139

Publicado: 20 May, 2023 en Sin categoría

Eco le dio un último repaso a la puerta con el formón, sopló un poco para apartar los restos de madera y probó de nuevo el cerrojo. Por fin había conseguido que encajase a la perfección. Hacía muchísimo tiempo que no trabajaba la madera, y aquél breve proyecto le había traído muy buenos recuerdos. Måe le observaba de cerca, curiosa y atenta, aunque cabizbaja. El HaFuno cuernilampiño se había hecho con ese cerrojo esa misma mañana, poco antes de entrar a trabajar. Después del desagradable incidente de la jornada anterior, no se veía con cuerpo de dejar el molino solo una vez más, sin unas mínimas garantías. Por fortuna, cuando ambos volvieron esa tarde, todo seguía tal cual lo habían dejado al partir.

MÅE – ¿Pero… por cuánto tiempo?

            Eco suspiró. Sacó un clavo de su hocico y lo apoyó en uno de los agujeritos de aquél aparatoso cerrojo que daba la vuelta a la puerta de extremo a extremo.

ECO – No lo sé con seguridad. Quince. Veinte jornadas, quizá.

MÅE – ¿¡Tanto!?

ECO – No quiso decirme ni a dónde voy ni cuánto tiempo voy a tardar en volver. Pero me dijo que sería bastante lejos. Así que… tendrás que quedarte una temporadita al cargo del molino. Lo siento, blanquita.

            La joven HaFuna esbozó una sonrisa. Seguía estando triste, pero no quería preocupar a Eco.

MÅE – No, Eco. Es trabajo.

ECO – Ya pero… no me apetece dejarte sola. Y menos ahora…

MÅE – ¿Pero qué tonterías dices? Has protegido por dentro todas las ventanas, y con lo que estás poniendo ahí en la puerta, seguro que les costaría menos entrar al molino echando abajo la pared. Voy a estar bien, no te preocupes por mí.

            El HaFuno cuernilampiño tomó a Måe por la mano, y besó el corto y níveo furo de su dorso. Acto seguido agarró el martillo por el extremo más alejado de la cabeza y clavó el primer clavo, que dejó el cerrojo fijado en su posición.

ECO – Bueno, ¿y tú qué? Todavía no me has explicado qué tal te han ido los exámenes. ¡Cuéntame!

            La joven HaFuna le acercó otro clavo de aquella antiquísima caja de herramientas. Eco lo asió. Lo colocó sobre otro de aquellos pequeños agujeros y lo aseguró con un par de suaves golpes con el martillo.

MÅE – Pues la verdad es que… muy bien.

ECO – ¿Era lo que te esperabas, o han sido más difíciles?

MÅE – Es que… la verdad es que no sabía qué esperarme. Por eso estudié tanto.

ECO – Bueno está. Ahora ya te has quitado ese peso de encima, que ya es mucho. Y a partir de ahora comenzaréis las clases prácticas, ¿no?

            La joven HaFuna asintió. Eco clavo otro clavo en el cerrojo.

MÅE – Eso espero. Al menos… eso fue lo que dijo el profesor Elo.

ECO – ¿Y cuándo os darán las notas?

MÅE – No lo sé. No nos lo han dicho. Como tarde lo mismo que el maestro Köi, yo creo que has vuelto, y todavía no me las han dado.

            Eco esbozó una sonrisa, al tiempo que preparaba otro clavo. La había escuchado quejarse hasta la saciedad con anterioridad de la calma con la que su profesor de educación fundamental les devolvía corregidos los exámanes.

ECO – Eso lo tienes superado. Es una lástima que no vaya a estar aquí cuando empieces con las clases prácticas. Ahí te podría ayudar mucho más que con cuatro libros viejos.

MÅE – No pasa nada. Aún queda mucho curso por delante. Y te aseguro que te vas a cansar de escucharme pidiéndote consejos.

            Eco esbozó una sonrisa. La joven HaFuna le ayudó en todo lo que pudo a acabar de instalar la cerradura en la puerta. Luego probaron que las llaves funcionasen, y cada cual se agenció una. La tercera la guardaron a buen recaudo bajo uno de los tableros del suelo que estaban sueltos en el sótano del molino, debajo del ya inútil timón.

Cocinaron juntos la cena, entre risas, aunque algo apesadumbrados por cuánto tiempo pasarían separados en adelante. Después del postre, poco antes que se retirarse a sus aposentos, Eco le entregó a Måe otra de las huevas de dígramo que había traído en su última misión de tan larga duración. La joven HaFuna se lo agradeció con un fuerte abrazo pero, a difrencia de lo que él pretendía, no se la comió.

            Ya en su cuarto, después de preparar para la mañana siguiente el despertador que Goa le había regalado, la joven HaFuna sopesó de nuevo la hueva. Estaba idéntica que la jornada que Eco la había traído al molino. Igual de apetecible. Se vio tentada a hincarle el diente, pero no se la comió. Abrió un pequeño cajón que había en su escritorio y sacó de él una cajita de madera con forma de baúl. La abrió y contempló su contenido. Ahí tenía otra media docena más de huevas que Eco le había traído de sus anteriores viajes. Puso ahí la que el HaFuno cuernilampiño le acababa de entregar, y estaba a punto de cerrar el pequeño cofre cuando algo le vino a la mente. Se dio media vuelta y caminó hacia el armario.

            Su túnica lucía colgada cuan larga era. La joven HaFuna metió la mano en el bolsillo y escarbó en él hasta dar con aquella pequeña esfera rosada. Echó un vistazo por encima del hombro, pero tan solo vio a Snï en su quinqué ardiendo de color rosa pálido, lo cual delataba que estaba dormido. Tenía el mismo color que la esfera. Eco estaba en el ático del molino, preparando su macuto para el largo viaje que tenía por delante.

La joven HaFuna se concentró de nuevo, cerró los ojos y despertó el recuerdo que la esfera albergaba. De nuevo se encontró en el aula donde Elo estaba dando su lección. La joven HaFuna se demoró lo suficiente para averiguar de quién se trababa. El HaFuno que había grabado en la esfera ese recuerdo estaba sentado a la derecha de Pan y de Sid. Pensó que se trataba de Uli, cuando al girarse en dirección contraria vio frente a sí al hijo pequeño del Gobernador, bostezando, abiertamente aburrido con la lección. Concluyó que se trataba de Mei, aquella HaFuna tan preocupada por su aspecto. Sus sospechas se corroboraron cuando echó un vistazo al pupitre y pudo contemplar sus manos, cuyo furo era de color pardo oscuro.

Måe se fue a dormir con un nudo en el estómago, sosteniendo el hato aterciopelado de color pajizo donde antaño descansara su amado taoré.

Deja un comentario