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Publicado: 11 julio, 2023 en Sin categoría

ECO – ¿Estás segura que no nos han seguido?

ARU – Que no, Eco, que no. ¡Por el amor de Ymodaba! Y por más veces que me lo preguntes, no va a ser distinto.

            Eco parecía francamente preocupado. No conseguía quitarse a Måe de la cabeza. A ese respecto, él y Aru formaban un buen equipo, pues se iban alternando, apaciguándose mutuamente cuando el otro entraba en pánico.

Se encontraban en una taberna de pueblo en una isla flotante de mediano tamaño de la que ignoraban siquiera el nombre, y a la que probablemente no volverían nunca. Eco no recordaba haber entregado un mensaje ahí jamás. Ya no llevaban las máscaras, pero seguían tintados de negro, lo que les había granjeado alguna que otra mirada incómoda por encima del hombro.           

Estaban a mitad de camino de vuelta al portal por el que habían accedido a ese extremo del anillo celeste. Habían parado por sugerencia del HaFuno cuernilampiño, pues si de Aru hubiese dependido, y pese a que estaban algo cansados de tanto volar, habrían hecho el trayecto completo de una sola sentada.

ARU – Ya le viste, Eco. Sabe muy bien lo que quiere y no se anda con tonterías. No creo que sea tan estúpido de echarlo todo a perder por enviar a alguien para espiarnos. No… No me acabaría de encajar.

ECO – No sé, Aru. Me ha dejado bastante mal sabor de boca. Y además, tú…

            Una mesera muy joven, demasiado para el gusto de ambos, se aproximó a la mesa que compartían y les sirvió sendas zamosas humeantes. Eco se lo agradeció con un asentimiento de sus ausentes astas y una generosa propina, que la HaFuna agradeció con una sonrisa que no le cabía en la cara. Resultaba evidente que no estaba acostumbrada a ese tipo de generosidad. Aru esperó a que se marchase para continuar charlando con su amigo.

ARU – Además, ya sabe quiénes somos. ¿No le oíste?

ECO – Sí. Y eso también me preocupa. Bastante.

ARU – Pero eso, en el fondo, tienes que planteártelo como una ventaja, Eco. Nosotros le hemos visto la cara. Si intenta jugárnosla, podemos delatarle a la Guardia Ictaria. Sí él cae, caemos todos.

ECO – ¿Y si no es así? ¿Y si se le va la cabeza y le da por buscarnos la ruina? Al fin y al cabo… no le hemos dado lo que quería. ¡Y no le conocemos de nada!

ARU – Con más razón. Si sabe quienes somos, también sabe que podemos conseguir lo que él necesita. Le conviene cuidarnos.

ECO – Que esa es otra… ¿Y para qué puede querer ese tipo…?

ARU – Yo qué sé, Eco. Supongo que para abrir su propio negocio.

ECO – ¿Quieres decir? Pero si es ilegal.

            Aru esbozó una sonrisa ante la estúpida ocurrencia de Eco. Le dio un sorbo a su zamosa y prosiguió.

ARU – No se me ocurre otra cosa… Eso, o lo quieren para hacer chanchullos todavía más turbios de los que, sinceramente, prefiero no saber nada.

ECO – No… No me dio esa impresión. Parece que forma parte de una red influyente, como si…

            Eco tragó saliva. El encuentro con Fin le había trastocado más de lo que sería capaz de reconocer.

ARU – Si han tenido el valor de dar la cara, es que van en serio. Eco, de verdad, no te preocupes tanto.

ECO – Ymodaba te oiga.

ARU – Y aunque la cosa no prosperase, que es lo más seguro… ¡no nos van a hacer nada! Te repito que tenemos la cara de ese tipo guardada aquí.

Aru señaló su cabeza, coronada por aquellas recias astas que estaban empezando a perder el follaje ante la inminencia del invierno.

ECO – ¿Y cómo se te ocurre decirle eso?

ARU – Caray, Eco. ¡Es por eso por lo que nos metimos en este marrón desde el principio! Que no van a hacer nada con las minas ya lo sé, tan bien como lo sabes tú. Pero mira qué rápido se ha callado. ¿O acaso no estás de acuerdo en que no debemos enseñarles a hacer portales?

