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Publicado: 10 octubre, 2023 en Sin categoría

Måe estornudó de nuevo. Lia la miró con una media sonrisa preñada de preocupación.

LIA – ¿Seguro que estás bien?

MÅE – Sí, sí. Si… no es nada. He cogido un poco de frío hoy, en clase, pero… esto se me pasa enseguida. Encenderé la chimenea esta noche, y mañana… como nueva. ¡Palabra!

            Esa jornada Måe había recibido una nueva clase de naturología en la Universidad de taumaturgia. Pese a tener que lidiar con el peculiar método docente de Åta no era algo que le resultase especialmente edificante, la joven HaFuna debía reconocer que había disfrutado como una cachorra. Al igual que en la anterior ocasión, esa clase no estaba agendada originalmente. Visto lo visto, era algo habitual con las clases de naturología, habida cuenta que muchas de éstas estaban íntimamente ligadas a eventos climáticos imprevisibles. Esa era ya la segunda vez que por  ese motivo aplazaban la primera clase de artes bélicas.

Esa mañana la parte superior de Ictaria había recibido la visita de un buen puñado de nimbos errantes que volaban muy bajo; algunos incluso a ras de suelo. La práctica había consistido en precipitarlos en unos grandes barreños que la profesora les facilitó. Acabar empapado era condición indispensable para poder llevar a buen puerto aquella divertida prueba, y ella lo había dado todo por ser la mejor. Tanto, que había conseguido una nueva insignia que ahora lucía en su recientemente estrenada túnica. Pronto cerraría su primer hexágono.

Hasta el momento, Uli era el único que ostentaba una insignia azul entre los alumnos de primer curso. Al ver que había sido precisamente ella quien había seguido su mismo camino, le brindó una de sus habituales miradas de odio y suficiencia. Ahora ya ni siquiera sentía ira por él, sino lástima. Måe, no obstante, debía reconocer que él también era un buen taumaturgo, y que últimamente se estaba esforzando mucho por mejorar. Buena cuenta de ello la daban las tres insignias que ya lucía en su negra túnica. De no haber practicado con anterioridad aquél prodigio en el molino, no hacía tanto, estaba convencida que hubiera sido él quien habría obtenido al victoria.

            Pese a que se había secado a conciencia haciendo igualmente uso de la taumaturgia, el invierno estaba ya a las puertas, y la humedad que se había acumulado mientras practicaba el prodigio en la túnica y en su furo, sobre todo el piloso, había obrado en su contra.

TYN – Te voy a preparar un té calentito.

MÅE – No, si… no hace falta, de verdad…

TYN – No te estaba preguntando.

            La joven HaFuna mostró una bonita sonrisa, al tiempo que el abuelo de Lia abandonaba el despacho en el que se encontraban los tres. Conocía tan bien la Factoría que paseaba por ella igual que lo haría un HaFuno dotado del sentido de la vista. Tan pronto los pasos de Tyn se perdieron entre las voces apagadas del resto de trabajadores de la Factoría, Lia se puso en pata e invitó a Måe a imitarla, sin mediar palabra. La joven HaFuna colocó con delicadeza la bufanda en la que llevaba media tarde trabajando sobre el tablero que hacía de mesa sobre dos caballetes en mitad del despacho, y siguió a su amiga hasta el fondo mismo de la Factoría.

            De camino se cruzaron con un grupo de HaFunos que estaban trabajando alrededor de un bidón lleno de agujeros del que emergía una larga lengua de fuego por encima. Todos estaban sentados en el suelo, trabajando en una enorme alfombra, a una distancia prudencial. La joven HaFuna no pudo evitar fijarse que Mio se encontraba entre ellos. Él no la vio, de tan concentrado que estaba en su tarea. Sonrió satisfecha al comprobar que vestía ropa mucho más digna que la que llevaba cuando vivía en la calle y que había ganado algo de peso; sus rasgos faciales, otrora macilentos, se veían algo más saludables. Lia le llamó la atención, y la joven HaFuna asintió y se puso de nuevo en marcha, siguiéndola a corta distancia.

            Måe nunca había visitado aquella zona de la Factoría. Pararon frente a una ventana interior protegida por gruesos barrotes metálicos. Tras ella había un HaFuno muy, muy gordo, que hablaba para sí entre cuchicheos, mientras agitaba la cabeza, dándose a sí mismo la razón, al parecer. La hilandera le llamó la atención, se incorporó para hablar con él y le dijo algo que la joven HaFuna no alcanzó a escuchar. El orondo HaFuno asintió, se levantó quejumbroso de la silla de aspecto débil sobre la que había aposentado su trasero, y se dirigió al fondo de la sala, cuya puerta de entrada Måe no fue capaz de ver.

            Lia se llevó una mano al bolsillo frontal de su delantal de trabajo y extrajo de él una preciosa bolsa de cuentas hecha a mano por sí misma. La entregó a Måe, que la observó maravillada. Adoraba la buena mano que tenía aquella HaFuna para tejer las más delicadas obras de artesanía.

MÅE – ¿Y esto?

LIA – Es un regalo. Por todo lo que me ayudaste ayer.

MÅE – ¡Muchas gracias! Luego, si quieres, practicamos un poco más.

            Lia asintió con una sonrisa en el hocico y un brillo especial en los ojos.

LIA – Sí, por favor. Me encantaría.

El HaFuno emitió un gruñido grave, llamándoles la atención sin molestarse siquiera en articular palabra. Lia tomó el saquito de las manos de Måe y se lo entregó al orondo HaFuno. Éste vertió el contenido de un pequeño cuenco en el interior de la bolsa, haciendo uso de una pala de madera azulada, y se lo devolvió a la hilandera. Ésta se la entregó de vuelta a Måe.

LIA – ¡Tu primera paga!

MÅE – ¿En serio?

                Måe miró al tesorero y éste puso los ojos en blanco, antes de proseguir con su particular perorata.

MÅE – Pero… ¿no es demasiado pronto?

LIA – ¿Tú sabes cuánto tiempo llevas aquí trabajando?

            La joven HaFuna reflexionó al respecto y concluyó que mucho. Tanto como tiempo hacía que no veía a Eco. Vertió el contenido de la bolsa en la palma de su mano. Las esferas de colores se acumularon formando una pequeña montañita. No era una gran suma, pero sería más que suficiente para alimentar la chimenea, su panza y darse algún que otro capricho. Måe se sintió increíblemente satisfecha de sí misma, al sentir crecer su independencia.

MÅE – ¿Seguro que está bien, no es mucho?

LIA – Qué va. Al contrario. Sólo con un par de piezas tuyas que hemos vendido hoy hemos sacado diez veces más que eso. Están los ictarios encantados contigo.

MÅE – Caray. ¡Qué bien!

LIA – Volvamos, que mi abuelo debe estar esperándonos, y como se enfríe tu té, se va a enfadar.

            La joven HaFuna asintió y ambas reanudaron el camino de vuelta al despacho.

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