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Publicado: 27 diciembre, 2022 en Sin categoría

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La hilandera estaba en lo cierto: sus aposentos no estaban muy lejos del Hoyo. A Måe le pareció especialmente práctico, pues no debían tardar mucho en prepararse por las mañanas para ir a vender sus productos a la aristocracia ictaria. Llegaron por una calle algo más ancha que la mayoría que ella había transitado con anterioridad en la cara inferior del continente, y a la que llegaba algo más de luz. Aunque en honor a la verdad, la joven HaFuna no había paseado mucho por ahí abajo, siguiendo los sabios consejos de Eco.

Se trataba de un edificio que, a diferencia de la mayoría, pese a tener varios pisos superpuestos, Måe llegó a contar hasta seis, sí parecía haber sido construido de una sola vez y no por etapas. La joven HaFuna agradeció comprobar que el de nieta y abuelo se encontraba al nivel de la calle, y que no debería transitar por ninguna de aquellas escaleras tan manoseadas y de apariencia resbaladiza. A diferencia de la suya propia, la morada de Tyn y Lia estaba bien cerrada y protegida del extraño. Fue el propio Tyn el que se encargó de abrir todos aquellos cerrojos y candados, después que dejasen la carreta aparcada en un recoveco de la fachada que parecía hecho a su medida.

Al entrar, Måe se sorprendió al ver una vivienda ordenada, limpia y cuidada, a diferencia de las calles por las que había transitado para llegar hasta ahí. Tenía los techos mucho más bajos de lo que estaba acostumbrada, aunque dada su corta estatura, eso no resultaba problema alguno para ella. La enorme mayoría de las paredes estaban cubiertas con bellos tapices bordados a mano, que dotaban a la estancia de una calidez inusual. En comparación con la mansión de Una, parecía más bien el cuarto de las escobas, pero por algún motivo, la joven HaFuna se sintió mucho más cómoda y bienvenida ahí que cuando visitara la vivienda de su compañera de la Universidad.

            Lo primero que hizo Lia al entrar fue encender la chimenea. La madera era un material demasiado preciado en el anillo, de modo que sólo los más acaudalados podían permitirse el lujo de quemarla para calentar sus casas. Ella lo que hizo fue coger un leño hecho de heces de mípalo prensadas con pétalos de flores, hojas secas y carbón. Pese a su inicial escepticismo, Måe se sorprendió al notar la bella fragancia que brotó de la chimenea. Según le contó Lia, eso era lo que utilizaban todos los habitantes de la cara inferior de Ictaria para calentarse en invierno. Al parecer, allá abajo la temperatura era mucho más baja que en la parte superior del continente, al no recibir nunca la luz directa de los soles. Måe imaginó lo duro que debía ser pasar un invierno ahí, y se sintió mal por ello.

            La hilandera sacó de una de las habitaciones del fondo un galán, y lo utilizó para colgar la húmeda túnica de Måe, para acto seguido acercarlo a la chimenea para que se secase. Al ver el semblante tímido y cohibido que había adoptado la hilandera, se sintió tristemente identificada con ella. Se puso en su furo, recordando la primera vez que Una había visitado el molino, por lo que aprovechó para elogiar el buen gusto con el que la casa estaba decorada, así como para afirmar que resultaba muy acogedora. Con ello se ganó una sonrisa sincera tanto de ella, como de su abuelo.

            Lia invitó a Mae a una de las habitaciones del fondo. Ésta carecía de ventanas. La falta de luz la suplía una gran jaula llena de lurias que presidía el centro de la pequeña estancia dotando a la habitación de un brillo muy característico, pues la jaula era tan grande que las pequeñas bestias volaban de un lado a otro en su interior, formando un curioso juego de luces en las paredes. Pese a denominarla dormitorio, a la joven HaFuna le llamó la atención comprobar que no había ninguna cama. Al mirar en derredor descubrió un par de futones enrollados, junto a la puerta.

La hilandera comenzó a hurgar en unos estantes llenos de ropa, mientras Måe contemplaba con el hocico abierto todo cuanto la rodeaba. Resultaba evidente que Lia utilizaba esa sala para hacer sus bordados, a juzgar por todo el material de costura que había por doquier. En cierto modo, le recordó a su propio dormitorio. Finalmente Lia encontró lo que buscaba, y se acercó a Måe con una sonrisa en la boca y un par de piezas de ropa en las manos.

LIA – Pruébatelas a ver si te van bien.

            La joven HaFuna se quitó la manta que había enroscado a su cuerpo a modo de peplo, y probó los ropajes que le ofrecía su amiga. Se veía que habían sido usados, pero estaban cuidados, y en muy buen estado. Le costó un poco ponerse la camisa sorteando sus astas, pues era infantil y no estaba abierta por el pecho, pero por fortuna sus astas eran todavía muy discretas.

MÅE – Caray, no es fácil encontrar ropa de mi talla.

LIA – ¿Te gustan?

            Måe dio una vuelta completa, permitiéndole a Lia observar cómo le quedaba la ropa.

MÅE – Sí. Son muy cómodas.

LIA – Me las hizo mi abuelo, cuando yo era pequeña. Te la puedes quedar. A mi ya no me entran, y… mis hermanas son mayores que yo.

MÅE – ¡Muchas gracias!

            Ambas HaFunas volvieron a la sala principal, que era a un tiempo salón, comedor, cocina y estudio. Tyn descansaba sentado en una butaca que parecía haber sobrevivido a más de dos generaciones de su familia. Lia se acercó a la pared que hacía de cocina, mientras instaba a Måe a tomar asiento en la otra butaca, que había en el lado opuesto de la chimenea. Volvió sosteniendo una bandeja con un té humeante manchado de leche de mípalo, así como un platillo con unas rodajas de un embutido que ella no había visto nunca antes.

LIA – Toma, prueba esto. Te va a encantar.

            Måe asió uno de aquellos pedacitos de carne que le ofrecía Lia y se lo llevó a la boca. Lo saboreó, pero no supo distinguir de qué estaba hecho.

MÅE – Oye, esto está muy rico. ¿Qué lleva?

LIA – Es carne de crotolamo, mezclada con cuajo de su propia leche, todo metido en su tripa. Bueno, y… un montón de especias.

MÅE – Pues está riquísimo.

LIA – Es muy típico de esta zona. Siempre tenemos por casa. Mis madres solían hacer, y… a mí y a mis hermanas nos encanta.

            Måe asintió, con una sonrisa triste en la cara. Lia le había explicado que sus madres habían fallecido cuando ella era muy pequeña. A ella la habían criado sus hermanas y su abuelo. Charlaron un rato los tres, para entrar en calor, pero una vez estuvieron vacías sus tazas, a Lia le entró la prisa por llevar a Måe a la Factoría. La joven HaFuna tampoco quería tardar mucho en volver al molino, para no preocupar innecesariamente a Eco. Con la panza caliente y ataviada con aquella cómoda ropa, los tres abandonaron la que fuera la morada de nieta y abuelo y se dirigieron a pata hacia la Factoría.

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