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Publicado: 19 julio, 2022 en Sin categoría

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Måe miró por enésima vez a través de los grandes ventanales. Pese a encontrarse en órbita por debajo del continente, estaban a suficiente distancia de éste para poder disfrutar de luz natural prácticamente toda la jornada sin apenas eclipse alguno, salvo al mediodía. Las aspas del molino se mecían libremente a merced del viento, con un ritmo y un sonido que resultaban tranquilizadores y casi hipnóticos. El sol azul estaba ya a punto de sumergirse en el horizonte de Ictæria, pero Eco aún no había vuelto.

Esa sería una noche total, pero por fortuna Snï estaba a su lado, revoloteando tranquilamente a su alrededor, fuera del quinqué, manteniendo a raya la oscuridad que tanto la incomodaba desde pequeña. La HaFuna no había vuelto a tener miedo a ese respecto desde que el espíritu ígneo ingresara en su pequeña familia, y eso se lo debía a Eco. El HaFuno lo había traído consigo en uno de sus frecuentes y largos viajes como mensajero, en los que la HaFuna pasaba en ocasiones hasta decenas de jornadas seguidas conviviendo con la familia de Goa, que había sido lo más parecido a una hermana que había conocido jamás.

            Esa jornada el HaFuno no había ido a trabajar, por un motivo que Måe no había acabado de entender del todo cuando se lo explicó. En cualquier caso, se alegró por él, pues resultaba evidente que, al igual que le había pasado a ella, y por más que ambos se esforzaban por minimizar su malestar frente al otro por no preocuparse mutuamente, sus inicios en Ictaria no habían sido del todo sencillos ni agradables. Esa mañana le había dicho que intentaría no llegar tarde, pero al parecer se había entretenido más de la cuenta. La joven HaFuna quería convencerse que se le habría hecho tarde leyendo uno de aquellos viejísimos libros de Historia que tanto le gustaban, pero mentiría si hubiera dicho que no estaba algo preocupada por él. Ictaria, y sobre todo su parte inferior, no eran lugares tranquilos, serenos y hogareños, como sí lo era Hedonia. Y mucho menos cuando caía la noche.

            La panza de Måe rugió, exigiendo su tributo en forma de cena. La joven HaFuna había estado tan enfrascada ultimando los detalles del tocado que no había vuelto a probar bocado desde el mediodía, y estaba francamente hambrienta. Además, y como había cogido por costumbre las últimas jornadas, había compartido su rancho tanto con el pequeño cromatí que vivía en el patio interior de la Universidad como con el mendicante que frecuentaba la zona donde ella tomaba el ascensor para cruzar el continente de un extremo al otro, por lo cual había comido menos que de costumbre. Desde que volviera de la Universidad, la joven HaFuna había estado trabajando sin descanso en su pequeño gran proyecto de costura. Le quedaba tan poco para acabar, y estaba tan ilusionada por hacerlo, que ignoró de nuevo la llamada de la naturaleza.

            Esa tarde se encontraba de muy buen humor. Pese a que no había podido compartir mucho tiempo con los amigos de Nåk, éste le había resultado más que suficiente para alejar de su pecho aquella desagradable opresión que había sentido desde la primera vez que se había encontrado con Uli a las puertas de la Universidad, al inicio del curso. Echaba muchísimo de menos a sus antiguos compañeros en Hedonia, y en especial a su mejor amiga, a Goa. Sus compañeros actuales le habían dado la espalda desde el primer día, sin duda azuzados por la presión social de no ganarse la enemistad del hijo pequeño del Gobernador y ello, por más que Måe se definía como una HaFuna fuerte e independiente, le había hecho mucha mella.

            Tan pronto había llegado al molino, y como de costumbre, se lo había explicado todo con pelos y señales a su particular amigo ígneo. Snï no entendía una palabra de lo que ella le decía, más allá de algunas órdenes que había memorizado con el paso de los ciclos, y sus reacciones tan solo se basaban en el tono de voz y la comunicación no verbal, pero para ella, en ausencia de Eco, el pequeño fuego fatuo resultaba el mejor confidente imaginable. Le explicó cómo de alto y fornido era Bim, con su voz grave y su semblante afable, lo increíblemente bellas que eran las astas de Rha, subrayadas por aquella melodiosa voz, y cuán erudito, culto y educado le había parecido Tac. Estaba deseando volver a la Universidad para reunirse de nuevo con los cuatro, y poder conocerles mejor. Y eso era algo que no le había ocurrido jamás desde que comenzase el curso.

            Sonrió abiertamente al dar la última puntada. Sujetó el tocado con ambas manos, lo más lejos posible de sí. Lo giró en una dirección y luego en la otra, para contemplarlo en su totalidad.

MÅE – ¿Qué te parece, Snï?

            El fuego fatuo chispeó un poco, mientras agitaba la cabecita ardiente arriba y abajo, con nerviosismo. Le encantaba ser el centro de atención, aunque fuese tan solo por un instante, y adoraba a Måe por encima de todas las cosas. El sentimiento era mutuo. La joven HaFuna se puso el tocado con delicadeza sobre la cabeza, sorteando sus incipientes astas para no estropearlo, y adoptó una pose altanera, con el mentón en alto y los ojos entrecerrados, mientras el espíritu ígneo la observaba embelesado con aquellos ojitos negros tan expresivos.

MÅE – Mírame, Snï. Soy la nieta de un terrateniente. Ríndeme pleitesía, vulgar plebeyo.

            Snï chispeó de nuevo, brillando de un morado intenso. La joven HaFuna siguió con su particular teatro, metida en el papel de una noble icteria que se dirigía a la dorma principal a comprar vestidos de gala y zapatos, hasta que al girarse vio la puerta del molino abierta, y a Eco con los brazos cruzados, apoyado en el marco, observándola, aguantándose las carcajadas. Måe corrió hacia ahí y frotó su mejilla con la de él. El fuego fatuo se metió en el quinqué por iniciativa propia, sin que Eco le tuviera que decir nada.

ECO – Te veo de muy buen humor, hoy, Måe.

MÅE – Sí. ¡Por fin he acabado el tocado!

ECO – Ya veo, ya… Me alegro. Te ha quedado muy florido, muy… bonito. ¿Has cenado?

            La joven HaFuna negó con la cabeza, sin apartar de su rostro aquella bonita sonrisa.

MÅE – No… Te estaba esperando.

ECO – Yo he cenado fuera, pero te he traído esto.

            Eco le mostró el contenido de un pequeño hatillo que llevaba aferrado al cinto. Era una ración más que generosa del mismo guiso que había tomado él en El abrazo de Tås. A la joven HaFuna se le hizo la boca agua tan solo notar el agradable olor que desprendía. Con la ayuda de Snï, calentaron la cena, y ambos se pusieron a charlar distendidamente mientras la joven HaFuna se alimentaba, hasta que fue noche cerrada. Eco se sintió ampliamente satisfecho al descubrir aquél drástico viraje en el estado anímico de Måe, por quien había estado francamente preocupado desde que ésta iniciara sus estudios de gremio.

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