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Publicado: 1 noviembre, 2022 en Sin categoría

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Las lanzas que esgrimían aquellos dos miembros de la Guardia Ictaria se cruzaron entre sí, formando una gran equis que tenía como único objetivo impedirle el paso. Eco, no obstante, caminó con paso ligero y decidido hacia la entrada del gremio de justicia. Ambos le miraron con cara de pocos amigos, visiblemente disgustados por su presencia y hastiados por tener que darle explicaciones para que se marchase de un lugar donde a su juicio no pertenecía.

GUARDIA – Haga el favor de marcharse. No se le ha perdido nada aquí.

            Eco respiró hondo y se esforzó al máximo por no transmitir con comunicación no verbal lo que opinaba de aquél par de matones llenos de prejuicios. Sacó aquella carpeta de cuero de su macuto y comenzó a hurgar en ella, mientras los dos miembros de la Guardia le observaban de reojo, curiosos pero molestos. Finalmente encontró la carta que le había entregado el maestro del gremio de justicia de Tárgal, con aquél lacre tan elegante y distintivo. La presentó frente a sí y la mostró a sus hostiles interlocutores.

ECO – Soy miembro del gremio de mensajeros, y traigo una información urgente para vuestra maestra de gremio. Ruego me permitáis hacer mi trabajo.

            Uno de ellos avanzó su mano para coger el sobre, pero Eco lo apartó ágilmente, con lo que se granjeó una mirada de desprecio aún mayor de ambos.

ECO – Se trata de un mensaje muy importante y muy urgente. Debo entregarlo personalmente. Por el bien de todos, os agradecería que no me entretuvierais.

            Ambos miembros de la Guardia Ictaria se acercaron entre sí y comenzaron a cuchichear, sin que Eco fuera capaz de discernir qué se decían. Ambos observaron su uniforme de arriba abajo, con prepotencia y algo de rabia, y siguieron charlando entre sí, mucho más tiempo del que las circunstancias parecían requerir. La conclusión, afortunadamente, fue que volvieron a colocar ambas lanzas en posición vertical, permitiéndole el paso.

GUARDIA – Puedes pasar.

ECO – Muchas gracias.

            El HaFuno cuernilampiño, con el mentón en alto, cubrió el breve tramo que le separaba del umbral de aquellas imponentes puertas. Agradeció alejarse de aquellos enormes pebeteros ardientes, pues aunque esa era una jornada fría, junto a ellos el calor era de tal magnitud que resultaba incluso desagradable. Era la primera vez que Eco visitaba el gremio de justicia de Ictaria. Tan solo entrar se quedó ampliamente fascinado por lo que vio.

El vestíbulo era muy grande, y su techo mucho más alto de lo que aparentaba desde fuera. La apariencia del interior parecía contradecir que se tratase del mismo edificio que había visto desde fuera, cuya fachada era espeluznante. El interior mostraba una amalgama de colores que hacían de su contemplación una verdadera fiesta para los sentidos. El suelo, las paredes e incluso las columnas que sujetaban el techo estaban forrados de un mineral muy raro, imposible de encontrar desde la Gran Escisión, iridiscente. Tan solo moviéndose de un lugar a otro, cambiando el modo cómo le incidía la luz, daba la impresión que su superficie fuese mutando de color, como lo haría un cromatí asustado. Todo estaba perfectamente pulido y encerado, y pese a que había pocas entradas de luz, la gran estancia estaba perfectamente iluminada.

            Había un montón de HaFunos yendo y viniendo, la mayoría de ellos escrupulosamente ataviados con sus ropajes de aquél color borgoña tan característico del gremio de justicia. Enseguida se le acercó otro miembro de la Guardia Ictaria, en este caso una HaFuna de idéntica estatura a la suya y unas astas muy exuberantes y pobladas. Eco le explicó cuál era su propósito, y ella, sin siquiera dirigirle la palabra, le invitó a acompañarla.

A medida que avanzaban por los pasillos, Eco tuvo ocasión de vislumbrar uno de los tribunales. La sala estaba llena hasta la bandera, y resultaba evidente que se estaba llevando a término un juicio. No obstante, el silencio que reinaba en los pasillos parecía indicar todo lo contrario. Ese era un lugar especialmente tranquilo y silencioso, en el que, pese a estar tan transitado, abundaba el respeto por tan noble y vetusta institución.

            Finalmente llegaron, tras subir un buen puñado de escaleras, hasta el despacho de la maestra del gremio. La miembro de la Guardia Ictaria que le había escoltado hasta ahí golpeó con sus nudillos la puerta, y esperó a que le dieran paso antes de acceder. Eco se quedó esperando fuera, observando con curiosidad las molduras del techo que dibujaban un intrincado friso vegetal que parecía sostener el techo al tiempo que grandes frutos colgaban combando sus ramas. El nivel de detalle y sobre todo la riqueza cromática del conjunto hacían de su contemplación una verdadera gozada. Finalmente le dieron paso, y el HaFuno accedió al despacho.

            La maestra del gremio se encontraba al otro lado de la puerta, y le dio la bienvenida con un cortés asentimiento de astas, lo cual sorprendió a Eco. Le invitó amablemente a entrar y acto seguido ella misma cerró la puerta.

EÏR – Llevábamos mucho tiempo esperándole. Pero no se quede ahí. Pase, pase. Tome asiento.

            La maestra Eïr acompañó a Eco hasta una de aquellas lujosas sillas acolchadas de forro borgoña. Ella tomó asiento en la suya propia, al otro lado del escritorio cuya superficie era de idéntico material al de las paredes del vestíbulo del gremio. Eco le explicó brevemente el motivo de su solicitud de audiencia, y acto seguido le entregó el mensaje que él había recibido del maestro del gremio en Tárgal, cuyo contenido ignoraba. La maestra Eïr utilizó un afilado abrecartas para descubrir el documento que albergaba en su interior, dejando intacto el lacre. Acto seguido leyó el contenido de la carta con suma atención. La leyó de arriba abajo en otra ocasión antes de dejarla sobre la mesa y dirigirse de nuevo a Eco.

EÏR – No es muy ortodoxo lo que voy a hacer ahora, pero… quiero que sepa que acaba de salvar la vida de un inocente.

Eco frunció ligeramente el entrecejo.

EÏR – Llevábamos largas jornadas esperando esta respuesta, y la recopilación de información se ha extendido demasiado en el tiempo. En ocasiones pasan estas cosas… Que sea todo tan lento tiene sus desventajas. Me imagino que antes de la Gran Guerra todo sería muy distinto…

Eco trató de no mostrar emoción alguna al escuchar de boca de la maestra del gremio de justicia de la capital del anillo un elogio a los mismos portales que estaban estrictamente prohibidos, y por los que él acabaría sin duda entre rejas si jamás se descubría su red clandestina. Que por hacer uso de ellos aquél HaFuno anómimo hubiese salvado la vida le resultó cuando menos irónico.

EÏR – Si hubiera tardado un par de jornadas más, la sentencia se habría hecho firme, y tendríamos que haberla ejecutado. Hoy se puede ir a dormir con la conciencia bien tranquila.

            Eco entregó el albarán a la maestra, y ésta lo selló sin demora. Acto seguido le brindó una amable sonrisa.

EÏR – Se puede retirar. Gracias de nuevo por sus servicios.

            El HaFuno cuernilampiño le ofreció un breve asentimiento de sus ausentes astas antes de marcharse de vuelta a El abrazo de Tås.

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