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Publicado: 19 agosto, 2023 en Sin categoría

Måe estaba tan concentrada en su prodigio que había perdido tanto la noción del tiempo como de dónde se encontraba. La voz de la profesora Maj la abstrajo de sus cavilaciones. Ésta se encontraba junto a Mei, que de tanto apretar la aguja se había acabado haciendo sabia en la bruna palma de su mano. Parecía no haberse dado siquiera cuenta, a juzgar por la expresión alarmada de su rostro. Maj se la tomó y la observó con el ceño fruncido, visiblemente disgustada.

MAJ – No, no, no, no, no. Así no. ¡Prestad atención, todos!

            Los demás alumnos, que hasta el momento habían estado absortos en sus propios prodigios, levantaron la cabeza. La profesora mostró la herida en la palma de la mano de la HaFuna, que incluso se sonrojó, claramente avergonzada por ser el involuntario centro de atención.

MAJ – Está bien que hayáis aprendido a transferir el dolor a otra parte de vuestro cuerpo, pero lo que no podéis hacer jamás es obviar las repercusiones que ello acarrea. ¡No os hagáis daño tan pronto, por el amor de Ymodaba! Ya habrá tiempo para eso. El primer paso, es aprender a controlar el dolor, pero os suplico que sigáis mis instrucciones concienzudamente y paso por paso. No intentéis ir más allá por ahora. Apretad tan solo un poco, lo justo para notar una ligera molestia, y luego, transferidla. Pero por lo que más queráis, ¡no os hiráis!

            La profesora tomó la mano de Mei entre las dos suyas. Se concentró un segundo, con los ojos cerrados. Acto seguido se la soltó. La HaFuna la observó con el hocico abierto. No había rastro alguno de la herida que se había hecho con la aguja.

MAJ – Ve con más cuidado a partir de ahora, haz el favor. ¿Sí? Y límpiate eso.

            La HaFuna asintió y tomó la gasa, deseando que la profesora se marchase de ahí cuanto antes. Afortunadamente para ella, así lo hizo. Maj comenzó a deambular de nuevo por el aula, mientras los demás alumnos la seguían con la mirada.

MAJ – Bueno… Insisto, y lo repetiré tantas veces como sea menester. Esta es una disciplina tan útil como peligrosa. Y os puedo garantizar que es increíblemente útil. No es un juego, y por mucho que podamos hacer bromas y reírnos, tenemos que ser conscientes que mal ejercida, puede resultar en una verdadera catástrofe. Muchos de los que estáis aquí, probablemente no lo estaríais de no ser por ella, porque alguno de vuestros antepasados habría muerto prematuramente. Alzad el brazo quienes hayáis pasado por las manos de un curandero en algún momento de vuestras vidas.

            Media docena de manos se alzaron al aire. La de Måe fue una de las primeras. Cuando tan solo era una cachorra se había roto una pata en una aparatosa caída en vuelo. Eco había tenido que llevarla de urgencia a la consulta de una curandera en un archipiélago vecino a Hedonia. La joven HaFuna, pese a que le había ocurrido siendo muy pequeña, aún recordaba vívidamente aquella escena con cariño y fascinación, pues había salido de la consulta por su propia pata, mientras Eco seguía amonestándola por su mala costumbre de volar sin supervisión.

MAJ – Sin miedo. Sed sinceros. Estamos en confianza.

            Poco a poco, se fueron alzando más manos, hasta que todos ellos acabaron haciéndolo.

MAJ – Gran parte de nuestro trabajo es formarles a ellos, para que puedan realizar las curas más básicas y ambulatorias. Nosotros nos encargamos de curar los males más complejos, que requieren muchos más ciclos de formación para poderlos perfeccionar. No es una tarea fácil, os lo garantizo, ¡pero es fascinante! Y es una disciplina viva, en la que podéis aportar mucho. De esta Universidad han salido cientos de nuevos prodigios que se han exportado por todo el anillo, y han salvado la vida de miles de HaFunos. Quizá uno de vosotros idee uno que revolucione los dogmas de la disciplina, ¿quién sabe? De un modo u otro, todos vosotros habéis necesitado en algún momento de vuestras vidas recurrir a la sanación. Ahora tenéis la oportunidad de devolver ese gran favor. Bueno, bueno… Seguid practicando. Si tenéis cualquier…

            Un par de HaFunos la reclamaron, y la profesora se dirigió a sus pupitres para atenderles. Måe se concentró de nuevo en su aguja. Llevaban toda la mañana practicando aquél curioso y a su juicio increíblemente práctico prodigio. Donde la clase de la jornada anterior había sido prácticamente una fiesta, ésta había despertado en los jóvenes alumnos un sentimiento de implicación e interés inaudito en ellos. Todos, sin excepción, se habían limitado a acatar las órdenes y las sugerencias de aquella extravagante profesora, esforzados y concienzudos, en orden y silencio. Pese a su modo de expresarse algo errático e incluso en cierto modo caótico, Maj había conseguido despertar en ellos el interés por aquella noble disciplina. Måe estaba convencida que a final de curso, muchos de aquellos alumnos que ahora lucían idéntica túnica negra, acabarían vistiéndola de verde.

            Habían probado transfiriendo el dolor a la suela de sus pezuñas, a sus astas e incluso a su furo piloso. Aunque la profesora les había desaconsejado hacer uso de esta última opción, ya que si bien les privaría de aquella desagradable sensación, podía estropearles el furo, al tratarse de un tejido tan delicado. Hasta el momento, la HaFuna ignoraba siquiera que ello pudiese hacerse, y se sintió realmente mal al ser consciente que la enorme mayoría de los HaFunos del anillo jamás lo experimentaría. A su juicio, la taumaturgia debería enseñarse a todos los HaFunos por igual, y no tratarse como un privilegio de la élite.

            Cuando finalmente sonaron las campanas de la espadaña, más de uno de los alumnos gruñó en claro disgusto por no poder seguir practicando. Desde que iniciaran las clases prácticas, estaban todos increíblemente excitados e ilusionados por poder llevar a cabo sus prodigios, en claro contraste con el largo período en el que tan solo recibieron clases teóricas por parte de Elo. Poco a poco, el aula se fue vaciando. La joven HaFuna esperó pacientemente a que todos se hubiesen marchado, y acto seguido se dirigió a toda prisa a la papelera de la profesora.

            Con el corazón en un puño, echó un vistazo a su contenido. Uno de los jaraíes estaba muerto, y nada podía hacerse ya por él, pero el otro aún luchaba por sobrevivir. Ella todavía no sabía cómo absorber la herida que la profesora le había hecho, y temió que intentándolo empeorase aún más su situación. Lo tomó en su mano y repitió cuanto había estado haciendo las últimas llamadas, transfiriendo en este caso el dolor de la pequeña bestia a sí misma. Para ella no resultó gran cosa, poco más que una sutil molestia, pero el orondo jaraí se relajó considerablemente. Tanto, que de su cloaca brotó uno de aquellos finísimos hilos argénteos, que enseguida se adhirió en la palma de su mano.

Algo más animada al ver que el jaraí saldría adelante después de todo, la joven HaFuna acarició su mejilla con la de él, y se giró hacia la entrada del aula. Frunció el ceño al ver que una sombra desaparecía de ahí a toda prisa. Se dirigió hacia la puerta, y miró a lado y lado del pasillo. Varios HaFunos de otros cursos charlaban entre sí mientras se dirigían a la cantina. La joven HaFuna se guardó el jaraí en el bolsillo de su túnica y les imitó. Estaba hambrienta.

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