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Publicado: 19 septiembre, 2023 en Sin categoría

MÅE – ¡Que no te engaño!

LIA – Me estás tomando el furo piloso. ¡Eso no tiene ningún sentido!

            Lia negó con la cabeza, con una media sonrisa dibujada en el hocico. Volvió a concentrarse en el intrincado bordado en el que estaba trabajando. Måe estaba indignada y algo entristecida porque su amiga no la creyese. Aunque a decir verdad, no era la primera vez que le ocurría algo parecido, y probablemente no sería la última.

MÅE – ¡Que no! Te lo estoy diciendo en serio, Lia. Todos son bienvenidos en el Gran Comedor. Todos, incluso los forasteros. Ellos más que nadie.

LIA – Entras, comes, y te vas. ¿Así de sencillo?

MÅE – Bueno… Sí. Algo así.

LIA – ¿Y quién prepara la comida, quien limpia los platos? ¿Quién paga todo eso?

MÅE – ¡Entre todos! Todos trabajamos por el bien común, con las labores. Una jornada te toca a ti limpiar, otra… preparar las mesas y servir la comida… Otra quizá estás de pinche de cocina. ¡Es divertidísimo! Yo las echo muchísimo de menos. Aprendes de todo, y conoces a un montón de HaFunos. Todos los vecinos nos conocemos entre sí, no hay extraños. Aquí… parece que cada cual vaya a la suya. Es todo… mucho más frío. Con las labores… todos se equiparan. Da igual que seas joven o anciano, que seas más fuerte o más débil, que vivas en una mansión o en una choza… Aunque en Hedonia… no hay mansiones.

            La hilandera seguía sin tenerlo del todo claro. Los HaFunos de las comarcas siempre le habían parecido muy excéntricos. Ella era mucho más conservadora.

MÅE – Ahí… la vida es muy distinta. Pero la llamada de la comida era lo mejor de la jornada. Veías a todos tus amigos, a los vecinos… Bueno… todos no. Todos los que quisieran ir. Luego… también había HaFunos que nunca venían, pero… por regla general, siempre había más HaFunos que sitio, y si llegabas tarde, tenías que esperar. ¡Y mira que la dorma es grande! Siempre pensé que éramos muchísimos, pero cuando vine aquí, me di cuenta de mi error.

            La joven HaFuna, embriagada por la nostalgia de su amada Hedonia, dio un suspiro. Entonces le vino una idea a la cabeza.

MÅE – ¿Quieres verlo?

LIA – ¿Cómo dices?

            Lia levantó la mirada de su trabajo. Frunció ligeramente el ceño al ver el semblante expectante de la joven HaFuna. Genuinamente no sabía lo que se traía entre manos.

MÅE – Hay un prodigio muy sencillo, y… te puedo mostrar mis recuerdos. Te puedo enseñar el Gran Comedor en plena ebullición. Sólo tienes que darme la mano.

Måe adelantó su alba mano con la palma hacia arriba y miró a los ojos de su amiga.

LIA – No, no, no, no, no. No me vuelvas a liar. No quiero…

MÅE – ¡Pero si no es nada! Sólo tienes que darme la mano y cerrar los ojos. Tú no tienes que hacer nada.

            Lia se mordió el labio inferior. Miró en derredor. Esa zona de la Factoría estaba desierta: nadie les vería. Tragó saliva. Estaba deseosa de seguir coqueteando con la taumaturgia, pero seguía siendo reacia. Había pasado demasiados ciclos entendiéndola como un tabú y tan ajena a ella que nunca había tenido que pensar demasiado al respecto. No lo había compartido con la joven HaFuna por vergüenza, pero había mejorado sus dotes de tintorera, practicando en secreto. Respiró hondo, soltó el aliento lentamente y ofreció su mano a Måe, pese a que todavía no estaba del todo convencida. Ésta la tomó con suavidad y la envolvió con las suyas.

MÅE – Ya verás. Te va a encantar. Cierra los ojos.

            Lia, con el corazón martilleándole, lo hizo. Tan pronto comenzó a ver imágenes y escuchar sonidos que resultaba evidente que no estaban ahí, soltó su mano a toda prisa, asustada. Juraría incluso haber notado el olor de un guiso de crotolamo especialmente generoso en unas especias que ella no había olido jamás antes.

