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Publicado: 1 enero, 2022 en Sin categoría

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Todo el mundo guardaba un escrupuloso silencio, en aquél descomunal comedor con vistas al campo donde los kargúes pastaban alegremente. La visión era francamente sugestiva, pues aquella bonita panorámica era diametralmente opuesta al cruce de caminos por el que Una y Måe habían accedido a la finca familiar de la primera. Los ventanales mostraban la más que generosa extensión de terreno de la familia, así como un inmaculado horizonte verde donde casi no se veía una sola isla flotante, más sí un buen puñado de nimbos errantes en la lontananza. Las comidas con Eco en el molino eran siempre animadas y distendidas, y los silencios incómodos sencillamente no se contemplaban. Ahí todo era distinto, y Måe se preguntaba si ello estaba relacionado con su presencia, o si por el contrario esa era la tónica habitual, lo cual le hubiera parecido bastante triste.

            La mesa era a todas luces excesivamente grande y excesivamente larga para los pocos comensales que le estaban dando uso; tan solo ella, los cuatro hermanos pequeños de Una, su madre y la propia Una. La comida que había encima era excesiva, sencillamente excesiva. El padre de Una no acudiría a comer pues, según le había parecido entender que decía su madre, estaba muy ocupado en el gremio de defensa, y sus quehaceres le retendrían hasta bien entrada la tarde. De todos modos, su ausencia no justificaba semejante cantidad de comida, no si no pretendían recibir visitas, como era el caso.

Con lo que había sobre la mesa, bien podrían haberse alimentado no una sino cuatro o incluso cinco familias de idéntico tamaño. Con razón Una le había dicho que no debía preocuparse por avisar con antelación, pues con toda seguridad dispondría de más que suficiente para quedar ahíta. Måe no pudo evitar recordar a aquél pobre HaFuno mutilado que había encontrado en un par de ocasiones en las inmediaciones del edificio del ascensor desde el que se dirigía a la Universidad, y a su querida dorma en Hedonia. Jamás acabaría de comprender el sistema que tenían en Ictaria: a su juicio, no tenía ningún sentido que hubiera HaFunos pasando hambre, cuando otros acababan sin lugar a dudas teniendo que tirar la comida.

Acababan de servir aquél opíparo banquete, y Måe estaba atacada de los nervios. No era capaz de entender cómo se había metido en ese embrollo. Sentirse en todo momento observada por los miembros del servicio, que parecían hacer guardia a lado y lado de la puerta que comunicaba con la cocina, tampoco era de gran ayuda. El olor del guiso que tenía delante le hacía la boca agua, pero todos aquellos cubiertos que parecían entrecomillarlo la tenían francamente desconcertada.

Vio a dos de los hermanos pequeños de Una agarrar un muslo de endrita con la mano y llevárselo a la boca, y ello hizo que se relajase considerablemente. Se disponía a imitarles, cuando cruzó su mirada con la de Una, que se encontraba al otro lado de aquella ancha mesa, justo delante de ella. La HaFuna le hacía señas a Måe con los ojos bien abiertos, tratando de explicarle lo que debía hacer si no quería ponerla en evidencia delante de su madre y del servicio. En adelante Måe se limitó a imitarla, cual reflejo en un espejo, y ello la ayudó a templar sus nervios. Afortunadamente, la comida estaba exquisita.

            Salvo los más pequeños, que intercambiaban opiniones de tanto en tanto entre cuchicheos, y a los que su madre amonestaba por ello, la velada se produjo en el más estricto de los silencios. No fue hasta que todos hubieron acabado el postre, que la madre de Una rompió esa especie de sortilegio.

BEH – ¿Estás nerviosa por el inicio del nuevo curso, Måe?

MÅE – Mentiría si dijera que no, pero… estoy aún más ilusionada por todo cuanto nos van a enseñar. ¡La taumaturgia es un arte apasionante! Creo que hemos tenido muchísima suerte en que el consejo de pensadores haya decidido contar con nosotras.

BEH – ¡Así es como debe ser! A ver si aprendes un poco de ella, Una.

Una levantó la mirada. Había dejado todos sus platos a medias, y en esos momentos estaba aguardando a que infusionase un té de hierbas que desprendía muy buen olor. Måe echó un vistazo de nuevo a través de los grandes ventanales. El sol azul estaba empezando a coquetear con la línea del horizonte, y a ella aún le quedaba un largo camino por delante para volver a la isla del molino.

BEH – Una está más preocupada por hacer amigos que por aprender un oficio, y no es a eso a lo que uno va a sus estudios de gremio.

UNA – ¡Madre!

Måe se mordió el labio inferior, notando la tensión del ambiente.

MÅE – La compañía es muy grata, pero… creo que debería ir marchándome.

UNA – ¿Ya te vas? ¡Pero si todavía no te he enseñado los establos!

BEH – ¿Seguro que no quieres quedarte a dormir? Le puedo pedir al servicio que te acondicione uno de los dormitorios de invitados, no sería ninguna molestia.

MÅE – No, no. En serio. Agradezco mucho vuestra hospitalidad, pero… aún tengo que preparar algunas cosas antes que empiece el curso y… además, tengo el uniforme en casa. Y si no vuelvo, Eco se va a preocupar.

BEH – Comprendo…

MÅE – La comida estaba riquísima. Ruego transmitáis mis felicitaciones al cocinero.

            Beh cruzó una mirada extrañada con su hija, y se centró de nuevo en la invitada.

BEH – Ha sido un placer contar contigo. Esta es tu casa. Puedes volver cuando quieras.

MÅE – Muchísimas gracias. Sois unas anfitrionas de lujo.

            Madre e hija asintieron al unísono, con idéntica media sonrisa satisfecha en el rostro. La joven HaFuna se incorporó hacia donde los hermanos pequeños de Una jugaban, en uno de los extremos del comedor, con espadas de madera y balancines en forma de kargú.

MÅE – ¡Hasta luego, chicos, que paséis buena tarde!

            Los pequeños HaFunos levantaron la mirada un instante, pero enseguida siguieron jugando, como si nada. Madre e hija acompañaron a Måe de vuelta al camino que la llevaría a la lanzadera. En esos momentos estaba aterrizando de nuevo, por lo que no debería esperar para poder partir de la isla residencial. Måe entró a la nave y tomó asiento en una de aquellas cómodas butacas. Madre e hija se despidieron de ella con una sonrisa, cerrando y abriendo ambas manos. La nave comenzó a elevarse más y más. Incluso desde la generosa distancia que las separaba pudo ver que estaban hablando entre sí. Måe hubiera dado cualquier cosa por saber qué estaban diciendo.             Pese a que había sido una velada francamente agradable, tanto en su casa como en la de Una, Måe se sintió enormemente agradecida que hubiese llegado a su fin. Detestaba vivir en continua tensión, como si tuviera la obligación de demostrar algo, cuando a todas luces no era el caso. Eso en Hedonia no le había pasado nunca, y concluyó que en adelante debía plantearse las cosas de otro modo, si no quería que éstas acabasen afectándole a la salud y distorsionando sus prioridades. Sea como fuere, eso ya daba igual. Ahora debía a concentrarse en lo realmente importante: el inicio de sus clases de gremio la jornada siguiente.

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