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Publicado: 9 julio, 2022 en Sin categoría

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Eco tiró de la pesada puerta y una pareja de HaFunos, ataviados con sendos abrigos de pieles que él no podría haber pagado con su sueldo ni trabajando incansablemente durante un ciclo entero, accedieron al interior del gremio de mensajeros. No le brindaron una simple mirada, ni una cortés sonrisa, ni siquiera un breve asentimiento  de astas. Llevaba ya un par de llamadas ejerciendo aquél nuevo y curioso trabajo que se le había asignado esa mañana al acudir al gremio, y la única reacción que había obtenido fue bastante desagradable e incómoda. Carecer de astas, en plena capital, tenía más consecuencias que en las comarcas. Por suerte o por desgracia, él ya estaba acostumbrado.

            De lo que no podría quejarse, desde que iniciase su nuevo trabajo en la capital, era que éste fuera monótono. Las últimas jornadas le habían tenido barriendo hangares, limpiando letrinas, arrancando las malas yerbas de los alcorques que había frente al edificio, trabajando en la recicladora de papel, limpiando los cristales colgado de un cordel del puente que cruzaba por encima del edificio, retirando las lurias muertas de los apliques en las oficinas y sustituyéndolas por nuevas, lavando a mano el tapizado de los asientos del vestíbulo e incluso dando de comer a los mípalos del sótano, cuya fuerza movía los ascensores; el más desagradable de los trabajos, a su parecer.

Pese a que la puerta era muy pesada y ya tenía los brazos algo doloridos, pensándolo en retrospectiva, la asignación de esa nueva jornada le había resultado incluso placentera, en comparación con el largo y variopinto historial que llevaba a las espaldas. Cuando aquella huraña HaFuna se lo había asignado esa mañana, Eco se sintió incluso aliviado. Tan solo tenía que abrir los portones cuando alguien quería entrar o salir del vestíbulo. Aquél trabajo era tan sencillo como absolutamente innecesario, y en todas las jornadas que llevaba ahí, era la primera vez que veía que alguien lo ejerciera. De hecho, los días menos fríos recordaba incluso haber visto esas puertas bloqueadas en posición abierta.

            Eco vio acercarse a otro HaFuno, uno francamente orondo, a través de los cristales de la puerta, y la abrió con gracilidad, a tiempo para permitirle pasar. A su pesar, la sorpresa se dibujó en su rostro cuando comprobó que se trataba del maestro Gör. No se había vuelto a cruzar con él desde el desagradable incidente de su primer día de trabajo en el gremio. El maestro se le quedó mirando, mientras Eco devolvía de nuevo la puerta a su posición cerrada, no sin antes comprobar que nadie más necesitase hacer uso de ella.

GÖR – ¿Me puedes acompañar a mi despacho?

            Eco tragó saliva. Su respuesta vino acompañada de la mejor de sus sonrisas.

ECO – Faltaría más.

            El camino ascendente hacia el despacho del maestro se produjo en el más estricto y tenso de los silencios. Eco le seguía a unas prudentes tres zancadas y, para su sorpresa, el maestro escogió las escaleras y no el ascensor para llegar hasta ahí. Una vez dentro, le invitó a tomar asiento, y se encendió uno de aquellos apestosos puros de olor dulzón, mientras miraba en la lontananza al cementerio a través de aquellos imponentes ventanales. Tras la cuarta o quinta calada, se giró hacia Eco y colocó el puro en el impecable cenicero que tenía sobre el enorme escritorio que hacía de centro de gravedad a la sala.

GÖR – No puedo más que darte la enhorabuena, Eco.

            El HaFuno frunció ligeramente el ceño, pero se mantuvo en silencio, siendo todo lo prudente que la situación parecía exigir.

GÖR – Lo que has experimentado estas últimas jornadas era una prueba de lealtad.

            De nuevo el maestro dejó un silencio, pero al comprobar que Eco no tenía intención alguna de llenarlo, prosiguió.

GÖR – El maestro del gremio de Hedonia me dio tan buenas reseñas de ti, que quería comprobar que en efecto, estaba en lo cierto. No es algo que solamos hacer con frecuencia, pero… es la manera más fácil de comprobar la actitud de los nuevos ingresos que no escogemos personalmente. Debo reconocer que estoy gratamente sorprendido por tu desempeño. He consultado a tus supervisores, y todos y cada uno de ellos se deshacían en elogios. Ni una mala contestación, ni una queja, ni un solo escaqueo… No hay una sola jornada que te hayas marchado antes de dejar todo el trabajo hecho, y bien hecho, aún teniendo que salir mucho más tarde en algunas ocasiones para hacerlo. La mayoría se vienen abajo mucho antes. Contigo es con el que más tiempo hemos aguantado, con mucha diferencia, y aún así, tu respuesta ha sido siempre de una elegancia digna de elogio.

ECO – Siempre intento dar lo mejor en mi trabajo, aunque no sea en mi área de especialización.

GÖR – Debo pedirte disculpas por el incidente con el cubo de basura. Era parte de la prueba a la que quería someterte, pero en retrospectiva, reconozco que me excedí. Buscaba en ti una respuesta que no llegó a producirse, y debo reconocer que eso me agradó. No obstante, esas no son maneras de tratar a un semejante. ¡Ni que fueras un icterio!

            Eco se mantuvo impertérrito, por más que aquél comentario le había sentado francamente mal.

GÖR – Tal como te dije, tengo grandes planes para ti. No obstante, todavía no nos conocemos, así que tendremos que seguir trabajando juntos. Te puedes tomar el resto de la jornada libre. Y mañana no hace falta que vengas, por las molestias. Repon fuerzas, que te van a hacer falta. Te quiero aquí a la tercera llamada, la siguiente jornada. No habrá más sorpresas. Ya te puedes retirar.

            Eco asintió y se levantó. Pese a carecer de astas, le ofreció un cortés asentimiento, que el maestro correspondió. Esa era una costumbre que no había perdido, pese a cuantos ciclos hacía ya que no las tenía. Cerró a su paso al abandonar el despacho, mientras reflexionaba sobre a qué destinaría todo aquél tiempo libre. Sus patas le llevaron, sin que él fuera muy consciente, de vuelta a la Biblioteca Central. Se entristeció al descubrir que la copia que había solicitado de aquél antiquísimo tratado de arquitectura, obra de un HaGapimú, todavía no estaba listo. Pagó algo más, para agilizar los trabajos, y el bibliotecario que le asistió se mostró más que encantado. Pasó el resto de la jornada entre aquellas paredes atestadas de polvorientos libros.

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