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Publicado: 12 julio, 2022 en Sin categoría

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ELO – Ustedes dos. Hagan el favor de cerrar el hocico y presten atención.

            Los HaFunos, que hasta el momento habían estado charlando entre cuchicheos en los asientos de atrás del aula, se irguieron, avergonzados, asintieron sumisos a modo de disculpa, y centraron de nuevo su atención en la enésima disertación del profesor Elo.

Las interminables clases de teoría seguían sucediéndose una tras otra. A esas alturas, incluso los alumnos más rebeldes y ávidos de acción, que habían comenzado el curso ilusionados por poner en práctica sus prodigios, habían tirado la toalla, asumiendo  que esa dinámica seguiría prolongándose en el tiempo interminablemente. Ya habían dejado atrás las clases referentes a la creación de Ictæria y la Historia de los primeros taumaturgos, y estaban aproximándose cronológicamente a los desafortunados acontecimientos que propiciaron la Gran Guerra.

ELO – Lo que les voy a explicar hoy es de crucial importancia. Veamos… ¿Alguno de ustedes sabe por qué los HaGrúes estuvieron a punto de ganar la Gran Guerra, por qué nos vimos abocados a propiciar la Gran Escisión?

            La voz grave de Uli resonó en el aula. Todos sus compañeros, incluida Måe, se giraron hacia él. El HaFuno incluso se había levantado de su asiento.

ULI – Porque un HaFuno traidor llamado Ulg vendió la capital a los HaGrúes.

ELO – Eso… no ocurrió exactamente así. Pero gracias de todos modos por su participación.

Uli tomó asiento de nuevo, visiblemente molesto porque el profesor no hubiese elogiado su intervención.

ELO – En efecto… ese HaFuno al que hace referencia tuvo un papel muy importante en el desarrollo de los acontecimientos. Si no hubiera sido por él, probablemente no existiría el anillo celeste, y aún viviríamos en la madre Ictæria. O quizá ya no viviríamos en absoluto. Sus infames acciones sin duda propiciaron ese trágico desenlace, y lo agilizaron. Pero esa no es la respuesta a la pregunta que les he formulado. El motivo por el que los HaGrúes consiguieron llegar tan lejos, poniendo en peligro el árbol de Ymodaba, no fue más que un prodigio. Uno de tantos que se habían descubierto con el paso de los ciclos. Uno entre cientos de ellos. Uno especialmente práctico y poderoso, que hasta el momento no sólo era inofensivo, sino que había permitido que el Imperio de antaño se expandiese hasta los confines más recónditos del planeta. Ese prodigio era la creación de portales.

            El profesor Elo se mantuvo unos instantes saboreando el silencio y las miradas cómplices entre sus pupilos.

