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Publicado: 22 octubre, 2022 en Sin categoría

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Uno a uno fueron entrando en aquella curiosa estancia de luz especialmente fría y mortecina. A diferencia del resto del museo, en esa sala sí que resultaba evidente que se había hecho una remodelación más que considerable. Con la clara intención que la imagen resultase mucho más impactante al visitante, una gran cristalera ahumada ocupaba toda la pared trasera en forma de arco, e incluso parte del techo. Ésta estaba protegida fuertemente por gruesos barrotes de un color argénteo brillante que parecían desprender una fuerza invisible. Más que otra habitación, parecía un lugar de culto, un espacio sagrado que hizo incluso que el tono de voz de los excitados HaFunos disminuyese considerablemente, por puro respeto, o incluso miedo.

            En el mero centro de la gran sala, sobre una peana circular poco más alta que el escalón de una escalera HaFuna, se encontraba lo que en apariencia era la escultura de un HaGrú adulto. Måe ya había comenzado a caminar a su alrededor, para poder observar con más claridad hasta el último recoveco, sorprendida, maravillada e incluso aterrada por lo que le narraban sus ojos morados.

            El HaGrú que se representaba en aquella especie de escultura a escala real iba ataviado con el mismo uniforme militar que la joven HaFuna había podido ver en aquellos maniquíes sin extremidades que hacía tan poco habían dejado atrás. Måe era incapaz de creer lo que veía.

Aquél HaGrú era a todas luces demasiado grande, demasiado alto, demasiado musculoso; demasiado temible. Sus facciones, sus extremidades y su morfología, pese a que se parecían bastante a las suyas propias, eran al mismo tiempo diametralmente opuestas. Sus patas eran mucho más largas y rectas, su espalda mucho más encorvada, su torso increíblemente más grueso. Carecía de furo, y su piel estaba expuesta, desnuda. Sus grandes alas, pese a no estar extendidas, excedían enormemente su ya desproporcionada estatura, que aún hubiera sido mucho mayor de no haber tenido una de sus rodillas hincada en el suelo.

La joven HaFuna contó al menos media docena de lanzas clavadas entre su costado y su pecho. Éstas estaban hechas de idéntico material al resto de la escultura, pero eran tan esbeltas que resultaba harto complicado dar verosimilitud a la destreza del escultor que les había dado vida. Todo en aquella escultura tenía un nivel de detalle rayano en lo ridículo. Tanto, que parecía imposible que ningún artesano, ni el mejor escultor HaGapimú de la Historia, pudiera haber creado semejante obra de arte.

OYO – Esto que ven aquí, jóvenes estudiantes, no es una escultura.

            Eso respondió en cierto modo a las reflexiones que revoloteaban por la cabeza de la joven HaFuna. Aunque a su vez formuló una nueva miríada de preguntas. Uli miró con suficiencia al anciano. Resultaba evidente que no era la primera vez que la veía, o al menos parecía que sabía mucho más que los demás alumnos sobre lo que tenían delante.

OYO – Se trata de un HaGrú real. No está muerto. Pero tampoco está vivo.

            Elo asentía inconscientemente a las palabras del anciano. Sin duda ese y no otro era el motivo por el que les había traído hasta ahí. Una media sonrisa orgullosa le delataba.

OYO – El HaGrú que tienen delante fue sometido a un proceso de petrificación, mediante un complejo prodigio efectuado por los taumaturgos de la Guardia Ictaria, durante la Gran Guerra. Se trata de un prodigio muy complejo, que requiere una gran pericia por parte de su autor. Este es uno de los pocos ejemplares que quedan en el anillo celeste.

            Los cuchicheos que habían servido de telón de fondo a la voz del anciano fueron apaciguándose poco a poco, hasta que la sala quedó sumida en un silencio respetuoso, algo harto raro de ver con tantos alumnos.

OYO – Pero deben ser conscientes que, como la mayoría de los prodigios, éste es igualmente reversible. De la misma manera que se le convirtió en piedra y se le privó de la vida, ésta se le podría devolver en cualquier momento.

PIN – ¿Y por qué no lo hacen?

La expresión facial estupefacta tanto del anciano guía como del profesor Elo fueron la mejor respuesta que el HaFuno pudo recibir.

PIN – Quiero decir… Quizá si… si lo esposáramos fuertemente y… lo sometiéramos a… tortura, podríamos sacar información útil para poder conocerlos mejor, y… enfrentarnos a ellos.

            El viejo guía hizo un gesto de negación con la cabeza, con los ojos cerrados.

OYO – Eso que dice usted, joven HaFuno, es la estupidez más grande que he escuchado en mi vida. Y le puedo garantizar que soy un HaFuno muy viejo.

Nadie rió, pero alguna que otra sonrisilla sí se dejó entrever en los hocicos de sus demás compañeros. No así en el de Måe.

OYO – La fuerza y la potencia de estos seres supera con creces todo cuanto puedan imaginar sus jóvenes mentes. Si intentáramos hacer eso que usted sugiere, se formaría el caos y la destrucción en el anillo, y sin duda habría muchas bajas que lamentar antes que pudiéramos revertir semejante insensatez. Por eso es tan importante que tomen conciencia de la importancia del gremio en el que están estudiando. Sólo ustedes… y quizá los artificieros, podrán hacer frente a los HaGrúes cuando finamente consigan alcanzarnos. Porque ya les adelanto que esa jornada, más tarde o más temprano, acabará llegando.

            El silencio que reinaba en la sala se rompió tan solo por un par de aspiraciones sorprendidas y nerviosas.

PAN – ¿Y si es tan peligroso, por qué no lo tiran de vuelta a Ictæria?

OYO – ¿Ha visto usted la Torre Ambarina, joven?

PAN – Más veces de las que me gustaría.

OYO – ¿Y le parecería buena idea regalarles a sus constructores un miembro más para agrandar su ejército, para avanzar más rápido su avance que tiene como objetivo nuestra destrucción?

            Pan se quedó callado, aún con el hocico abierto, tentado a responderle, incapaz de encontrar una respuesta adecuada.

ELO – Hagan el favor de dejar de hacer preguntas, y permitan a Oyo seguir con su lección. Él resolverá todas las inquietudes que tengan una vez acabemos. No le interrumpan más. ¿Entendido?

            El silencio de nuevo fue toda la repuesta que el profesor Elo obtuvo, pero esa era exactamente la que pretendía recibir. En adelante la lección prosiguió sin más contratiempos.

OYO – Gracias, Elo. Tal y como les contaba…

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