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Publicado: 29 enero, 2022 en Sin categoría

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Eco se encontraba en mitad del vestíbulo del gremio de mensajeros de Ictaria, con el mentón levantado, observando los hangares de las plantas superiores. El bullicio de HaFunos apresurados que iban y venían, corriendo de un lado a otro en todas direcciones y en todos los pisos, resultaba abrumador. Este nada tenía que ver con el gremio en el que él había trabajado los últimos ciclos.

            Pasó de largo la recepción y se dirigió hacia las ventanillas de asignación, en la parte trasera del vestíbulo. Allá de donde él venía, ese trabajo lo hacía el personal de recepción, pero ahí había casi una docena de ventanillas, y en ese momento, había HaFunos haciendo cola en todas ellas. Tomó la última posición de la cola que tenía más próxima, mientras recordaba con una sonrisa en el hocico a Eri. De haber estado en Hedonia, sin lugar a dudas esa jornada habría desayunado uno de los deliciosos dulces con los que la HaFuna acostumbraba a agasajar a sus compañeros de trabajo. En Ictaria eso no parecía siquiera tener cabida. Había tantos HaFunos en el gremio, que la enorme mayoría no debía siquiera conocer al resto. Allá todo era más serio, más institucional. Más aburrido.

Finalmente atendieron a la HaFuna que tenía delante, y Eco tomó posición tras aquella curiosa ventanilla de madera tallada, de color azul intenso por la reciente capa de barniz con la que la habían tratado. Al otro lado había una HaFuna con las astas podadas y llenas de crema regeneradora, que ostentaba unas grandes ojeras y cara de pocos amigos.

ECO – Soy el nuevo mensajero. Gör me dijo que… debía incorporarme hoy. Mi número es…

            Eco se llevó una mano a la placa que pendía de su pecho y la acercó a la HaFuna, para que ésta pudiera leerla, poniendo en tensión la tela de su uniforme.

ASIGNADORA – Ya sé quién eres. Eco, ¿no es cierto?

ECO – El mismo.

La HaFuna no se molestó siquiera en levantar la mirada del escritorio al que estaba sentada, mientras buscaba algo entre los múltiples papeles que había encima, revolviéndolos, cambiándolos de sitio y volviéndolos a dejar donde estaban. Acto seguido se levantó, y le dejó a solas tras la ventanilla. El HaFuno que Eco tenía detrás bufó, indignado por la demora. Por fortuna, la asignadora no tardó mucho en volver. Sostenía una pequeña cuartilla, que revisó durante unos instantes antes de volverle a dirigir la palabra.

ASIGNADORA – Acompáñame.

            La HaFuna se levantó de su asiento y se dirigió hacia su izquierda, desapareciendo de nuevo de la vista de Eco. En esta ocasión, el HaFuno que había tras él comenzó a maldecir entre cuchicheos. Eco exhaló todo el aire que tenía en los pulmones, tratando de serenarse, y siguió a la HaFuna por la parte exterior de la zona de asignación, hasta que la perdió de vista. Llegó hasta una puerta y se quedó tras ella. Esperó y esperó, hasta que comenzó a dudar que hubiera hecho lo correcto. Un rápido vistazo a la ventanilla de la que venía le convenció de lo contrario. Aquél ansioso HaFuno había ocupado su lugar, pero hasta el momento nadie le había atendido. La puerta se abrió, y Eco dio un paso atrás.

            La asignadora llevaba una escoba en la mano y un gran saco hecho de hebras vegetales en la otra. Se lo ofreció todo a Eco. El HaFuno cuernilampiño dudó durante un instante, pero no cogió nada. Eso indignó a la asignadora aún más.

ASIGNADORA – Tengo mucho trabajo. ¿Quieres hacer el favor de coger esto?

ECO – ¿Disculpa?

ASIGNADORA – Esta es tu asignación. Coge la escoba.

            La asignadora prácticamente se la tiró, y Eco no pudo menos que atraparla. También tomó el saco.

ECO – Perdona, pero… creo que se trata de un error. Soy integrante del gremio.

ASIGNADORA – Lo sé.

ECO – Pero…

ASIGNADORA – Esta es tu asignación. ¿Qué es lo que no entiendes? Tienes que ir al hangar treinta y cuatro. Pregunta por el responsable y él te dará más indicaciones. Toma.

            La HaFuna se sacó la cuartilla doblada del bolsillo frontal de su uniforme y se la entregó a Eco. En ella había escritos a mano varios números, uno debajo del otro.

ASIGNADORA – Ahí lo dice todo. Empiezas por el treinta y cuatro, y cuando acabes, vas haciendo el resto, en el orden que marca la nota. Cada llamada tienes que limpiar por lo menos dos hangares, y ya vas tarde. Al acabar el turno, devuelve la escoba a mis compañeros, ¿entendido?

            Eco se quedó quieto donde estaba, sin saber qué responderle. La asignadora resopló, se dio media vuelta y cerró la puerta con un sonoro portazo, que el jaleo del resto de trabajadores enseguida ahogó.

ECO – Que tengas tú también una buena jornada.

            Eco se quedó inmóvil donde estaba durante unos instantes, reflexionando sobre lo que acababa de ocurrir, sujetando con una mano la escoba y con la otra el saco. Respiró hondo, exhaló lentamente, y se dirigió hacia el ascensor más cercano, mientras estudiaba la nota que la HaFuna le había entregado. Pese a que su sentido común le gritaba lo contrario, Eco concluyó que la asignadora debía estar en lo cierto, pues su número de placa coincidía con el que había escrito en la parte superior de la cuartilla.

            Los HaFunos con los que se cruzó le dedicaron miradas furtivas. Un HaFuno sin astas sujetando una escoba por los pasillos del gremio, ataviado con el uniforme de mensajero, no era la visión más habitual. Consiguió subir a uno de los ascensores, que no comenzó a elevarse hasta que estuvo tan lleno que no cabía nadie más dentro.

            El hangar treinta y cuatro estaba en el piso más alto del edificio del gremio. Por fortuna, allá dentro estaba todo escrupulosamente indicado con carteles, y resultaba prácticamente imposible desorientarse. Enseguida llegó a su destino. No había cruzado siquiera la puerta cuando un HaFuno que había dentro, dando voces a un par de HaFunas que estaban cargando una nave llena hasta la bandera de paquetes, le vio y se dirigió hacia él a toda prisa.

RESPONSABLE – Bendito sea Ymodaba. ¡Por fin! Llevan tres jornadas sin limpiar aquí. Está todo hecho una pocilga. ¡Ven!

            Eco asintió y siguió al responsable sin abrir la boca, mientras éste le indicaba por dónde debía empezar a limpiar.

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