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Publicado: 30 noviembre, 2021 en Sin categoría

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Måe resoplaba por la boca. Se había apoyado en el tronco de uno de aquellos altos árboles para recuperar el aliento tras una extenuante carrera cuesta arriba. En esos momentos detestaba por encima de todas las cosas no poder limitarse a volar, cosa que siempre hacía cuando tenía prisa por llegar a un sitio, lo cual era bastante frecuente. Hacerlo así hubiera resultado infinitamente más sencillo y rápido.

            Pese a que había salido con mucha ventaja, se había perdido en tres ocasiones hasta que finalmente consiguió llegar a su destino. Elevó el mentón al verde cielo al tiempo que las campanas de la Universidad comenzaban a tañer con estridencia. Una, dos, tres, cuatro y cinco. Contra todo pronóstico, había conseguido llegar a tiempo. Caminó hacia las escaleras que daban acceso a la entrada principal del edificio de la Universidad de taumaturgia. Una estaba sentada en uno de los últimos escalones, junto a una de aquellas pirámides de piedra que flanqueaban las escaleras y enmarcaban el acceso. Se levantó al verla acercarse. Ambas se dieron la bienvenida con un asentimiento de astas.

MÅE – ¿Llevas mucho tiempo esperando?

UNA – Qué va. Acabo de llegar.

MÅE – ¿Has pasado la noche en la residencia?

UNA – ¡No! Ojalá. Me quedaré aquí a partir de cuando empiecen las clases, pero hasta entonces… me quedo en casa. Si no, a mi madre le da algo.

            Måe esbozó una sonrisa. Siempre le parecía entrañable el modo cómo la gente hablaba de sus progenitores.

UNA – Es todo un engorro. Pareciera que me vaya a ir al otro extremo del anillo. Pero bueno… ya sabes cómo se ponen.

            La joven HaFuna asintió. Estaba más nerviosa de lo que le estaría dispuesta a reconocer.

MÅE – ¿Dónde quieres ir? Yo llegué ayer, la verdad es que… no conozco mucho de la zona.

UNA – ¡Descuida! Sé de un sitio donde tienen unas pastitas que te van a encantar. ¡Y hacen los mejores batidos de toda Ictaria!

MÅE – Pues no se hable más. ¡Habrá que probarlos!

            Ambas comenzaron a desandar el camino que Måe había hecho hacía tan poco. Mientras caminaba con Una por las callejuelas del casco antiguo de Ictaria, no pudo evitar acordarse de Goa. Se preguntaba dónde debía estar ahora y qué debía estar haciendo. El observatorio no estaba tan lejos de Hedonia, por lo que con toda seguridad debía seguir en su casa de toda la vida, con sus madres y sus dos hermanos, en el entorno que la había visto nacer y crecer, rodeada de los vecinos y los amigos de toda la vida. La envidió y la compadeció a partes iguales. De lo que no le cabía la menor duda, era que la echaba mucho de menos.

            Pese a que el lugar al que se dirigían no estaba precisamente cerca, a Måe el trayecto se le hizo corto. Ambas ocuparon sendas sillas, y enseguida les tomaron nota. Antes de darse cuenta, ya tenían sus bebidas y aquél dulce desayuno sobre la mesilla, en aquella terraza junto a la adoquinada avenida. Måe aún se sentía algo cohibida. Una no paraba de hablar, e internamente se lo agradeció, porque eso le permitía tomar distancia y adquirir algo de seguridad. Su enésimo comentario la abstrajo de sus pensamientos.

UNA – La primera taumaturga en seis generaciones. ¡Seis! Imagínate la presión.

            Måe le dio otro sorbo a su batido a través de aquella curiosa pajita, que acabaría comiéndose acto seguido.

UNA – ¿Tus padres no están que se suben por las paredes con esto de la asignación de gremio?

MÅE – Yo… no tengo padres.

Una frunció el entrecejo.

MÅE – Quiero decir… Sí, los tuve, pero… fallecieron cuando yo era muy, muy pequeña. No… no los llegué a conocer.

UNA – Lo siento.

MÅE – No, no te preocupes, no… Por fortuna tengo a Eco. Eco es el HaFuno con el que me viste el otro día.

UNA – Pensaba que era tu padre. Entonces Eco es… ¿tu hermano?

            Måe se permitió unos instantes de reflexión antes de responder, mientras Una la miraba con expresión curiosa e interrogativa en el rostro.

MÅE – Sí… algo así.

UNA – Yo también tengo hermanos. ¡Cuatro, nada menos! Pero son todos más pequeños que yo. ¡Ojalá tuviera un hermano mayor como tú! ¿Y dónde vivís? ¿Habéis comprado alguna casita por aquí? Como dijisteis que no te hacía falta la residencia, pensé que…

MÅE – No. Bueno… Vinimos con nuestra casa, desde… donde vivíamos antes.

UNA – ¿Cómo con vuestra casa?

MÅE – Vivimos en una isla errante.

UNA – ¿Vivís en una isla? Eso es… raro. Pero… a ver… ¡Ah! Es una isla residencial.

MÅE – No, no. Una isla… pequeña. No sé… Tan solo tiene nuestra casa, un pequeño estanque y… un huerto.

            Una, que no había parado de hablar desde que se encontrasen, ahora no encontraba las palabras. Måe se vio en la obligación de acabar cuanto antes con aquél silencio incómodo.

MÅE – En el lugar de donde vengo, no es tan… infrecuente. No es lo habitual, verdad sea dicha, pero… algunos HaFunos viven en islas pequeñas. Yo vengo de un archipiélago. Hay muchas más islas desperdigadas que por aquí. Muchas más.

UNA – ¿Ah, sí? Suena tan bohemio todo… Vivir en una isla privada. ¡Qué lujo!

            Una rió, con lo que consiguió destensar un poco el ambiente. Visto lo visto, ella debía ser tan extraña a ojos de Una como el resto de ictarios a los suyos.

UNA – Qué raros sois los de las comarcas. Y… ¿cómo vas de la isla a Ictaria? ¿Tenéis una nave privada o algo…?

MÅE – No, no. Vamos volando.

UNA – ¿Volando? ¿En serio?

            Måe tragó saliva. Le temblaban las manos, y se aferró con más fuerza a su batido. Temía estar hablando demasiado. En esos momentos echó de menos los sabios consejos de Eco.

MÅE – Sí. Aquí veo que no es muy frecuente, pero de donde yo vengo vamos a todos lados volando. Es más… rápido.

            Una tenía el ceño fruncido, pero enseguida recuperó su semblante amistoso.

UNA – Me encantaría verla. Tu isla.

MÅE – Puedes venir cuando quieras. Así te puedo presentar a Snï.

UNA – ¿Quién es Snï?

MÅE – Es mi mejor amigo. Es un fuego fatuo que me trajo Eco de uno de sus viajes. Él trabaja de mensajero, y… viaja por todo el anillo. Siempre que va lejos me trae alguna cosa exótica.

UNA – Perdona… ¿Un fuego de qué?

MÅE – Un espíritu libre Una… Si te soy sincera, yo a él fue al primero que vi. Bueno… el único que he visto nunca, ahora que lo pienso. Es bellísimo. Es… No sé explicarlo. Te encantaría.

UNA – Definitivamente, me tienes que llevar a tu isla, Måe. Asúmelo.

            Una le dio una palmadita en la espalda a Måe, y ésta asintió, con una bonita sonrisa en la boca. Contra todo pronóstico, no estaba saliendo tan mal, después de todo.

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