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Publicado: 4 diciembre, 2021 en Sin categoría

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UNA – ¿Y cuánto te pagan a cambio?

MÅE – Nada. Las labores no son… un trabajo. No… no te pagan cuentas por hacerlas. Es… como… una ayuda a la comunidad. Todo el mundo tiene que hacerlas. Y todo el mundo se beneficia del trabajo común. Es más una obligación… moral.

UNA – No lo entiendo.

MÅE – Los pensadores se reúnen todas las jornadas con los jefes de los gremios, y acuerdan las… labores que se tienen que hacer esa jornada, según las necesidades. Y entonces… vamos a la dorma por la mañana y… nos asignan alguna de esas labores. Cada día cambian.

UNA – ¿Pero entonces…? A ver si lo he entendido. ¿Estáis obligados a trabajar… pero no os pagan por ello?

MÅE – No nos pagan con cuentas, no. Pero… gracias a las labores podemos comer en el comedor de la dorma, tener cuidado el ganado de la comarca, iluminar las calles… También se construyen edificios, se limpian las calles… Es más divertido de lo que aparenta. Nunca sabes qué te va a tocar hacer cada nueva jornada, y… aprendes un montón de cosas útiles.

UNA – Y si… pongamos… Un HaFuno se niega a hacer las labores. Entonces… ¿no le dejan comer en la dorma, o… le echan de su casa?

MÅE – ¡No! El comedor de la dorma es público. Puede ir quien quiera y siempre se le servirá comida. En Hedonia nadie pasa hambre. También pueden ir a comer los forasteros. En Hedonia, todos los vecinos… hacen sus labores. A no ser que estén enfermos o sean ancianos o demasiado pequeños todavía… todo el mundo pone de su parte.

UNA – Qué raros sois los de las comarcas. Suena tan… idílico todo. Si eso lo hicieran aquí… te puedo jurar que la gente iría con capazos a la dorma a llevarse la comida para revenderla. ¡Se llevarían hasta los cubiertos metidos en los zapatos!

            Måe frunció ligeramente el entrecejo. Ella adoraba el estilo de vida de su amada comarca, y estaba tan sorprendida por la reacción de Una como ésta por cuanto ella misma le estaba relatando. Llevaban charlando más de una llamada, y Una había pedido una segunda ronda de batidos, de otro sabor aún más dulce y rico que el anterior. Pese a su miedo y reticencia iniciales, Måe estaba pasándoselo en grande, y ya no se sentía tan fuera de lugar.

MÅE – Y… ¿vives aquí, con tu familia?

UNA – No. Yo también vivo en una isla, pero… es una isla residencial.

MÅE – Vimos varias mientras veníamos hacia aquí, pero… yo nunca he estado en una.

UNA – ¿En serio? Pues por aquí hay un montón. Es que en el continente… ya no hay sitio. Mira que es grande, pero… ya no cabe nada más. Por eso empezaron a construir casas en las islas. No está muy lejos. Está en una órbita muy baja.

MÅE – ¿Y cuántas casas hay en cada isla?

UNA – Bueno… Eso depende de la isla. En la mía hay ocho. Pero… Son casas muy grandes, y… tienen bastante terreno alrededor. Nosotros tenemos un establo de kargúes. Mi madre los cría, los domestica y… los vende. Muchos de los que utiliza la Guardia ictaria vienen de su establo.

            Måe no pudo evitar recordar el divertido incidente que tuvo con una pareja de kargúes hacía varios ciclos, en compañía de Goa, y sonrió. Una se acabó de comer la pajita, y volteó la copa de batido, para aprovechar hasta la última gota.

MÅE – ¿Y tu padre en qué trabaja?

UNA – En el gremio de justicia. Es alguacil.

            Måe asintió. No sabía muy bien a qué se refería, pero debía ser algo importante, por el semblante orgulloso con el que Una lo decía.

UNA – ¿Cómo es el sitio del que vienes…? ¿Homonia?

MÅE – Hedonia.

UNA – ¡Eso!

MÅE – Es… un sitio hermoso. Te encantaría. ¡Y no lo digo porque yo venga de ahí!

UNA – ¿Pero… qué tiene de diferente con Ictaria?

MÅE – ¡Todo! Es que… no tiene nada que ver. Hay más… sitio. No está todo tan… apelmazado, tan… construido. Las casas son más pequeñas. No hay edificios tan altos, y… hay más árboles, más… vegetación. Más animales.

UNA – Suena interesante.

MÅE – Oye, ¿quieres verlo?

            Måe le ofreció su mano a Una, y ésta frunció ligeramente el entrecejo.

MÅE – Te lo puedo enseñar si quieres.

UNA – Con la…

MÅE – Sí. Con taumaturgia, claro. ¡Es muy fácil!

UNA – Es que… no sé…

            La joven HaFuna frunció el entrecejo por un instante. Se esforzó al máximo por alejar de su mente los prejuicios sobre el modo cómo el consejo de pensadores escogía a los nuevos estudiantes del gremio de taumaturgia. De lo que no cabía la menor duda, era que Una venía de alta cuna, pero si la habían escogido, bien debía ser porque había mostrado aptitudes. Sea como fuere, en un par de jornadas averiguaría si estaba o no en lo cierto, cuando comenzasen las clases y conociese al resto de sus compañeros.

MÅE – Ni te preocupes, Una, yo me encargo. Tú dame la mano, y… ya verás.

UNA – Vale.

MÅE – Cierra los ojos.

            Una acató la orden, y tan pronto sus manos se unieron, Måe comenzó a transmitirle sus recuerdos con aquél viejo y sencillo truco. Le mostró su escuela y al maestro Köi, la dorma llena hasta la bandera de HaFunos a la hora de la comida, algunas de las islas vírgenes que más frecuentaba con Goa, la cancha de krébalo donde tantas y tantas llamadas había pasado en su infancia, jugando con sus amigos… Le mostró incluso el crucial día de su asignación de gremio. Cuando separaron sus manos, Måe se quedó mirando expectante el rostro de Una, buscando cualquier atisbo de reacción. Su expresión, no obstante, resultaba francamente críptica. Parecía más pensativa que sorprendida o disgustada.

UNA – Tenías razón. Es… muy distinto a aquí. Pero es… bonito. La verdad es que sí. Yo es que… nunca he estado en las comarcas.

MÅE – Te encantaría. La vida es más sencilla y más… tranquila. Aquí parece que todo el mundo tenga prisa, todo el rato.

UNA – Sí… ¡Oye! La compañía es grata, Måe, pero… creo que me voy a tener que ir yendo ya. Hoy tenemos visita en casa, y si llego más tarde que los invitados, mi madre me va a echar bronca.

            Måe asintió, algo incómoda, y ambas se levantaron de la mesa y se dirigieron al mostrador.

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