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Publicado: 17 agosto, 2021 en Sin categoría

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El silencio se había apoderado de la dorma. Tan solo el llanto de algún cachorro perturbaba el aura de solemnidad que reinaba en el ambiente. Los dieciséis inquietos HaFunos permanecían sentados en sus engalanadas sillas a un lado del escenario. El consejo de pensadores se encontraba en la posición diametralmente opuesta. Estaban sentados sobre unas altas sillas, frente a la larga mesa en la que descansaban los diplomas y las cartas de asignación de gremio, así como varios centros de flores de vistosos colores y agradables fragancias. Frente la mesa se encontraba el maestro Köi, al que parecía que hubieran plantado ahí y hubiese echado raíces. En el centro del escenario descansaba una única butaca acolchada, del blanco más puro, a la que únicamente se podía acceder subiendo unos escalones.

ALCALDESA – Antes de nada, quiero agradecer la asistencia a todos y cada uno de vosotros. Es un día muy importante para este pequeño grupo de HaFunos que hoy dejarán de ser niños, y en su nombre quiero mostraros mi más sincero agradecimiento. Para ellos pido un fuerte aplauso, porque ellos son hoy los verdaderos protagonistas de la ceremonia.

            Una ráfaga de aplausos retumbó en la sala. Los pequeños HaFunos se pusieron aún más nerviosos. Lo único que deseaban a esas alturas era que la ceremonia terminase cuanto antes, y acabar por fin con toda aquella intriga, fuera cual fuese el destino que les hubiera sido encomendado. Poco a poco los aplausos fueron extinguiéndose, y no fue hasta que de nuevo reinó el silencio en la sala que la alcaldesa continuó con su discurso.

ALCALDESA – Me enorgullece especialmente comunicaros que contamos con un invitado de lujo para este día tan especial. Venido desde la mismísima Ictaria, hoy nos honra la visita del excelentísimo Gobernador Lid.

            La alcaldesa se dio media vuelta y en ese momento, tras el telón que había en la parte trasera del escenario, emergieron dos miembros de la Guardia Ictaria, sujetando sendas largas y afiladas lanzas. Iban vestidos con el uniforme típico, incluido aquél pintoresco gorro en forma de cilindro que ocultaba sus astas. Los cuchicheos se intensificaron cuando los incrédulos HaFunos vieron aparecer al mismísimo Gobernador de la capital del anillo celeste. Sorprendidos e intimidados, los HaFunos espectadores reemprendieron los aplausos.

El Gobernador iba vestido con un gusto exquisito, con unos ropajes hechos a medida por los mejores sastres de Icaria. Llevaba en lo alto de la cabeza una mitra baja de la que emergían unas astas enormes, muy pobladas y refulgentes de vida. Su expresión facial oscilaba entre la seguridad y la prepotencia. Otros dos miembros de la Guardia Ictaria salieron de detrás del telón, y los cuatro escoltaron al ilustre Gobernador hacia aquella lujosa butaca, en la que tomó asiento, enfrentado a la audiencia. A partir de ese momento se convirtió en el HaFuno que se encontraba en la posición más alta de toda la dorma, tanto figurada como físicamente.

Nadie daba crédito a lo que le decían sus ojos. Nadie entendía qué se le podía haber perdido al más alto representante de la ley y el orden en una comarca tan carente de interés y alejada de la capital como lo era Hedonia. Aquél HaFuno era el último nexo con vida de la familia que había reinado Ictæria y sido exterminada salvajemente por los viles HaGrúes en tiempos de la Gran Escisión. Aunque solo fuera por ello, era visto como una deidad en vida; el último representante de un mundo próspero en el que los HaFunos habían sido libres, y no meros exiliados.

Poco a poco los cuchicheos fueron apaciguándose, y la alcaldesa tomó de nuevo la palabra.

ALCALDESA – Y sin más preámbulos, damos por iniciada la ceremonia.

            En ese momento la orquesta comenzó a tocar una hermosa tonada clásica. Se trataba de una obra extensa y bastante compleja, pero muy acorde a la situación. Poco a poco, escalonadamente, comenzaron a sumarse los integrantes del coro hedonio, haciendo la experiencia, amplificada por los altos techos y las curvadas paredes de la estancia, mucho más rica en matices.

            Uno a uno, fueron convocando a los asustados HaFunos que tanto tiempo habían anticipado ese momento. Kurgoa fue la cuarta en ser citada por la alcaldesa. Estaba hecha un mar de nervios. La pequeña HaFuna se levantó de su asiento. Unamåe le dio un apretón en el antebrazo y le deseó suerte. Kurgoa tragó saliva y se dirigió a la alcaldesa.

ALCALDESA – Hasta la presente jornada, tu nombre compuesto ha sido Kurgoa. Así lo decidieron tus madres. Pero hoy empieza una nueva etapa en tu vida. Hoy entras a la edad adulta y para ello, siguiendo la tradición, debes escoger el nombre con el que quieres que se te reconozca hasta que Ymodaba te reclame a su reino. ¿Cuál es el nombre que has elegido?

KURGOA – Goa.

            La alcaldesa asintió, e hizo una anotación en la lista censal que tenía frente a sí. De ahora en adelante, la niña Kurgoa dejaba de existir.

ALCALDESA – Muy bien. Todos hemos sido testigos de tu elección, y en adelante nos referiremos a ti respetándola. Ahora ya puedes acudir al consejo de sabios.

            Goa asintió, con una sonrisilla nerviosa surcándole los labios. Se dirigió hacia la mesa del consejo, donde todos aquellos viejos HaFunos la esperaban. Se esforzaba por no mirar demasiado a su izquierda, consciente que cientos de ojos estaban mirándola. A Goa le gustaba mucho la atención, pero tanta le estaba resultando excesiva. No pudo evitar echar un fugaz vistazo a su derecha, y vio de cerca al Gobernador Lid, apoltronado en aquella cómoda butaca. De no haber estado tan nerviosa, hubiera podido jurar que él era el único HaFuno de la dorma que no le estaba prestando atención.

            Goa se presentó al consejo de sabios con una elegante inclinación de astas, con lo que consiguió el asentimiento satisfecho del maestro Köi, que se encontraba a su vera. El más anciano de los pensadores tomó de nuevo la palabra. Su voz era tan grave que no precisaba de vocero alguno para hacerla llegar a los espectadores de la ceremonia.

PENSADOR – Bienvenida, joven Goa. Nuestra deliberación es la siguiente.

            El pensador tomó del montoncito el sobre lacrado en el que había escrita la palabra Kurgoa, en letras mayúsculas y con una caligrafía elogiable. Lo abrió. Goa estaba tan nerviosa que notaba las palpitaciones de su corazón en el pecho.

PENSADOR – A partir de la presente jornada pasarás a formar parte del gremio de cartógrafos. Así lo hemos decidido y así es tu deber honrar a tus convecinos, convirtiéndote en una pieza útil para la reconstrucción de nuestro gran imperio. ¿Consientes?

            Goa no se lo pensó ni un instante.

GOA – Consiento.

PENSADOR – Puedes retirarte.

            Goa se encontraba en estado de shock. No le disgustaba la elección, pero era algo en lo que jamás había pensado. Salió de su ensimismamiento entre vítores y aplausos, cuando el viejo maestro Köi le dio una palmadita en el hombro y le entregó su diploma. Volvió sobre sus pasos, sintiendo como si el suelo estuviese hecho de puro nimbo. Al fin su larga espera había llegado a puerto.

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