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Publicado: 5 julio, 2022 en Sin categoría

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Måe se sintió bastante cohibida por la presencia de aquella HaFuna de espeso furo rojizo, que la escrutaba de arriba abajo sin miramiento alguno. Metió su proyecto de tocado a toda prisa en el macuto y se levantó con gracilidad, mientras ella seguía observándola, curiosa.

NÅK – Tú eres la HaFuna que se llevó la insignia el primer día de curso. ¿Qué haces aquí sola?

MÅE – ¿Te molesto? Si… si necesitas el sitio, puedo marcharme, más…

            Nåk frunció el ceño.

NÅK – No. No, no, no. Para nada ¿Tú has visto lo grande que es esto? ¿Por qué me ibas a molestar?

            Måe levantó los hombros, sin saber muy bien cómo contestarle. Se sentía bastante incómoda por la situación, que la había cogido con la guardia baja. Estaba tan acostumbrada a recibir comentarios desagradables y faltas de respeto últimamente, que no podía evitar ponerse a la defensiva, pese a que la HaFuna no parecía hostil.

NÅK – No me has respondido. ¿Por qué estás aquí sola?

MÅE – ¿No se puede venir aquí fuera a comer?

NÅK – Sí, claro que se puede. Esto en verano está llenísimo, pero ahora… hace demasiado frío, ¿no te parece raro que no haya nadie más? ¿Por qué no te vienes a la cantina? Estarás mejor.

            La joven HaFuna era perfectamente consciente que el clima no acompañaba, por eso llevaba varias capas extra bajo la túnica, para aguantar el frío de aquél inicio de invierno.

MÅE – Estoy mejor aquí.

            Nåk asintió brevemente, con la mirada gacha.

NÅK – Es por la insignia, ¿verdad?

            La joven HaFuna echó un vistazo al triángulo de tela que llevaba adherido a su negra túnica. Ya la había lavado en un par de ocasiones desde el inicio del curso, pero la insignia no se había desprendido ni lo más mínimo. El profesor Elo debía saber muy bien lo que hacía cuando se la pegó.

MÅE – ¿Qué le pasa?

NÅK – Quiero decir… No quiero meterme donde no me llaman, pero… me he fijado que… siempre estás sola.

MÅE – Eso es cosa mía.

NÅK – Eso es que tus compañeros se mueren de envidia por no habérsela llevado ellos, ¿no crees?

            Måe se mantuvo en silencio. No lo había pensado así, pero quizá eso también tuviera algo que ver. Alguna cosa en aquella HaFuna, que a duras penas tendría dos o tres ciclos más que ella, le gustaba. Pero al mismo tiempo algo la incomodaba. Y mucho. ¿Por qué había decidido abordarla de ese modo?

NÅK – Por cierto, yo soy Nåk.

MÅE – Ni nombre es Måe.

NÅK – Encantada, Måe.

MÅE – ¿Tú eras una de los que estabais mirando por las ventanas?

NÅK – ¿Cómo? ¡Ah! Al arranque del curso. Sí, claro. Yo y el resto de la Universidad. Todos los ciclos hacen la clase inaugural ahí, para que los demás podamos verla.

MÅE – ¿Por qué?

NÅK – No lo sé… Es la tradición.

MÅE – Fue un poco… incómodo.

NÅK – ¿A que sí? Bueno, al menos tú te llevaste la insignia. En mi curso inaugural no se la llevó nadie. Nadie. Y todos salimos de ahí mal parados. Bastante peor que tus compañeros.

MÅE – ¿Utilizasteis todos el mismo recipiente para enfriar el agua?

NÅK – ¡No! Cada ciclo es distinto. El profesor Elo siempre se inventa algo nuevo. Nunca le he visto repetir, aunque… la moraleja es siempre la misma: son todos ustedes unos inútiles que no merecen estar en esta noble institución.

            Eso último lo dijo imitando la voz grave del profesor, y agitando la cabeza con grandilocuencia. Nåk rió, y Måe, aún sin saber muy bien por qué, también esbozó una sonrisa.

NÅK – ¿Quieres ser alquimista?

MÅE – No. Bueno… no lo sé… Todavía.

            La joven HaFuna echó un vistazo a su insignia, amarilla. Aquél era el color que representaba la disciplina alquímica.

NÅK – Pues ándate con ojo. Al final de curso, mientras más insignias de un color tengas, más fácil es que te metan en esa disciplina el resto de tus estudios.

MÅE – Tenía entendido que nos dejaban escoger a nosotros la disciplina, al final del primer curso.

NÅK – Sí… y no. Quiero decir… la última palabra la tienes tú, pero… los demás profesores también tienen que estar de acuerdo en que estás preparada. E intentarán llevarte con ellos si ven que se te da bien su disciplina. Es… bastante más complejo de lo que aparenta. Mejor que vayas con cuidado. Yo te aviso.

MÅE – Tú eres ingeniera.

NÅK – Bueno, lo intento.

            La túnica roja de Nåk delataba la disciplina que había escogido tras su primer ciclo de curso. Måe sintió la tentación de preguntarle por qué no llevaba ninguna insignia en el pecho. No había visto a uno solo de los alumnos del resto de cursos con una. De hecho, en esos momentos, y desde que comenzase el curso, ella era la única que ostentaba una en toda la Universidad.

NÅK – Oye, ¿qué estabas haciendo cuando he llegado?

La joven HaFuna apretó con fuerza el macuto a su pecho. Uno de los extremos de la madeja sobresalía por la abertura superior. Nåk le empezaba a inspirar confianza, pero ella se había vuelto demasiado huraña últimamente.

NÅK – ¿Estabas cosiendo?

            Måe se apresuró a guardar mejor su proyecto de tocado en el macuto, y lo cerró. Nåk arrugó ligeramente el hocico.

NÅK – A una de mis madres le encanta coser. Trabaja ordeñando mípalos, y… haciendo queso, pero… siempre que puede está con la aguja en la mano. Las echo mucho de menos… ¿Tú también vienes de las comarcas, verdad?

            La joven HaFuna asintió.

NÅK – Se te nota. Quizá también por eso tus compañeros son más… cerrados contigo. Aquí la mayoría vienen de familias nobles. Los que venimos de lejos, y más de sitios humildes… somos los raritos, ¿sabes? Pero no todos son así… Sé paciente, Måe. Hay gente muy noble por aquí… pero en el buen aspecto. Ya me entiendes.

Måe esbozó una sonrisa, de nuevo. Las campanas de la espadaña tañeron, dando por concluida la llamada para comer, e invitando a los alumnos a proseguir con sus clases.

MÅE – Oye, lo siento, pero… tengo… tengo que marcharme a clase.

NÅK – Todos debemos hacerlo cuando suenan las campanas.

            Måe asintió, le ofreció un breve y cortés asentimiento de astas y abandonó el patio interior a toda prisa, dejando a Nåk a solas, observada por el pequeño cromatí, que estaba esperando que ambas se marchasen para poder apoderarse del resto de la empanada.

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