ELO – No voy a entrar en detalles, pero su funcionamiento radicaba en la superposición de un material en dos lugares distintos. Siguiendo un complejo ardid de prodigios se propiciaba la creación de un portal que, al estar dichos materiales en dos lugares simultáneamente, permitía al usuario trasladarse de un punto a otro en un abrir y cerrar de ojos. Tan solo cruzando su umbral, se podían salvar decenas, cientos, miles de zancadas. Imagínense lo que eso supuso en su tiempo para el traslado de HaFunos, mensajes y bienes. Dicho prodigio, hoy, es un tema tabú, y no deberán hablar de él en público, jamás, ni siquiera con sus seres queridos. Su uso está estrictamente prohibido y cualquiera que sea sorprendido tratando de hacer uso de él, será castigado con la pena capital. No estoy de broma. Ni yo ni ninguno de mis colegas les vamos a enseñar a practicarlo en la Universidad, pero por un sencillo motivo: ni siquiera nosotros sabríamos cómo hacerlo. Durante la Gran Guerra se destruyeron todos los portales de Ictæria. Fue gracias a esos portales que los ejércitos HaGrúes consiguieron invadir las principales capitales, y a punto estuvieron de llegar hasta aquí. Fue una decisión muy dura, pero no nos podíamos permitir que llegaran al Templo y se hicieran con él. Es nuestro deber como HaFunos, desde la Creación, proteger el árbol que nos dio la vida, por quien el mismísimo Ymodaba perdió su inmortalidad. No podemos volver a cometer ese error. Tal como les contaba, se destruyeron todos y cada uno de los portales. Paralelamente, se quemaron todos y cada uno de los libros que contenían referencias sobre cómo ejecutar dicho prodigio. Tan solo los taumaturgos de la época conservaban esa información en sus memorias, y cuando ellos murieron, ésta murió con ellos. Nosotros hoy no disponemos de información para restaurarlos. Y es así como debe ser. No sólo está terminantemente prohibido replicar dicho prodigio, sino que si jamás cualquier taumaturgo del anillo sospecha que otro compañero está intentando hacerlo, es su obligación delatarle y llevarle ante el Tribunal de Justicia. Es nuestro deber como taumaturgos conocer la Historia para no repetirla. La creación de portales… Hay corrientes que dicen que fue el mayor avance de la disciplina de la ingeniería en toda la Historia, pero estuvo a punto de acabar con todos nosotros. Estuvimos próximos a la extinción, igual que los HaGapimús, por haber apuntado demasiado alto. Si algo les debe de quedar claro, es que nos jugamos mucho en su momento, e incluso hoy, todavía no estamos a salvo. Tan solo hay que mirar al abismo y ver esa espantosa Torre para entender que los HaGrúes, por más ciclos que han transcurrido, no están dispuestos a cejar en su empeño. Por fortuna, nosotros estamos más que protegidos aquí en el anillo, pero lo único que hemos hecho es ganar algo de tiempo. Si alguna jornada, Ymodaba no lo quiera, consiguieran llegar hasta aquí, no serán los pastores ni los cocineros, los constructores ni los artesanos los que nos protejan de ellos. Seremos nosotros, los taumaturgos, quienes debemos velar por la seguridad de nuestros semejantes, haciendo uso del don que Ymodaba nos regaló. Por eso es importantísimo que presten mucha atención en sus futuras clases en la disciplina de artes bélicas. Que ellos son mucho más fuertes que nosotros es un hecho contra el que no podemos luchar. Ymodaba los creó así, y nosotros no debemos juzgar sus designios. Sin embargo, la taumaturgia, que es lo que nos diferencia de ellos, es la que nos garantizará el éxito si jamás consiguieran llegar hasta nuestro refugio en los cielos, del mismo modo que fue ella la que nos salvó de la extinción.

            Por primera vez en mucho tiempo Måe comprobó que sus compañeros estaban genuinamente interesados por lo que les explicaba el profesor Elo. Uli, en especial, se mostraba prácticamente extático. Al fin y al cabo, Elo no les había enseñado nada nuevo, sino que les había expuesto la existencia de un prodigio cuyo poder era inimaginable hoy, y que además estaba olvidado y prohibido, por lo cual resultaba aún más exótico. Las siguientes dos llamadas no fueron más que circunvoluciones alrededor de la misma idea: crear portales estaba prohibido y si les sorprendían siquiera pensando en restaurar aquél vetusto prodigio, serían castigados con todo el peso de la ley, y perderían sus astas por siempre. Elo no solía repetirse, ni sus clases solían resultar aburridas, pero parecía haber decidido hacer una excepción en ese caso, para gravar a fuego en sus jóvenes mentes aquél significativo mensaje.

Por fortuna, las campanas de la espadaña les salvaron, como ocurrían todas las jornadas. Måe lo agradeció, pues tenía los dedos doloridos de tanto escribir. Al salir de la Universidad, la joven HaFuna se encontró con Eco al pie de las escaleras que comunicaban con la gran plaza. Se alegró mucho al verle, y más aún cuando éste la invitó a cenar en un lugar bastante humilde pero donde ofrecían unos guisos exquisitos. Al parecer, al HaFuno le habían dado la tarde libre por su buen obrar en el gremio, y no se le había ocurrido mejor idea que pasársela enfrascado en sus estudios en la vetusta Biblioteca Central.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    Algún HaFuno que fue taumaturgo, se pasa su tiempo libre en la Biblioteca Central y ahora trabaja de mensajero puede que perdiese sus astas por juguetear con algo prohibido??? e__e

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