138

Publicado: 16 May, 2023 en Sin categoría

Eco llegó de vuelta al gremio de mensajeros prácticamente arrastrando las patas, de tan cansado como estaba. Esa había sido una jornada muy larga y especialmente dura. Pese a que al volver a casa siempre trataba de disimularlo frente a Måe, ese trabajo estaba acabando poco a poco con su paciencia. Llevaba ya demasiadas jornadas seguidas haciendo ese mismo tipo de entregas. No obstante, pese a haberlas aborrecido, estaba firmemente dispuesto a seguir con ellas tanto como fuera preciso. Esa había sido su decisión, y pese a las circunstancias, no se arrepentía de haberla tomado. Todo HaFuno merecía recibir el mismo servicio, independientemente de su estatus o de dónde pudiera permitirse residir.

            Esa mañana, la asignadora le había entregado una ruta aún más rocambolesca que la de la jornada anterior a la visita del nimbo. Resultaba evidente que estaba disfrutando de lo lindo torturándole, ofreciéndole las peores rutas imaginables, dedicándole un tiempo especial a llevarle a los lugares más recóndigos, peligrosos, marginales o de peor acceso. Él, por su parte, se limitaba a agradecerle su trabajo con una sonrisa en el rostro todas las mañanas. Era un HaFuno orgulloso, y jamás reconocería que había tomado una decisión cuanto menos cuestionable. Al menos podía hacerlas volando, lo que contrarrestaba en cierto modo lo poco apetecibles que le estaban empezando a resultar.

            Ni una sola vez desde que iniciase esa nueva etapa laboral había obtenido una ruta ni remotamente cercana a El abrazo de Tås. Y pese a que todas las mañanas se prometía desviarse hacia allí al terminar su servicio, finalmente acababa tan cansado que no le apetecía, por más que tenía muchas ganas de charlar con Aru. Albergaba especial interés por que le pusiera al día, después de la última conversación que habían mantenido.

            El HaFuno cuernilampiño llevaba en las manos un buen puñado de mensajes que había recogido de la cara inferior del continente. La mayor parte de su trabajo se centraba en entregarlos, pero al visitar zonas tan inhóspitas y poco frecuentadas, otra pequeña parte consistía en recoger otros, y llevaros al gremio para que desde ahí se distribuyesen por todo el anillo. Habida cuenta que dicho trabajo no era urgente, pensó en volver al molino y entregarlos la mañana siguiente, pero enseguida desestimó esa posibilidad: quería irse a dormir con la faena hecha y la conciencia tranquila. No le gustaba dejar las cosas a medias.

            Dejó los mensajes en uno de aquellos carros con ruedas y abandonó el gremio. Esa fría tarde no estaba especialmente concurrido. No llevaría recorridas ni quince zancadas cuando escuchó que alguien gritaba su nombre. Eco se puso en tensión, dispuesto a salir volando al menor atisbo de peligro. Al girarse, no obstante, vio al orondo maestro de su gremio, a Gör, resoplando para seguirle el ritmo. Agitaba su brazo para llamarle la atención. Eco sonrió al verle. Hacía mucho tiempo, demasiado para su gusto, que le había perdido el rastro.

GÖR – ¿Cómo va el trabajo, Eco?

ECO – Bien…

GÖR – ¿Seguro?

ECO – No, sí… Tranquilo. He estado bien. Aunque… entre tú y yo, todo esto me queda un poco pequeño.

            Gör dio una risotada, que acompañó de un fuerte golpe en el hombro del HaFuno cuernilampiño.

GÖR – Lo lamento, pero… me demoré mucho más de lo que pensaba en volver.

El maestro mostró una gran sonrisa llena de dientes amarillentos de tantos ciclos fumando aquellos apestosos puros.

GÖR – ¿Tienes tiempo?

            Eco frunció el entrecejo, curioso. Gör parecía de mucho mejor humor que la última vez que se habían visto.

ECO – Sí… Iba ya para casa, a cenar, pero… puedo esperarme un rato.

GÖR – Acompáñame. Conozco un sitio que te va a encantar.

            El HaFuno cuernilampiño siguió a su maestro de gremio por varias calles y avenidas de la capital del anillo celeste, hasta dar con un local pintoresco pero de aspecto muy elitista, frente a una gran plaza a la sombra de grandes árboles de perennes hojas moradas. Ambos tomaron asiento en un reservado con chimenea privada, y Gör pidió un par de licores con hielo a un mesero que se dirigió a él por su nombre. Al parecer, debía ser cliente habitual. El mesero volvió enseguida y les entregó sendos vasos hasta arriba de hielo de un curioso color turquesa. Azuzado por su maestro de gremio, Eco tomó un breve sorbo de aquél licor afrutado, y de poco no lo escupe de cuan cargado estaba. No recordaba haber bebido nada con tanto alcohol en mucho, mucho tiempo.

GÖR – No me voy a andar con rodeos. Tengo un nuevo trabajo para ti.

            Eco se esforzó tanto como pudo por mostrar su cara más neutra, pese a que gritaba de alivio en su interior.

GÖR – Esta vez va a ser lejos. Muy lejos. En la otra punta del anillo. Por lo cual… será mejor que te despidas de tu familia, porque vas a estar una buena temporada sin verla.

            El HaFuno cuernilampiño no pudo evitar esbozar una sonrisa. Gör la vio, y la correspondió con otra idéntica. Eco llevaba desde antes de trasladar el molino a Ictaria, desde antes incluso de la ceremonia de graduación de Måe, sin recibir un encargo de esa índole. Estaba que no cabía en sí de gozo, pues era lo que llevaba esperando tantísimo tiempo. Le dio otro trago a aquél licor de sabor infame. Estaba de tan buen humor, que incluso le supo bien.

GÖR – No te envío ahí porque seas el más rápido. Eso ya me lo has demostrado con creces con anterioridad. De todos modos, se trata de un mensaje muy importante. Te he escogido porque creo que puedo confiar en ti para un trabajo de este tipo. No… No se trata de una entrega normal. Es más…

ECO – Si no debo saber nada, es mejor que no me cuentes nada. Yo soy un mensajero profesional y discreto.

GÖR – Tampoco es eso, pero… Es que es importante que sepas lo que te traes entre manos. Hagamos una cosa. Descansa bien esta noche, y mañana te quiero en mi despacho a la cuarta llamada. Te explicaré en qué consiste todo.

            El maestro se acabó su licor de un trago, se levantó de la mesa con mucho ímpetu y plantó un buen puñado de cuentas sobre el mostrador, al tiempo que llamaba la atención del mesero.

ECO – Muy agradecido.

GÖR – Tonterías. Bueno… te dejo con tus cosas. Que… tendrás mucho que preparar para tu partida.

            Eco se dio por aludido, le ofreció un cortés asentimiento de sus ausentes astas y se marchó de aquél local. Se esforzó tanto como pudo por ignorar las miradas de rechazo que le ofrecían los demás clientes. Al fin y al cabo, un HaFuno sin astas no era bienvenido en esos círculos. Estaba que no cabía en sí de gozo, y volvió al molino sin parar de darle vueltas a la cabeza.

Deja un comentario