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Publicado: 18 enero, 2022 en Sin categoría

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Eco rozó su mejilla con la de Måe. Posó una mano sobre su hombro y lo estrujó con delicadeza, mientras la miraba, orgulloso, con una sonrisa iluminándole el rostro. Ambos se encontraban a las puertas de aquél pintoresco edificio desde el que habían llegado a la parte superior de Ictaria. Ahí era donde divergían sus caminos.

Eco iba vestido con su nuevo uniforme de mensajero. Éste era más discreto que el que utilizaba en Hedonia, y sustancialmente más elegante. Incluso llevaba en el pecho aquella brillante placa ovalada con un número extensísimo. Måe, sin embargo, no iba vestida para la ocasión. Llevaba su túnica recién remendada a buen recaudo en una bolsa de tela que le colgaba del hombro. Vestía unos simples pantalones negros y una camisa a juego, pues temía manchar o estropear el uniforme antes de iniciar las clases.

            Pese a que aún faltaba un buen rato para la tercera llamada, la joven HaFuna tenía la sensación que era tardísimo. Eco, que había estado hurgando en su bolsa de cuentas, se aproximó a ella con la palma de la mano cerrada, enfocada hacia el suelo.

ECO – Coge esto, y no me rechistes.

            Måe mostró un semblante enfurruñado, pero acató la orden de Eco. Extendió su mano abierta y el HaFuno colocó en ella una docena de cuentas. La joven HaFuna chistó.

MÅE – No las necesito. Todavía me quedan de sobras para volver en ascensor y me voy a pasar toda la jornada en la Universidad. Además, me dijiste que la comida corre a cargo de ellos.

ECO – Sí. Eso no ha cambiado desde que estudié yo ahí, por fortuna. Aunque… espero que hayan mejorado un poco el menú.

MÅE – Entonces, no hará falta que…

            La joven HaFuna extendió su mano hacia Eco, tratando de devolverle las cuentas.

ECO – Quédatelas. Prefiero que las tengas y no las uses, a que las necesites y las eches en falta.

MÅE – ¡Pero me sabe mal!

ECO – Pues que no te sepa mal. ¡Y no se hable más!

            Måe resopló, pero acabó guardándose las cuentas. Sabía que Eco lo hacía por su bien, y que lo hacía encantado, pero aún así no podía evitar sentirse incómoda por ello.

ECO – ¿Estás nerviosa?

            La joven HaFuna reflexionó durante unos instantes.

MÅE – Un poco, pero más bien… expectante.

ECO – No tienes nada de qué preocuparte. Tienes mucho potencial y ganas de aprender. Eso es todo lo que necesitas. Además, lo vas a disfrutar mucho.

            La joven HaFuna alzó los hombros, sin saber muy bien qué responder.

ECO – ¿Quieres que te acompañe?

MÅE – ¡No! No… no será necesario.

ECO – ¿Seguro?

MÅE – Descuida. No quiero que llegues tarde.

ECO – Dime cómo vas a hacer para llegar.

            Måe describió el trayecto que tenía en su cabeza a Eco, y al parecer éste quedó suficientemente satisfecho. Ambos se despidieron definitivamente y cada cual tomó su camino. Måe había repasado en su cabeza el trayecto un buen puñado de veces, y para su tranquilidad e incluso sorpresa, no le costó demasiado coger el camino adecuado. Caminaba a paso rápido, maldiciendo para sí a los habitantes de Ictaria por su estúpida costumbre de no volar en la parte superior. A esa llamada, la afluencia de HaFunos a la ciudadela era todavía bastante escasa.

            Tan pronto cruzó aquella enorme muralla, Måe instintivamente se desvió a conciencia para cruzar el mercado al aire libre pasando frente al pequeño puesto donde había conocido a Lia y a su abuelo la jornada anterior. Sin embargo, no fue capaz de dar con él. Sabía perfectamente dónde lo había encontrado, pero ahí en esos momentos no había absolutamente nada más que uno de aquellos barrenderos que patrullaban por toda la ciudadela, cerciorándose que todo estuviese pulcro y en orden. Siguió adelante.

            Poco más tarde pasó junto a la zona de aterrizaje de la lanzadera que utilizaban Una y su familia, y se demoró un momento, observando los HaFunos que en esos momentos bajaban de ella. El tráfico de viajeros era sustancialmente más intenso que el que ella había experimentado la jornada anterior. Se quedó hasta ver salir al último de los HaFunos de la lanzadera, pero al no encontrar rastro alguno de Una, siguió adelante. Enseguida llegó a la plaza frente a la Universidad, y al hacerlo, se quedó de piedra.

La plaza no parecía la misma. El jaleo de voces que había nada tenía que ver con la apacible y refinada imagen que ella se había formado de los habitantes de la parte superior de Ictaria. Literalmente cientos de Hafunos caminaban de un lado a otro, o se reunían en pequeños grupos. Dichos grupos estaban mayoritariamente formados por HaFunos que vestían túnicas de idéntico color, pese a que había contadas excepciones. Descubrió incluso más colores distintos de los que había encontrado cuando fue a presentar su carta de asignación de gremio.

            Estudió el reloj de la espadaña, y suspiró aliviada al comprobar que había llegado con suficiente tiempo de margen. Se alejó del barullo y se adentró en una callejuela bastante tranquila, desde la que todo aquél ruido quedó en segundo plano. Entonces se acercó a un portal y sacó su túnica de la bolsa, para acto seguido ataviarse con ella. Un par de HaFunos vestidos con túnicas amarillas que cruzaron la callejuela cuando se estaba acomodando la segunda manga la saludaron amistosamente, y le desearon un buen inicio de curso. La joven HaFuna volvió a la plaza ataviada no sólo con la túnica, sino con una sonrisa.

            Después de haber dado hasta tres vueltas por la abarrotada plaza sin ser capaz de encontrar a Una, Måe fue derecha hacia un grupo especialmente grande, de unos quince HaFunos, que se encontraban a los pies de las escaleras que daban acceso a la Universidad, charlando en un círculo cerrado entre sí. A diferencia del resto de grupos de HaFunos que colmaban la plaza, en ese caso no había excepción alguna: todos y cada uno de ellos llevaban puesta una túnica de color negro, idéntica a la suya.

Måe le dio un par de golpecitos en el hombro a uno de aquellos HaFunos, uno especialmente alto, pues le estaba impidiendo el paso al grupo de nuevos alumnos al que ella quería acceder.

MÅE – Disculpa…

Cuando éste se giró para mirarla, a la joven HaFuna le dio un vuelto al corazón: se trataba de Uli, aquél HaFuno con el que se había chocado el día que llegó a Ictaria, mientras saboreaba uno de aquellos deliciosos helados.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    Pobre Måe… Espero que sus compañeros sean buena gente, no sabes la angustia que me da ponerme en su furo de primer dia de clases.

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