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Publicado: 7 septiembre, 2021 en Sin categoría

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El HaFuno que había dado la señal de alarma, haciendo sonar la campana que había en lo alto del puesto de vigía, cejó en su empeño tan pronto se cercioró que todos los HaFunos que habían estado dentro de la cancha esférica se encontraban de nuevo en tierra firme. Éstos le agradecieron la generosa ayuda brindada con un educado asentimiento de astas, aún bastante agitados por lo ocurrido.

            Goa se acercó a Måe y posó una de sus manos en su hombro. La joven HaFuna salió momentáneamente de su ensimismamiento, le dedicó una fugaz mirada decorada con una sonrisa, y volvió a centrarse en el motivo por el cual se había cancelado el partido. Todo parecía apuntar a que el expirocombo se estrellaría contra la superficie esférica de la cancha, pero en el último momento viró su rumbo y comenzó a reseguir su superficie curvada con su elegante vuelo.

 Prácticamente al unísono, los HaFunos que hasta hacía tan poco habían estado jugando al krébalo emitieron un sonoro grito de frustración y rechazo al ver que la bestia encontraba uno de los aros, el que hasta el momento defendía el equipo en el que habían estado jugando Goa y Måe, y se metía dentro de la cancha. Si había alguna posibilidad que todo quedase en una anécdota y pudieran reemprender el juego enseguida, ésta se extinguió al mismo tiempo que el expirocombo comenzaba a dar vueltas alrededor del perímetro interior de la cancha, subiendo más y más cada vez, incapaz de encontrar la salida.

Los expirocombos eran unos animales realmente extraños. Únicos en su especie, tan solo vivían en las alturas, y pese a que eran voladores y en apariencia podían ir donde les viniese en gana, jamás se acercaban a tierra firme. Nacían y vivían volando, y no hacían otra cosa que ir de un lado a otro. Eran seres bastante lentos, que aunque tenían la capacidad de dirigir su vuelo, la mayor parte del tiempo se limitaban a dejarse llevar por las corrientes de aire caliente que surcaban el cielo, sin un destino aparente.

Se alimentaban de insectos, esporas y cuantos pequeños animales voladores encontrasen por el camino, aunque apenas necesitaban alimento para subsistir, y eran prácticamente inmortales. Su piel era pegajosa y servía a un tiempo de protección y de estómago, pues ésta era la encargada de digerir y procesar cuanto se ponía a su alcance.

Su principal fuente de energía eran los nimbos, a los que acostumbraban a traspasar de un extremo al otro, y la mera luz solar. Podían pasar decenas de jornadas sin alimentarse, y lo único que hacían era menguar en tamaño o deshacerse de alguna de sus extremidades para digerirla acto seguido. Pero eso sólo ocurría en casos muy extremos.

Se trataba de unas bestias de forma cilíndrica. No mucho más altos que un HaFuno incluso en su madurez, eran al menos veinte veces más largos. Uno de sus extremos acababa en una especie de boca en forma de pico por donde aspiraba el aire. El extremo opuesto estaba formado por una infinidad de cilindros más estrechos, como una miríada de tentáculos huecos acabados en forma de embudo, por donde expulsaba ese aire. Cuando no se limitaban a dejarse llevar por las corrientes de aire, lo que hacían era retorcer a conciencia aquella especie de tentáculos con el fin de propulsarse en la dirección deseada, aunque nadie comprendía muy bien cómo ni por qué, ya que eran ciegos.

Eran prácticamente transparentes e hipnóticamente bellos. Su piel refulgía con el brillo del sol, en especial cuando estaban mojados después de atravesar un nimbo, y proyectaba luces de todos los colores imaginables, incluso tiempo después que se pusiera el sol. En apariencia se trataba de animales torpes, estúpidos e incluso inofensivos, pero todos los HaFunos les tenían pavor, pues eran increíblemente venenosos. Se trataba de unos animales tan extraños y bellos como peligrosos.

            Su piel era viscosa y pegajosa, y estaba cubierta de una secreción blanquecina que era venenosa para los HaFunos. Si un volador despistado chocaba con uno y se manchaba el furo con aquella secreción, disponía de muy poco tiempo antes de comenzar a notar los primeros síntomas. Poco más tarde, perdería irremediablemente el conocimiento. No eran tóxicos como tal, ni siquiera letales, pero provocaban en ellos un estado semicomatoso que bien podía llegar a durar un par de jornadas en el peor de los casos antes de remitir.

            Les tenían especial pavor los HaFunos que acostumbraban a volar largas distancias entre comarcas, pues si lo hacían a solas, como era bastante frecuente, tenían muy poco margen de tiempo para reaccionar antes de caer en un sueño que les aseguraba un pasaje con el que acabar hechos papilla en la superficie de Ictæria.

            Visto que el expirocombo tardaría aún bastante tiempo en abandonar la cancha, y que aunque lo hiciera enseguida, ésta debería ser desinfectada a conciencia, pues no paraba de golpearse con las paredes manchándolas de aquella especie de gel, tratando de encontrar el camino de salida, los HaFunos dieron por empatado a tres bandas el partido y asumieron que no podrían finalizarlo.

La mayoría de ellos decidieron dirigirse a la taberna de ese pequeño islote del archipiélago, a seguir juntos la velada, que para muchos sería la última que compartirían. Toda la comarca sabía que ya eran adultos, no en vano la práctica totalidad de Hedonia había presenciado su ceremonia de graduación, de modo que podrían consumir bebidas espirituosas sin necesidad de poner a nadie en un aprieto.

            Måe sorprendió a Goa al pedir un vaso de leche de mípalo con unas gotitas de néctar de moarina, y no una jarra de zamosa caliente como el resto de sus compañeros. Tenía el estómago algo descompuesto por los nervios del inminente viaje, y no le apetecía empeorarlo aún más. Se les acabó haciendo de noche contando batallitas sobre cuanto habían vivido juntos todos esos ciclos desde que eran cachorros, entre jarra y jarra. Rieron rememorando las ocurrencias y las rabietas del viejo maestro Köi, recordando y brindando por quienes ya se habían marchado, y elucubrando sobre cómo serían sus vidas en adelante como aprendices de gremio.

            Måe fue la protagonista involuntaria de la mayoría de cuchicheos, habida cuenta de su inesperada asignación de gremio, y de la inverosímil visita del Gobernador para ofrecérsela. No obstante, como se encontraba entre amigos, prácticamente en familia, tuvo ocasión de desahogarse, y le sirvió para poner las pezuñas en la tierra y coger algo de perspectiva. Adoraba a aquella tropa de torpes y asustados HaFunos, y les echaría mucho de menos. Pero al menos esa tarde, pudo disfrutar y reír en su compañía hasta que le acabó doliendo la panza.

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