ECO – Buen negocio haríamos de ser así.

ARU – Pues eso… Lo más seguro es que no vuelvan a molestarnos. Nos querían comprar, y no han podido. ¡Que se espabilen ellos solos!

ECO – No tengo yo muy claro que lo vayan a dejar estar tan fácilmente.

ARU – No adelantemos acontecimientos. Ahora, por lo menos, sabemos algo más que al principio.

ECO – Pues a mi me da la impresión que estamos igual. O incluso peor. Yo tengo más preguntas que antes.

ARU – Dejemos que sean ellos quienes muevan ficha, Eco. Nosotros ya hemos hecho lo que teníamos que hacer, que es mandarles a paseo. Las normas, las marcamos nosotros.

            Eco asintió. Bebió un largo sorbo de su zamosa.

ECO – ¿Y si aceptasen?

ARU – ¿En serio crees que alguien pueda tener tanto poder? ¿Tanto? No. Eso no va a ocurrir, Eco. Desengáñate.

ECO – Pero… ¿y si ocurriese?

ARU – Pues montamos una fiesta. No se me ocurriría mejor noticia.

ECO – ¿En serio? ¿Estarías dispuesta a que les enseñase a hacerlo?

ARU – Mentiría si dijera que no estaría un poco disgustada contigo, ya que a mi no me quisiste enseñar, pero… Sí. Si es por eso… sí. ¿Tú qué piensas al respecto?

ECO – Yo lo único que quiero es que nada de esto salpique a Måe. No…

ARU – Llevamos muchos ciclos con esto, Eco, y eso nunca ha ocurrido. Lo peor que ha pasado es que has tenido más cuentas que las que te pagan en esa birria de trabajo, para poder darle una vida mejor a esa pobre HaFuna. Y ahora, no tendría por qué ser distinto. Siempre te pasa lo mismo, cuando abrimos un portal nuevo, te pones en lo peor.

ECO – Pero esto no es igual, Aru. Esto… no tiene nada que ver con lo que hemos hecho hasta ahora.

ARU – Ahí tienes razón. Oye… estoy bastante cansada. ¿Te parece que volvamos ya? Todavía tenemos un buen rato por delante, y… no me gusta volar con sueño.

ECO – Sí. Sí, claro. Faltaría más.

            Ambos se levantaron de su mesa. La joven mesera les despidió con una sonrisa. Eco abrió la puerta de la taberna y dejó pasar a Aru antes de salir él. El sol azul estaba en el cénit del verde cielo, pero aún así, hacía bastante frío. Aru dio un paso adelante, pero Eco no la siguió.

ARU – ¿No vienes?

            Eco hizo un gesto negativo con la cabeza.

ECO – Tengo unas cosas que hacer, antes de volver. No te voy a acompañar de vuelta al portal.

ARU – Ah… ¿Y… vas a ir así, todo negro, por la vida?

ECO – Ya… Bueno. No…

ARU – Va, trae.

            La posadera tomó la mano de Eco y tocó con la otra unas rocas que había en la linde del camino. Éstas adquirieron el bruno color del HaFuno a medida que éste recuperaba el suyo propio. Eco se avergonzó por no poder hacerlo sin ayuda. Ambos se despidieron rozando sus mejillas. Aru, algo preocupada, caminó pendiente abajo, hasta que ganó velocidad suficiente para alzar el vuelo. El HaFuno cuernilampiño la vio alejarse, y esperó hasta que desapareciese en el horizonte antes de dar el siguiente paso.

Se apartó a un lado de la entrada de la taberna y abrió su macuto. Comprobó que su cuaderno de viaje seguía en el mismo sitio que lo había dejado al partir de la isla del molino. Desató la cinta que lo mantenía cerrado y revisó que todos los mapas siguieran en su sitio, antes de dejarlo todo como estaba y ponerse de nuevo el macuto al lomo. Con una mezcla de nerviosismo, impaciencia e ilusión, corrió pendiente abajo y emprendió el vuelo, tomando una dirección diametralmente opuesta a la que había tomado Aru.

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