LIA – Pero. ¿¡Cómo es posible!?

MÅE – Esta es una de las transferencias más básicas. Eso que has visto está en mi memoria. Lo que hecho es compartirlo contigo.

            La joven HaFuna hizo un breve asentimiento y la invitó a ofrecerle de nuevo su mano. Lia, todavía muy nerviosa, lo hizo. Sabiendo ahora a qué se exponía, se obligó a dejarse llevar. La experiencia fue muy grata. Vio la dorma de Hedonia llena hasta la bandera de HaFunos. Måe había escogido una jornada especialmente bulliciosa de los últimos festejos de la Gran Escisión. La mayoría de los HaFunos estaban sentados en larguísimas mesas llenas de platos, vasos y jarras. Lia jamás había visto una dorma tan despejada. Del suelo hasta el techo tan solo había algunos banderines y jaulas con lurias que en esos momentos dormían. El ruido de HaFunos hablando a voces, riendo a carcajadas, de cachorros jugando entre las mesas mientras sus progenitores les abroncaban… Realmente era todo tal cual Måe le había explicado. El olor de la comida le hizo salivar. El prodigio se extinguió y todo quedó en silencio y a oscuras. Lia abrió los ojos mientras Måe le soltaba las manos.

MÅE – ¿Qué te ha parecido?

LIA – ¿Y esto puedes hacerlo con cualquier recuerdo, con cualquier…?

MÅE – Bueno… me tengo que acordar. Por ejemplo… no puedo rememorar cosas de cuando era muy pequeña, porque… las he olvidado. Probablemente estén ahí, pero… para mostrártelas tengo que recordarlas. Es un proceso consciente.

LIA – No me he explicado bien. ¿Puedes…? ¿Tienen que ser recuerdos, no podrías enseñarme lo que estás viendo ahora, por ejemplo?

La joven HaFuna frunció ligeramente en ceño. No acababa de entender muy bien a qué se refería Lia, ni qué podría pretender con ello.

MÅE – Supongo que… Pues no lo sé. No lo he probado nunca, la verdad.

LIA – Pruébalo ahora.

            Lia ofreció de nuevo su mano a la joven HaFuna. Estaba temblando. Måe la miró con cierta congoja.

MÅE – ¿Estás bien, Lia?

            La hilandera asintió, visiblemente inquieta. Acercó un poco más la mano a la joven HaFuna, invitándola a tomársela, inclinando ligeramente la cabeza. Su cambio de actitud frente al uso de dicho prodigio resultaba cuando menos llamativo. Måe tomó con delicadeza las manos de Lia entre las suyas y reflexionó. Siempre que transmitía un recuerdo cerraba los ojos. Lia le estaba pidiendo que le transmitiese lo que ella veía en ese mismo instante, por lo cual concluyó que eso ya no tenía ningún sentido. Respiró hondo, tragó saliva e inició su prodigio.

            Lia soltó una exhalación al verse a sí misma desde los ojos de Måe. Había algo extraño en todo aquello. Ella recordaba tener el furo piloso recogido en una coleta que le caía por el hombro derecho. Sin embargo, ahora lo veía en su hombro izquierdo. Enseguida lo entendió: lo que estaba viendo ahora era la realidad. Lo que ella recordaba era su imagen reflejada en un espejo.

MÅE – ¿Y bien? ¿Ves algo?

LIA – Claro y nítido. Como si lo estuviera viendo con mis propios ojos.

MÅE – Qué curioso. Nunca se me había…

            La joven HaFuna se quedó de piedra al ver emerger una lágrima de los ojos de Lia.

MÅE – ¿Qué pasa? Me estás preocupando, Lia. ¿Seguro que estás bien?

            La enorme sonrisa que emergía del hocico de la hilandera parecía confirmarlo, pero una nueva lágrima cayó a plomo, humedeciendo el corto furo de su mejilla. Lia se incorporó de su taburete y tomó a Måe por los hombros, acercándose mucho a ella. La joven HaFuna no entendía nada.

LIA – Ven conmigo, por favor.

            Måe asintió. Ambas abandonaron la estancia, dejando sus obras a medio tejer sobre aquella desgastada mesa.

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