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Publicado: 24 junio, 2023 en Sin categoría

TYN – De verdad que no hacía falta.

            Måe sonrió al ver la expresión risueña en la cara de Tyn, mientras un poco de crema de aquella pasta salada le chorreaba por la comisura del hocico. El HaFuno la recogió con la lengua y dio otro generoso mordisco con los ojos cerrados, disfrutando como un cachorro.

LIA – Están muy buenos.

            La joven HaFuna asintió, satisfecha, y le dio el último mordisco al suyo. Lia estaba en lo cierto. Måe había escogido aquellos manjares en un puesto del mercado guiada más por su olfato que por su aspecto, que dejaba bastante que desear. Por fortuna había dado en el clavo. Eran artesanales, y resultaba evidente que habían sido amasados a mano, habida cuenta que cada cual era distinto en forma y tamaño al anterior. No obstante, su sabor era espectacular. Ictaria jamás dejaba de sorprenderla a ese respecto. La joven HaFuna no quería ni imaginar qué hermosas experiencias podría vivir alguien con suficientes cuentas para permitirse todos los lujos que la capital del anillo brindaba a quienes podían pagarlos.

            Estaban recogiendo el puesto mucho más pronto de lo habitual. Måe les ayudaba. Oficialmente, ya trabajaba para ellos. O más bien con ellos, como ambos preferían señalar. Una vez lo tuvieron todo cargado, se echaron la biga al hombro y dirigieron la carreta hacia las murallas de la ciudadela. A esas alturas de la jornada, no había tanto tráfico como cuando solían marcharse, por lo cual pudieron avanzar a mejor ritmo.

MÅE – ¿Tan mal está la cosa?

LIA – La verdad es que sí… Trabajamos todos juntos. No hay jefes ni subordinados. Unos saben más, porque son más veteranos, y… se encargan de enseñar al resto. Pero… todos somos iguales. ¡Y se están marchando tanto los unos como los otros!

MÅE – Pero no lo entiendo. A mi Eco me contó que en las minas esas pagan muy poco, y que… el trabajo es muy duro. Y muy peligroso. Que nadie en su sano juicio iría ahí a trabajar.

TYN – Peligroso es. De cada dos jóvenes que entran a las minas, tan solo uno consigue llegar a viejo. Y muchas veces no lo hace de una pieza.

            Lia agachó la mirada.

MÅE – ¿Y por qué de repente les apetece a todos marcharse ahí?

LIA – Llevaban un montón de ciclos rebañando el poco esmirtol que quedaba, y de repente han encontrado otro filón. Uno mucho más grande, según dicen. Y claro… ahora les hacen falta manos a espuertas.

MÅE – Pero… ¿ese mineral no es tóxico? Quiero decir… repele la taumaturgia. Eso lo sabe todo el mundo. Yo… he escuchado que si te expones mucho a él, te puedes llegar a quedar atáurmico.

LIA – Probablemente sea así.

MÅE – ¿Entonces? ¿Cómo es posible que…?

LIA – Ya te lo dije, Måe. Abajo, a los HaFunos no nos preocupa. Abajo… nadie hace uso de… de eso.

MÅE – ¿Pero por qué?

            Por más veces que Lia se lo contase, Måe era incapaz de dar crédito a que los habitantes de la cara inferior de Ictaria no hicieran apenas uso de la taumaturgia. La mera idea le resultaba absurda.

LIA – Ignorancia, miedo… Complejo. No lo sé, bonita, pero… te garantizo que esa es la última de las preocupaciones que tienen los que se van a trabajar ahí.

MÅE – Pues vaya faena.

LIA – ¡Ya te digo! Prácticamente todo lo que ganamos con tu tocado, lo invertimos en maquinaria o… en género. En su momento nos vino de lujo, pero ahora… hasta me arrepiento.

MÅE – Pero… si es tan peligroso y pagan tan mal… ¿por qué se van?

LIA – Pagan mal, eso es cierto, pero en la Factoría ganarían todavía menos. Además, ahora pagan algo más, porque necesitan más HaFunos. HaFunos que no se quejen, HaFunos que trabajen dos turnos seguidos, con tal de sacar más mineral de ese maldito agujero… Piensa que pagan los de arriba, que eso… hace mucho. Trabajar abajo con un sueldo que viene de arriba… Ya nos gustaría, pero… nosotros no podemos competir con eso. Y somos conscientes que para ellos, eso es calderilla. Pero cuando el hambre apremia… La mayoría de los HaFunos que se han marchado, son el único sustento de sus familias. Ya sea porque tienen cachorros a su cargo o mayores que ya no se pueden valer por sí mismos. Hacen lo que creen mejor para los suyos… y quizá hasta estén en lo cierto. ¿Quién sabe? Lo único que sé es que lo vamos a pasar mal en la Factoría, si siguen marchándose a ese ritmo.

            Charlando, habían acabado llegando al Hoyo. Accedieron a la plataforma. Habida cuenta que estaban exentos de pagar el peaje al ser comerciantes, los tres se dirigieron a la plataforma, que estaba prácticamente vacía. Incluso la rampa estaba despejada a esas alturas de la jornada, lo cual no era habitual.

LIA – Tal y como están las cosas… cualquier ayuda es más que bienvenida. Por eso nos viene tan bien que puedas incorporarte precisamente ahora.

MÅE – ¿Hay algún trabajo que sea… sencillo? Que… que no requiera mucho esfuerzo físico.

LIA – Claro… Desde hilanderos hasta patronistas, comerciantes, transportistas, costureros o curtidores. Ahí hacemos de todo, y cualquiera con ganas de aprender es bienvenido. Hay muchos HaFunos ancianos trabajando.

            Se produjo un silencio, y Tyn aprovechó la oportunidad para hablar.

TYN – ¿Me estáis mirando las dos, verdad?

            Nieta y abuelo se rieron. Måe no pudo evitar imitarles. Adoraba a aquél HaFuno discreto y educado, y se alegraba mucho por que Lia pudiera tenerle a su lado, habida cuenta que había perdido a sus madres cuando era pequeña. La joven HaFuna se quedó dándole vueltas a la cabeza a lo que acababa de decir Lia. Salió de su ensimismamiento cuando la plataforma del Hoyo dio el habitual traqueteo que delataba que se había puesto en marcha. Al mismo tiempo que Tyn aprovechaba para encender su inseparable pipa de té, la joven HaFuna, aún algo inquieta por el recuerdo de la última vez que había viajado con aquél curioso método de transporte, echó un vistazo hacia arriba, hacia el agujero de luz que parecía ir menguando por momentos. Reconoció la silueta de Tahora, que se encontraba asomada mirando hacia abajo al inicio de la rampa. Se vio tentada a saludarla, consciente que ella les había visto, pero no se molestó en hacerlo. Sabía de buena tinta que todo esfuerzo caería en saco roto.

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