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Publicado: 2 agosto, 2022 en Sin categoría

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MÅE – Intenta no moverte demasiado, o… por lo menos no hacer gestos bruscos con ese hombro. Te lo he arreglado para que te aguante el resto de la jornada, y no debería pasarte nada, pero… tal y como está no te durará mucho. Hay que coserlo mejor, con un hilo más fuerte y… arreglar lo que se ha deshilachado, para que no vaya a peor.

            Bim asentía a medida que la joven HaFuna le daba sus indicaciones. A su parecer, la enmienda ya era más que suficiente, pero confió en su buen juicio.

MÅE – Luego, al salir por la tarde, espera a que salga yo y dámela, ¿vale? ¿Salís a la misma llamada que nosotros, no?

BIM – Sí, aquí entramos y salimos todos juntos. Da igual el curso en el que estés.

MÅE – Genial. Pues cuando salgas, espérame en la entrada, antes de bajar las escaleras. Me la dejas y yo esta noche te la coseré bien, para que puedas seguir utilizándola tranquilamente el resto del curso. Te quedará como si fuera nueva.

            El fornido HaFuno se acercó a Måe y la estrechó en un fuerte abrazo. Mucho menos fuerte de lo que podía permitirse, pero lo suficientemente fuerte para que la joven HaFuna notase su hondo agradecimiento.

BIM – Te debo una bien gorda.

MÅE – Ya ves tú lo que me cuesta a mi eso. Además, que disfruto haciéndolo. No me debes nada, Bim.

            Bim negó con la cabeza.

BIM – No sé ni cuándo ni cómo, pero te debo un favor enorme. Si jamás necesitas algo, tan solo avísame y ahí estaré.

            Måe sonrió. Estaba a punto de ponerse a llorar, cuando el HaFuno la agarró del antebrazo.

BIM – Va, corre, vente. Que te he entretenido mucho y no vas a tener tiempo para comer.

            Ambos abandonaron el aula a toda prisa y se dirigieron a la cantina. Los pasillos estaban completamente desiertos, lo cual, no por menos previsible, llamó poderosamente la atención a la joven HaFuna. Fueron hombro contra hombro. Bim no hacía más que azuzarla para que se apresurase.

Al entrar a la cantina, Måe giró instintivamente el cuello hacia la mesa que solía ocupar Uli y su séquito de fieles seguidores. Siempre lo hacía. El HaFuno la observó, con su habitual mirada de superioridad y desprecio, al tiempo que Bim la sujetaba por los hombros y la llevaba a la mesa donde les esperaban Nåk, Rha y Tac, que estaban acabando de comer.

BIM – Tú siéntate. Ya me encargo yo de traerte la comida.

MÅE – No hace falta, en serio. Puedo ir yo a buscarla.

BIM – Insisto. Es lo mínimo que puedo hacer. Tú sólo siéntate.

MÅE – Bueno, como quieras…

            Måe, aunque algo sobrecogida por la situación, se acercó algo más a la mesa. Rha apartó la silla que había junto a la suya y se la ofreció para tomar asiento, con una radiante sonrisa en el rostro. El trato que estaba recibiendo de esos HaFunos era tan diametralmente opuesto al que había obtenido por parte de sus compañeros de clase, que la HaFuna se sentía de nuevo al borde de llanto. Finalmente tomó asiento, visiblemente sonrojada. Tan pronto Bim les dejó solos, los tres HaFunos centraron sus miradas en ella.

NÅK – ¿Por qué has salido tan tarde, Måe?

RHA – ¿Qué habéis estado haciendo?

MÅE – Bim tuvo un problemilla y… me pidió ayuda.

TAC – ¿Qué le ha ocurrido?

MÅE – Se le había desgarrado el hombro de la túnica. Lo tenía… casi suelto. Le he dado un par de puntadas para que le aguante el resto de la jornada, pero… nada importante.

NÅK – Os dije que sabía coser muy bien, ¿o no os lo dije?

RHA – Me imagino cómo debía estar Bim, pobrecillo.

NÅK – ¡Ni que lo digas!

MÅE – ¡Será para menos! Un pequeño accidente como ese le puede pasar a cualquiera.

TAC – Ahí es dónde te equivocas, Måe. Bim estudia artes bélicas. Su profesor es el HaFuno más estricto que yo he conocido jamás.

            Måe se sorprendió al comprobar que tanto Nåk como Rha asentían con seriedad ante el comentario de Tac.

TAC – Ese HaFuno está esperando el más mínimo desliz para ponerte en evidencia delante de los demás y darte un castigo público. A mi una vez me tuvo dos jornadas seguidas sentado de cara a la pared, sin poderme girar a prestar atención a la lección, tan solo por haber llegado al aula después que dejase de sonar la última campanada.

            Los tres se giraron hacia la mesa donde comían los profesores, pulcramente ataviados con sus blancas túnicas. La joven HaFuna les imitó. El profesor Tül era un HaFuno anciano, no muy alto y bastante delgado, con el furo piloso muy, muy corto y cara de pocos amigos. A ella no le había llamado especialmente la atención cuando el profesor Elo le había presentado, al inicio de curso, junto al resto de profesores de disciplinas, pero tenía el firme propósito de seguir los consejos que le estaban brindando. Raramente podrían equivocarse los cuatro, en idéntico juicio.

NÅK – Bim hace bien de estarte agradecido. Si Tül le llega a ver con la túnica rota, capaz hubiera sido de hacerle pasar el resto del curso en calzones.

MÅE – ¿No estáis exagerando?

TAC – Måe, corazón. Haznos caso y ándate con mucho ojo con él, cuando empecéis con las clases de disciplinas. Intenta no abrir el hocico a no ser que se te pregunte, y mantén el perfil lo más bajo que puedas. No te interesa ser el centro de atención ni darle motivos para enfadarse. Y te garantizo que ese tipo se enfada con mucha facilidad.

MÅE – Gracias… gracias por el aviso. Lo tendré en cuenta.

            Finalmente Bim volvió con ellos, sosteniendo una de aquellas feas bandejas grises en cada mano. Colocó una en la mesa frente a Måe, y él tomó asiento junto a Tac. Empezó a deshacerse en elogios hacia ella, y por más que Måe trató de quitarle hierro al asunto, todos se pusieron de acuerdo para no dar crédito a sus palabras. Esa fue la primera jornada que comieron los cinco juntos, pero no sería la última.

Al sonar la siguiente llamada, cada cual se dirigió hacia su respectiva aula, salvo Rha y Nåk, que compartían disciplina. La joven HaFuna se demoró algo más, y se dirigió hacia el patio interior de la Universidad. Revisó a conciencia las copas de los árboles, pero no fue capaz de ver a aquél pequeño cromatí, que había sido su único amigo en Ictaria hasta el momento. Dejó el trocito de pan que había reservado para él entre la roja yerba, echó un último vistazo, y se dirigió de vuelta a clase. El cromatí, que la había estado esperando todo ese tiempo, y que la estuvo observando cuando salió al patio, camuflado entre las hojas, esperó que se marchase para bajar del árbol y darse un festín con aquél pedazo de pan mojado en néctar de moarina.

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