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Publicado: 11 septiembre, 2021 en Sin categoría

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Eco llegó incluso a ruborizarse al ver a todos sus compañeros, que formaban medio arco de circunferencia cuyo centro era él mismo, aplaudiéndole. Estaba convencido que no merecía una despedida tan calurosa como la que estaba recibiendo, pero hubiera mentido de haber dicho que no le estaba sentado bien. Había compartido mucho con ese dispar grupo de HaFunos, y sabía a ciencia cierta que les echaría tanto de menos como ellos a él.

            Había acudido al edificio del gremio de mensajeros esa tarde tras recibir la orden de su jefe. Pese a que había acumulado ya muchos mensajes y algún que otro paquete pequeño en el molino, con el fin de llevarlos consigo a Ictaria, creía que le citaba para darle algo más de trabajo antes de su inminente partida. Pero nada más lejos de la realidad.

            Para su sorpresa, se había encontrado a la entera totalidad de la plantilla esperándole. Entre ellos se encontraba incluso el viejo recepcionista, aquél HaFuno cascarrabias que tantas historias sobre su juventud le había contado, que él siempre había escuchado con deleite. Se había puesto todavía más gordo, desde que le exonerasen de sus funciones debido a su avanzada edad, y parecía algo más sereno y feliz. Eco se alegró mucho de verle de nuevo.

            Eri emergió de entre los demás compañeros sujetando una gran bandeja con un pastel exquisitamente decorado. Su cara mostraba una sonrisa triste. Era una excelente cocinera, y siempre que podía echaba una mano en el Gran Comedor. Ese había sido su gremio frustrado; muchos HaFunos lo tenían, y en gran medida por eso era por lo que se ponían tan nerviosos durante la ceremonia de graduación. Pese a que el consejo de pensadores siempre escogía el gremio más afín al HaFuno en cuestión, también tenía en cuenta las necesidades del conjunto de la sociedad para tomar la decisión, lo que en ocasiones se transformaba en una frustración que podía arrastrarse toda la vida.

            Eco había tenido muy claro desde cachorrillo que quería ser taumaturgo y, contraviniendo todas las expectativas dado su origen humilde, había acabado saliéndose con la suya, pues había demostrado con creces que había nacido para ello. Sí era cierto que la mayoría de los aprendices del gremio de taumaturgos formaban parte de la nobleza, pero ello no era una cuestión de clase, si no el fruto de muchos y muchos ciclos de endogamia entre HaFunos genéticamente predispuestos para ese don.

            Su caso había sido muy particular, pues al quedar impedido para poder llevar a cabo las funciones que su gremio demandaba, quedando imposibilitado incluso para ser docente más allá que a nivel teórico, lo cual no tenía mucho sentido, de manera excepcional se le había permitido escoger un segundo gremio al que pertenecer. Él había escogido el de mensajeros por su particular simpatía al arte del vuelo.

            Todos comieron gozosos su porción de pastel y elogiaron la buena mano de su cocinera. Acto seguido comenzaron a beber y a charlar distendidamente. Habida cuenta de su trabajo, todos sabían a ciencia cierta que volverían a ver a Eco más tarde o más temprano. No obstante, no era frecuente que hubiese cambios en la plantilla, y cualquier excusa para festejar era bienvenida.

            La imprevista reunión acabó demorándose mucho más de lo que Eco había previsto. A esas alturas ya casi todos los HaFunos habían vuelto a sus casas con sus seres queridos. Eco se encontraba sentado a una mesa con el antiguo recepcionista y la HaFuna que había cubierto su puesto. Él se había quedado dormido, y había volcado una de las jarras vacías de la mesa con sus astas desnudas. Eco le miraba con una sonrisa.

ERI – Es muy tarde, Eco y… ya es de noche.

            La HaFuna respiró hondo. Aún la acompañaba aquél rictus de melancolía en el rostro. El vuelo nocturno era tan poco frecuente como desaconsejado, pero viviendo en una isla independiente, no había mucha más alternativa para desplazarse.

ERI – ¿Quieres pasar la noche en mi casa? No vivo muy lejos de aquí. Así… podrías salir mañana, cuando… cuando ya haya salido el sol.

            Eco levantó la vista y miró a Eri a los ojos. Sabía a ciencia cierta que la echaría mucho de menos. Era un gran HaFuna, y mejor amiga.

ECO – No te preocupes por mí, Eri. Yo… estaré bien. Además, hoy no es noche completa.

Eco estaba en lo cierto. Esa era una noche parcial, pues el pequeño sol blanco aún no se había puesto. El sistema solar en el que se enclavaba Ictæria, junto con los otros siete planetas que lo conformaban, era binario. El sol blanco no era mucho más grande que Ictæria, pero refulgía con luz propia, y orbitaba alrededor del astro principal como lo haría cualquier otro planeta. Su pequeño tamaño, además de la más que generosa distancia que lo separaba de Ictæria, hacía que más bien pareciera una estrella errante que un sol en toda regla. No obstante, su luz, por discreta que fuera, resultaba lo suficientemente fuerte para permitirle volver a casa sin demasiados contratiempos.

Måe seguro que le esperaba despierta, y estaba ya preocupada por su demora. O bien estaría sacando a pasear a Snï, como hacía con relativa frecuencia cuando sabía que él iba a estar ausente algún tiempo. Eri asintió, tratando de restarle importancia. El brillo de sus ojos la delataba.

ECO – Pero sí te agradecería que le acompañaras a él a casa, no vaya a hacerse daño.

            El antiguo recepcionista emitió un sonoro ronquido, que rompió la tensión del ambiente, obligando a los dos HaFunos a reír. Eco tomó su jarra y le dio un corto sorbo a su zamosa, que ya se había quedado fría. Fue ella la que rompió el silencio incómodo que surgió a continuación.

ERI – ¿Soy yo?

            Eco se giró de nuevo hacia Eri. Vio emerger una lágrima de sus ojos, que la HaFuna se apresuró a limpiar con el dorso de la mano, para acto seguido agachar la mirada. Eco frunció el ceño. Se le rompía el corazón verla de esa guisa. Se incorporó y rozó su mejilla con la de ella.

ECO – Eri, eres una HaFuna espléndida. Tienes un corazón que no te cabe en el pecho. Estoy muy contento de haberte conocido.

            La HaFuna levantó la mirada. Dos grandes lágrimas recorrieron sus mejillas, a lado y lado de su hocico.

ECO – No eres tú, Eri. Si esta respuesta te sirve de algo, te puedo garantizar que no eres tú. Lo siento de todos modos.

            La HaFuna asintió. Al menos había obtenido una respuesta, aunque no fuera la que deseaba.

ECO – Espero de corazón que vengas a visitarnos a Ictaria, cuando ya estemos asentados. En nuestra casa siempre serás bienvenida.

            Eri trato de recomponerse y sonrió de nuevo, aún con los ojos vidriosos.

ERI – Lo haré.

            Eco también sonrió, y frotó de nuevo su mejilla con la de ella, ofreciéndole un breve abrazo. Acto seguido despertó al tercer comensal y abandonó el edificio del gremio, sin mirar atrás.

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