido trasero mientras se recomponía del golpe. Se estrujó la cola desde la base hasta la punta y un chorrito de agua cayó al húmedo y resbaladizo suelo. Al menos, éste no estaba sucio, y nadie le había visto. Maldijo en voz baja, porque tenía hasta el sayo mojado. En momentos como ese se lamentaba de no poder ejercer la taumaturgia. Su problema tenía una solución tan rematadamente sencilla que resultaba incluso doloroso no poder darle enmienda.

Aquella apartada calle de Haföss estaba cubierta por un manto de nieve a medio derretir. El sol azul estaba ya muy cerca de la línea del horizonte de Ictæria, y él no estaba dispuesto a dejar pasar más tiempo, porque ello se traduciría en demorar una jornada más el reencuentro con Måe. Estaba claro que las prisas no siempre eran las mejores consejeras. No obstante, ahí estaba él, y había llegado justo a tiempo. Ese era su estilo, no podía ser de otro modo.

            Volvió a estudiar la carta con detenimiento. El hecho que tan solo incluyese una dirección y no un destinatario le resultaba particularmente molesto. Pese a que debido a su delicada naturaleza en cierto modo tenía sentido, eso solía complicar las cosas. Había estudiado el mapa de la isla, que no era tampoco excesivamente grande, en una de las paradas que hizo en un islote desierto que encontró de camino, en el que aprovechó para asearse en un pequeño lago de cristalina agua. Echó un último vistazo al cartel que pendía de la esquina de aquél cruce de caminos y se convenció que había tomado la dirección adecuada.

            Haföss fue en tiempos una de las principales ciudades satélite de Ictaria, en la época anterior a la Gran Escisión. Pese a que la enorme mayoría se habían destruido durante el magno cataclismo, ésta había aguantado en particular buena forma. Y en la orientación correcta, lo cual era tanto o más importante. La mayoría de las pocas ciudades que habían sobrevivido habían acabado volteadas, y pese a que algunas incluso seguían en pie, dependiendo de su método de construcción, lo hacían del revés: con el techo mirando a Ictæria y el suelo por sombrero, lo cual las volvía a todas luces inservibles en islas sin tanta gravedad como la capital.

            Al HaFuno cuernilampiño le llamó la atención lo tranquilas que estaban las calles. Daba la impresión que ahí no viviese nadie. A duras penas se había cruzado con un par de HaFunos en su concienzudo deambular por las mismas. Éstos habían pasado de largo sin prestarle demasiada atención, lo cual, dadas las circunstancias, se podía considerar todo un logro. Finalmente llegó a su destino, media llamada más tarde. No había sido tarea fácil dar con él, pero ahí se encontraba aquél prístino edificio. Era relativamente pequeño, de una sola planta. Bastante similar al resto de edificios que se había cruzado para llegar hasta ahí.

El aspecto de su arquitectura sugería que se trataba de un edificio institucional; una especie de embajada de la casa del Gobernador en el otro extremo del anillo, a juzgar por el sello que lucía sobre los portones de entrada. Según sus cálculos, en esos momentos se encontraba prácticamente en el extremo del anillo más alejado de la capital. El maestro Gör no podía haberle enviado más lejos a no ser que le hubiera mandado a la mismísima Ictæria. El HaFuno cuernilampiño se aproximó a la entrada, que estaba custodiada por un miembro de la Guardia Ictaria que parecía hecho de cera. No movió un músculo cuando Eco se plantó frente a él.

ECO – Traigo una carta para… Bueno, no dice para quién, pero ésta es la dirección. Mira.

            El guardia giró lentamente el cuello y le miró de arriba abajo. No le juzgó por carecer de astas. Tampoco mostró molestia alguna por la interrupción de su guardia. En ocasiones, Eco agradecía cuando se limitaban a coger la carta y mandarle a paseo. Así resultaba más sencillo. Este no fue el caso. El guardia tomó la carta con delicadeza, la volteó, analizó el lacre con detenimiento y se la devolvió. Acto seguido, sencillamente se hizo a un lado, sin siquiera mediar palabra, y volvió a concentrarse en aquél punto en la lontananza. Eco agradeció el gesto y se acercó a las imponentes puertas. Respiró hondo y las empujó. No cedieron. Sí lo hicieron, no obstante, cuando tiró de ellas. Eco echó un último vistazo al guardia, que de no haber tenido los ojos abiertos, hubiera podido jurar que estaba dormido, y accedió al edificio.

            El HaFuno cuernilampiño se encontró a solas en un pequeño vestíbulo; una especie de sala de espera desde la que se podía acceder a otras tres puertas. Una de ellas era la de las letrinas, a juzgar por el icono que mostraba en lo alto. Sobre la otra había una señal que rezaba “prohibido el paso”, de modo que se decantó por la central. Estaba entreabierta, y por la rendija que dejaba emergía un hilo de luz. Pendió su sayo del colgador que había a su lado, se acercó a la puerta y la golpeó con los nudillos, algo sobrecogido. Una voz sonó al otro lado, dándole vía libre para entrar.

            Accedió al despacho, que era bastante más grande lo que esperaba. Un hogar en la pared trasera confería a la estancia una calidez muy agradable. Estaba todo increíblemente limpio y cuidado. Un HaFuno anciano, encorvado, sujeto a un bastón, le daba el lomo, mientras paseaba la punta de uno de sus arrugados dedos por los lomos de los libros de la hermosa biblioteca que cubría una de las paredes, en apariencia buscando uno en concreto, pero sin éxito.

ECO – Disculpe las molestias. Traigo una carta urgente de Ictaria.

            El anciano se dio la vuelta ayudándose de su bastón de cuerno y a Eco le dio un vuelco el corazón. El HaFuno cuernilampiño se esforzó tanto como pudo por ocultar su sorpresa al descubrir que aquél anciano no era otro que Fin, el vejestorio que les había atendido a Aru y a él a la vera de aquellas misteriosas excavaciones en una isla abandonada y recóndita no hacía mucho. Se preguntó qué haría ese HaFuno ahí. Es más, se preguntó qué hacía él ahí.

FIN – Lo sé, le estaba esperando.

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