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Publicado: 17 diciembre, 2022 en Sin categoría

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El retumbar de los truenos por las paredes del Hoyo, así como el ulular del viento, resultaban espeluznantes. Daba la impresión que cuando llegasen al extremo opuesto, uno de aquellos infames colosos que camparon a sus anchas por Ictæria en la antigüedad les estaría esperando para agarrarles con sus descomunales garras y zampárselos enteros sin siquiera masticarles, y que lo que hacía era emitir gritos guturales para instigarles a apresurarse, con el único propósito de saciar su hambre.

Måe se sorprendió con el corto y níveo furo de sus brazos erizado, y el corazón latiéndole a toda velocidad en el pecho, preguntándose una y otra vez si no estaría cometiendo un error. Ver la rampa tan llena de HaFunos que éstos tenían que hacer literalmente cola para poder avanzar, todos en dirección a la parte inferior del continente, tampoco resultaba de gran ayuda para apaciguar su atribulado espíritu.

            Cuando finalmente llegaron al extremo opuesto con la plataforma, no había coloso alguno esperándoles, pero sí una cantidad de HaFunos como jamás antes Måe había visto pretendiendo acceder al Hoyo. Las barreras estaban abiertas de par en par, y pese a que había trabajadores, ningún HaFuno controlaba el aforo ni solicitaba pago alguno. Se vio obligada a salir a toda prisa de la plataforma, hostigada por todos cuantos querían acceder a ella, con no buenas maneras. Se alejó de ahí prácticamente corriendo, temiendo que le pasaran por encima, y tan pronto abandonó la zona techada, notó sobre su furo piloso las primeras gotas de lluvia.

            Måe echó un vistazo hacia arriba y comprobó que, en efecto, aquél enorme nimbo negruzco había avanzado considerablemente y ahora estaba literalmente encima de sus cabezas. Se sorprendió enormemente al ver HaFunos volando por el cielo de Ictaria. Se vio tentada a imitarles, pero ataviada como iba con el uniforme de la Universidad, prefirió abstenerse. Era harto infrecuente verles hacerlo en la cara superior del continente. Ello debió de servirle para tomar conciencia que debía hacer caso de su instinto y marcharse de ahí cuanto antes. Pero no fue así. La joven HaFuna estaba firmemente decidida a llevar a cabo su propósito, y un poco de lluvia no le haría amedrentarse. Había estudiado demasiado para saltarse los exámenes en el último momento. Se colocó la capucha de su túnica y comenzó a caminar a paso firme hacia la entrada de la muralla, con el fuerte viento en contra. Estaba demasiado cerca de la Universidad para echarse atrás.

            Otro de aquellos ensordecedores truenos lo envolvió todo, e hizo que, del susto, la joven HaFuna perdiera casi el equilibrio. Echó un vistazo hacia arriba, aún a costa de mojarse la cara en el proceso, pues la lluvia se había intensificado considerablemente, y vio que el nimbo estaba todavía más cerca. Avanzaba visiblemente, a gran velocidad, pero al mismo tiempo también parecía estar descendiendo, lo cual se traducía en pésimas noticias. Ello le hizo apretar todavía más el paso.

            Tan pronto cruzó la muralla, Måe se sorprendió al comprobar que no había prácticamente nadie por calles ni plazas. A esas alturas de la mañana, normalmente acostumbraba a haber un bullicio tal, que incluso dificultaba considerablemente el avance. No obstante, ahora tan solo había algún que otro rezagado que, al igual que ella, corría para ponerse a resguardo de la lluvia. Todas las puertas estaban cerradas; todas las ventanas protegidas por sus contraventanas. Ni un solo puesto callejero en el mercado, ni una triste endrita paseando errática por la plaza, como era costumbre.

Se encontraba a mitad de una callejuela relativamente estrecha cuando, sin previo aviso, todo se volvió completamente blanco a su alrededor, de un modo cegador. La joven HaFuna cerró fuertemente los ojos, pero el mal ya estaba hecho. El trueno que sonó prácticamente al instante le advirtió que aquél descomunal relámpago había caído muy, muy cerca de donde ella se encontraba. Abrió de nuevo los ojos, y se sorprendió al verlo todo como bañado de un manto blanquecino. Los ojos aún tardarían un poco en recuperarse del impacto de tal cantidad de luz. La joven HaFuna continuó corriendo bajo la intensa lluvia, con un nudo en el estómago. Sus lágrimas de pura impotencia pronto se mezclaron con el agua de la lluvia.

Un rápido vistazo hacia arriba la convenció que no llegaría a tiempo y de una pieza a la Universidad a no ser que se apresurase mucho más. Sin penárselo dos veces, Måe comenzó a correr a toda prisa, se inclinó ligeramente hacia adelante, e intentó alzar el vuelo. Estaba tan empapada por la lluvia y con el fuerte viento de cara, que no osó dar el salto final. Paró en seco, se dio media vuelta, y lo intentó de nuevo, corriendo en dirección contraria. Con la ayuda del viento, enseguida consiguió ponerse en órbita. Se sintió incluso mal consigo misma por hacer algo tan inocente como alzar el vuelo para desplazarse de un lugar a otro. Pero al menos, tenía la tranquilidad que nadie podría verla, menos incluso distinguirla.

Voló el corto trecho que la separaba de la Universidad con más que considerable dificultad. Desde pequeña le habían inculcado que no debía volar si hacía mucho viento, y el de esa tormentosa mañana no era cosa baladí. No obstante, ella era una buena voladora, gracias a todo cuanto le había enseñado Eco, y supo jugar con esa baza a su favor. Por fortuna, no tardó mucho en alcanzar la plaza frente a la Universidad. Resbaló al aterrizar, y dio con las rodillas en el empapado suelo. El nimbo estaba tan cerca y tan bajo, que incluso había engullido las torres más altas de la Universidad. Vio formarse el relámpago antes que éste tuviera ocasión de tocar suelo, y se tapó a tiempo los ojos con la flexura del codo. El ruido fue tal que la joven HaFuna perdió la capacidad de oír durante unos instantes, sustituyéndose ésta por un agudo pitido.

Las lanzas metálicas que sostenían las esculturas de los HaFunos que pretendían dar muerte al dígramo en el centro de la plaza atrajeron el rayo, protegiendo a Måe, pues ella era la única HaFuna lo suficientemente inconsciente para estar en la calle en esos momentos, con semejante temporal. La electricidad estática que se apoderó de la plaza hizo vibrar su furo, por más que éste estuviese mojado bajo el peso de la empapada túnica. Aterrorizada, temblando de patas a cabeza y llorando desconsolada hizo corriendo el corto trecho que le faltaba, subiendo pesadamente las escaleras que la llevarían hasta el acceso a la Universidad, a tiempo de descubrir un gran cartel pendiente de las puertas principales que rezaba que las clases quedaban suspendidas por el temporal, y que se reanudarían la jornada siguiente.

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