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Publicado: 9 agosto, 2022 en Sin categoría

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Bim se encontraba en la entrada cuando Måe cruzó el umbral de los grandes portones de la Universidad. El HaFuno ya no tenía la túnica puesta; la llevaba, pulcramente doblada, dentro de un hatillo. Tan pronto vio salir a la joven HaFuna se dirigió hacia ella, esgrimiendo una bonita sonrisa. Estaba de muy buen humor.

BIM – ¡No se ha dado cuenta de nada!

MÅE – Me alegro, de eso se trataba.

BIM – Me has salvado la vida, Måe.

            La joven HaFuna le hizo un gesto con la mano, restándole importancia. Mentiría si dijera que no le agradaba el reconocimiento que estaba obteniendo por el pequeño favor que le había hecho, pero consideraba que éste era excesivo. Tan solo había dado cuatro puntadas. A su parecer, eso podía haberlo hecho cualquiera.

MÅE – Dámela, que esta tarde te la arreglaré bien, y… mañana te la devuelvo antes que suene la campana, para que puedas volver a clase tranquilo.

BIM – ¿Seguro que no te importa? Yo… creo que podría aguantar con ella así un tiempo… ¡Es que la has dejado genial!

MÅE – No, no, no. Las cosas hay que hacerlas bien, Bim. Esto era sólo para salir del apuro. Si no te la arreglo bien, más tarde o más temprano vas a volver a tener el mismo problema. ¿Y no querrás que eso te pase en mitad de una clase, verdad?

            Bim sonrió, y le brindó un gesto de negación, dándole la razón.

BIM – Gracias… gracias de nuevo.

            El HaFuno entregó el hatillo a Måe. Prácticamente al mismo tiempo Uli, seguido como siempre por su inseparable cohorte de lameculos, salió por las puertas de la Universidad. Måe trató de ignorarle, temiendo que la avergonzase delante de Bim. Desafortunadamente, el HaFuno enseguida la vio y se dirigió hacia ellos, con su habitual pose altanera y prepotente.

ULI – Ymodaba los cría, y ellos se juntan.

            La joven HaFuna respiró hondo, haciendo ver que no le había oído. Se había acostumbrado a recibir ese trato hasta tal punto, que ahora ya apenas le afectaba. Bim, sin embargo, no pudo evitar darse por aludido, y se giró hacia él.

BIM – Perdona, ¿tienes algún problema?

ULI – ¿Yo? Ninguno. Me alegra ver que nuestra querida Unamåe ha hecho finalmente un amigo. ¡Le ha costado bastante!

BIM – No ha hecho uno, ha hecho varios.

ULI – Sí, y todos de las comarcas. Ya me he fijado.

            Algunos de sus seguidores le rieron la gracia. Los nobles más altaneros e irrespetuosos, entre los que Uli se incluía, consideraban a los oriundos de las comarcas HaFunos de segunda. Su nivel de rechazo no llegaba tan lejos como hacia los habitantes de la cara inferior de Ictaria, a los que despreciaban abiertamente, llamándoles icterios, pero siempre gustaban de mirarles por encima del hombro, como si tan solo por no compartir su origen geográfico fueran menos que ellos.

BIM – Sí, quizá te sorprenda, pero… algunos de nosotros estamos aquí por nuestras aptitudes, no por ser el hijo de nadie.

            Las risas de los HaFunos que acompañaban a Uli cesaron al instante. Las miradas de incredulidad y visible nerviosismo se repitieron por doquier. Curiosamente fue Måe la que rompió el embrujo de ese silencio tenso, y lo hizo con una sonora carcajada. La frenó lo más rápido que pudo, pero el mal ya estaba hecho. La cara de Uli era todo un cuadro.

BIM – Vayámonos de aquí, Måe.

ULI – Eso. Eso, marchaos de una vez. Aquí no pintáis nada.

            Bim le ofreció un cortés asentimiento de astas a Uli y se dio media vuelta. Le ofreció su brazo a Måe para que enhebrase el suyo, y ambos comenzaron a bajar las escaleras, observados por los compañeros de clase de la joven HaFuna. Oyeron que Uli les decía algo, pero no alcanzaron a escuchar el qué.

BIM – ¿Para dónde vas? ¿Vas para casa, ya?

MÅE – No. Quería pasar por el mercado…

BIM – Te acompaño un rato.

MÅE – ¿No trabajas, hoy?

BIM – Trabajo todas las jornadas.

MÅE – ¿Y no prefieres descansar?

BIM – Sí, de aquí un rato me iré. Pero demos un paseo, ¿vale?

MÅE – Como prefieras. Por mi, perfecto.

            La joven HaFuna miró de reojo las escaleras que acababan de bajar, y respiró aliviada al comprobar que aunque Uli seguía arriba, al fin había dejado de prestarles atención.

MÅE – Oye, Bim… ¿tú sabes quién es ese HaFuno?

BIM – Sí. El hijo pequeño del Gobernador. Tendría que aprender un poco de educación de su hermana.

MÅE – ¿Uli tiene una hermana? Caray, no me entero de nada.

BIM – Sí. Una de las mejores taumaturgas del gremio, y la integrante más joven del consejo de pensadores de Ictaria.

MÅE – ¿En serio?

BIM – Como lo oyes. Y escucha lo que te digo: si ese imbécil te vuelve a decir algo, quiero que me avises.

MÅE – ¿No te da miedo que…?

BIM – ¿Miedo de qué? ¿Acaso he dicho algo que no sea verdad?

            Måe reflexionó por un instante.

BIM – A mi un hijo de papá con los humos subidos no me da ningún miedo. Me daría miedo enfrentarme a un dígramo de este tamaño. Eso sí me daría pavor.

            El HaFuno señaló a la escultura junto a la que caminaban, por la amplia plaza frente a la Universidad. Las fauces radiales de aquella bestia, aunque fuera una mera representación artística esculpida en piedra, resultaban escalofriantes. Lo que ambos ignoraban era que esa representación no estaba a escala. Un dígramo adulto era mucho, mucho más grande.

MÅE – ¿Está cerca la forja?

BIM – Qué va. Está abajo. Por lo menos está cerca de un ascensor que no queda muy lejos de aquí, pero… cerca no. De hecho está bastante lejos.

MÅE – ¿Y no hay forjas más cerca, por aquí? Yo juraría recordar que he visto alguna a unas pocas calles…

BIM – Sí las hay, sí. Pero no para un HaFuno que viene de la otra punta del anillo.

MÅE – Ah…

            La joven HaFuna agachó la cabeza, pensativa. Ella no había experimentado jamás ese tipo de discriminación en Hedonia, y había crecido feliz en su ignorancia. Verla tan a flor de furo, jornada tras jornada, le estaba resultando francamente desagradable.

Bim no la acompañó mucho más lejos. El HaFuno debía volver a su habitación en la residencia de la Universidad, para echar una cabezadita antes de marcharse a trabajar. La joven HaFuna, pese a todos los acontecimientos que había vivido esa jornada, se sentía muy tranquila y relajada. Siguió bajando las calles en pendiente que la llevarían al mercado que había frente las murallas, con el hatillo de Bim en una mano y el macuto que contenía su preciado tocado en la otra.

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