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Publicado: 2 May, 2023 en Sin categoría

El ascensor dio el último traqueteo, delatando que el trayecto había llegado a su fin. La joven HaFuna había escogido ese método de transporte para ir a la Universidad porque aún se sentía incómoda por el mal trago que había pasado la jornada anterior en el Hoyo. Se desabrochó el cinturón al tiempo que la ascensorista, ataviada con aquél curioso uniforme y el gorro lleno de botones, abría la portezuela y la invitaba a salir, con la cabeza gacha en un perenne asentimiento de astas. Måe le dio las gracias y salió al vestíbulo. Abandonó el edificio por la puerta principal mientras miraba en derredor, embelesada. Por más veces que utilizase uno de aquellos ascensores, jamás dejaría de sorprenderse de la diferencia que había entre el punto de partida y el de destino. Allá afuera, el agradable aroma a petricor que había dejado el nimbo tras de sí lo invadía todo de un modo francamente agradable.

            Måe había salido pronto de la isla del molino esa mañana, inquieta de nuevo por la inminencia de los exámenes, pero ni por asomo tan pronto como la jornada anterior. Lo primero que hizo al despertarse fue asomarse a la ventana y comprobar aliviada que el nimbo ya había abandonado Ictaria. De nuevo en la parte superior del continente se sintió reconfortada al comprobar que no había rastro de él, mirase hacia donde mirase. El cielo estaba verde sin mácula, salvo por las múltiples islas errantes que hacían de satélites al gran continente. Incluso ambos soles surcaban la bóveda celeste, en apariencia muy próximos el uno al otro. No obstante, sí quedaban numerosas señales de la fugaz aunque virulenta visita del nimbo de la jornada anterior.

Esa era, de nuevo, una mañana fría, sensación acrecentada por el exceso de humedad que había en el ambiente. Los edificios orientados a noroeste, que aún no recibían la luz directa del sol azul, lucían sus fachadas todavía brillantes por cuan empapadas estaban. Las calles, por más que infinitamente más limpias que las de la cara inferior del continente, estaban mucho más sucias que de costumbre, llenas de hojas secas y de tierra que había traído el viento. Un regimiento de HaFunos ataviados con uniformes grises las barría y las limpiaba sin descanso, tratando de devolverles cuanto antes su pretérito esplendor.

            La joven HaFuna llevaba el abrigo que le había prestado Lia la jornada anterior dentro de un hatillo que sostenía con delicadeza entre ambas manos. Su objetivo era el de acercarse al mercado a tiempo de devolvérselo antes de dirigirse a la Universidad de taumaturgia, por más que ésta había insistido en que no era necesario, que podía quedárselo. No obstante, en su trayecto hacia la ciudadela, enseguida vio algo que la hizo cambiar de opinión.

Se trataba de Mio, el mendicante que frecuentaba esa zona implorando limosna o algo que echarse a la boca. A la joven HaFuna se le hizo un nudo en el estómago al ver su lamentable estado. Estaba tiritando de frío, y resultaba evidente que su ropa estaba todavía bastante húmeda. Måe no quería ni imaginar por lo que tendría que haber pasado la jornada anterior cuando el nimbo se hizo con Ictaria, sin poder caminar al carecer de patas, y sin un hogar en el que guarecerse. Y mucho menos la pasada noche, que fue especialmente fría, empapado.

Se acercó al mendicante, que se la quedó mirando con una expresión neutra en su avejentado rostro. La joven HaFuna se preguntó si la habría reconocido, pues no era la primera vez que cruzaba con él algunas palabras o le obsequiaba con algún pequeño bocado con el que alimentarse. Tragó saliva y deshizo el hato delante de él, mientras apresurados y malhumorados HaFunos les rodeaban para poder seguir adelante con sus quehaceres.

MÅE – Tenga.

            El mendicante miró el abrigo y volvió a mirarla a ella, cauteloso.

MIO – No puedo aceptarlo.

MÅE – No comprendo por qué no. Es un obsequio que le doy, para que pueda pasar algo mejor el invierno. Es un abrigo muy calentito, que además por fuera es impermeable. Le vendrá muy bien, se lo garantizo.

            El HaFuno la miró fijamente a sus bonitos ojos morados.

MIO – Pero entonces tú te quedarás sin. No sería correcto.

MÅE – Yo estoy bien cubierta con esta túnica. Además, es negra, que aguanta mejor el calor. Quédeselo, hágame ese favor.

MIO – ¿Estás segura?

            La joven HaFuna asintió, con una bonita sonrisa en el rostro. Mio deliberó durante unos instantes más, pero finalmente consintió en coger el abrigo. Lo sopesó y analizó el forro. Sus ojos comenzaban a adquirir un brillo característico.

MÅE – Hágame el favor de ponérselo, que le vendrá bien. ¿Quiere que le ayude?

            Mio, a duras penas aguantándose las lágrimas, asintió. Måe, ignorando las miradas juiciosas de los transeúntes, desnudó al mendicante y le ayudó a ataviarse con el abrigo. Pese a que a ella le venía algo grande, parecía haber sido confeccionado a medida para él: le sentaba como un guante. La joven HaFuna se sintió muy bien al ver asomar una tímida sonrisa en su rostro.

MÅE – ¿Le puedo preguntar su nombre?

MIO – Me llamo Mio.

MÅE – Encantada, Mio. Yo soy Måe.

            La joven HaFuna le brindó un asentimiento de astas, al que éste correspondió con lo poco que le quedaba de las suyas. Måe estaba muy intrigada por saber qué le había ocurrido para acabar así, con ambas patas amputadas y las astas hechas jirones, viéndose obligado a mendigar para poder sobrevivir. Pero no era el momento de ponerse a charlar.

MÅE – Lo lamento, pero tengo algo de prisa esta mañana, y he de marcharme. Que tenga un espléndido día, Mio.

MIO – Igualmente, joven. Que Ymodaba te acompañe.

            Måe le regaló de nuevo una sonrisa y prosiguió su camino, con bastante mejor cuerpo del que tenía al abandonar el edificio del ascensor. Durante un breve lapso de tiempo, incluso tuvo ocasión de olvidar el desagradable incidente con el taoré de la jornada anterior. Fue a medida que se acercaba a la Universidad, cuanto ese malestar se apoderó nuevamente de ella.

Esa mañana, la plaza frente a la Universidad estaba abarrotada. Al parecer, muchos de los HaFunos que acostumbraban a vivir en la residencia, pero que durante la libranza habían vuelto a casa de sus familiares, habían acudido bien puntuales. Esperaban a que tañeran las campanas de la espadaña para subir las escaleras e iniciar de nuevo las clases.

            Måe buscó con la mirada a sus amigos. No debería resultarle complicado divisarles, pues tan solo tenía que buscar dos túnicas rojas, una morada y una verde. No fue capaz de encontrarles, pero sí vio un grupito de alumnos ataviados con una túnica negra idéntica a la suya. Resultaban mucho más sencillos de distinguir entre semejante aro iris de túnicas de vivos colores. Una se giro, dándole la espalda a Uli, y al verla le regaló una breve sonrisa. Måe adoptó enseguida una expresión ceñuda y enfadada en su rostro, le giró la cara y siguió adelante, escaleras arriba. Ello hizo que Una frunciera ligeramente el ceño, confundida, pero la HaFuna enseguida se concentró de nuevo en la conversación que mantenía con los demás compañeros de primer curso.

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