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Publicado: 15 agosto, 2023 en Sin categoría

La profesora Maj tomó la daga y se hizo una nueva herida en la palma de la mano, en la misma localización que la anterior. En esta ocasión fue más larga y profunda. Måe arrugó el hocico, claramente disgustada por cuanto estaba presenciando. Por más que supiera que la profesora no sentía dolor, y que se podría deshacer de la herida en un abrir y cerrar de ojos, seguía pareciéndole una obscenidad automutilarse de ese modo. La profesora tuvo algo más de cuidado para evitar gotear su azulada sabia. Dejó la daga sobre la mesa y se dirigió de nuevo a sus alumnos, que seguían mirándola, atónitos.

MAJ – La otra manera de deshacerse de una herida… es transferírsela a otro ser vivo. Es tan sencillo como suena.

            La joven HaFuna frunció el ceño. De repente, la sanación no se le antojaba una disciplina tan atractiva.

MAJ – Pero claro… es bastante más complicado, porque el que recibe el daño… ¡no suele estar de acuerdo!

            Maj rió, y algún que otro alumno la imitó, de puros nervios. Estaban todos muy excitados e interesados por lo que aquella excéntrica HaFuna tenía que mostrarles. Måe, sin embargo, se mostraba especialmente seria y ceñuda. No podía parar de echar rápidos vistazos a los dos orondos jaraíes que se retorcían sobre aquél lecho de hojas azules medio devoradas. Desde su posición estratégica sobre el pupitre, tenía una perspectiva privilegiada de todo cuanto hacía la profesora.

MAJ – Otra de las desventajas de este tipo de prodigio, es que en estos casos, debe haber contacto físico directo. Siempre. Sin excepciones. No se puede hacer a distancia, como otros prodigios que estudiaréis más adelante.

            Tal y como Måe había sospechado, la profesora tomó uno de aquellos jaraíes de la caja. Era tan grueso como todos sus dedos juntos, y no paraba de retorcerse, tratando de liberarse de su captora. Sus patas, pese a ser muy numerosas, eran tan cortas, que todo esfuerzo caía en saco roto. Estaba a merced de la profesora, y ella no parecía especialmente preocupada por su bienestar.

MAJ – Fijaos bien en lo que voy a hacer.

            La profesora mostró las palmas de ambas manos a su atenta audiencia. Al hacerlo, un hilillo de sabia corrió por la palma de su mano herida hasta quedar frenado por el furo de su muñeca. El animalejo no paraba de retorcerse, pero enseguida paró. Emitió un chillido muy agudo que hizo que más de uno de los HaFunos se llevase las manos a las orejas. El jaraí se puso tenso como la cuerda de un taoré, para acto seguido perder toda su fuerza y quedar completamente flácido. Su mano herida había mejorado ostensiblemente, pero todavía podía verse en ella la marca que había dejado la daga. Un tímido hilillo de sabia empezaba a brotar de nuevo de la herida. Måe, que se estaba mordiendo el labio de pura impotencia, paró al notar el sabor dulzón de su propia sabia en la boca.

            Maj echó un vistazo a sus patas, buscando algo con la mirada, y dejó caer el cuerpo inerte del jaraí en la papelera. Pan, que estaba demasiado cerca de aquél curioso espectáculo, esbozó una arcada. La mirada de desprecio que le ofreció Uli le hizo ponerse en tensión. Para entonces la profesora ya había tomado el segundo jaraí. Ese era algo más pequeño. Repitió la operación paso por paso. El bichejo aún se retorcía, embriagado por el dolor, cuando lo tiró a la papelera, junto al cuerpo del que fuera su compañero. Maj se limpió con un paño húmedo y mostró la ilesa palma de su mano a los boquiabiertos alumnos.

MAJ – Como podéis comprobar, no hay ni rastro de la herida. ¡Pero no os asustéis! Nadie os va a tomar de la mano a traición para transferiros sus males. Tampoco tendría tiempo y… vosotros os defenderíais, ¿no? Yo he podido hacerlo con… estos animalejos, porque no tienen conocimiento alguno. En casos de necesidad, muchas veces lo hacemos así para heridas superficiales o… todo lo contrario, para heridas demasiado severas, pero… eso hay que hacerlo con animales más grandes. Bueno… Lo que he hecho ahora, es sólo una demostración. La transferencia no funciona así. El… El objetivo de estas clases, y lo que quiero que aprendáis hoy, es a transferir el daño a vosotros mismos, para ayudar a otro HaFuno que esté en apuros. El deber de un buen sanador es curar al HaFuno enfermo. Este… Tenéis que tener en cuenta que este tipo de prodigios son muy drenantes, y es fácil que…

            La profesora frunció el ceño al ver las expresiones contrariadas de sus alumnos.

MAJ – Veo caras de sorpresa. ¿Alguno de vosotros se ha quedado sin su don alguna vez, por usarlo demasiado de seguido?

            Pese a que a casi ninguno de ellos le había ocurrido, los que sí habían experimentado aquella desagradable sensación de impotencia obviaron ponerse en evidencia.

MAJ – Uh… qué mentirosillos estáis hechos. Bueno… Eso también lo vamos a practicar durante el curso. Para ser un buen sanador, os hará falta medir mucho vuestra fuerza, y no malgastar ni un ápice de vuestro don. Aunque… también podéis compartirlo o… solicitarlo a otro… ¡Son tantas cosas! Pensad que la taumaturgia… es como un músculo. Si lo entrenas, se hace más fuerte. ¡Y si no lo haces, se atrofia! Cuando os empezaron a crecer las astas, apenas podríais hacer algún prodigio muy básico, y seguro que os costó un montón, ¿verdad? Lo mismo que ahora hacéis sin el menor esfuerzo. Pues de eso se trata. Para poder practicar prodigios realmente serios, como reconstruir un hueso roto, o resucitar a un HaFuno que haya muerto ahogado, necesitaréis mucho más poder del que tenéis en vosotros mismos ahora. Y probablemente, incluso practicando sin descanso… tampoco sea suficiente. Hay otra cosa que tendréis que tener en cuenta: para este tipo de prodigios, es mucho más recomendable trabajar con compañía. Siempre que podáis, practicad entre dos, o tres, o tantos HaFunos como haga falta. Os cansaréis mucho menos, conservaréis mejor vuestras reservas, y… el resultado será mucho mejor. Y más rápido. Os lo puedo garantizar. Caray, se me acumula la faena. Bueno… vamos al grano, que si no al final… no vamos a avanzar nada. En el cajón de cada uno de vuestros pupitres, encontraréis el material que os hará falta para la práctica de hoy.

            La joven HaFuna abrió aquél ancho y profundo pero bajo cajón, y descubrió una aguja en forma de media luna, parecida a las que utilizaban en la Factoría, un tarrito con tónico básico y un par de gasas. Resopló inquieta. El corazón le latía a toda velocidad bajo el pecho.

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