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Publicado: 21 diciembre, 2021 en Sin categoría

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Los últimos acordes disminuían su tono a medida que la vibración de las cuerdas perdía intensidad. Una estaba sentada a la mesa del salón, observando a Måe tocar diestramente su taoré. Esa era sin lugar a dudas una de sus posesiones más preciadas. A Måe le daba bastante vergüenza actuar delante de otros HaFunos, pero Una había insistido mucho, después que ella le explicase que sabía tocarlo, y al final había acabado dando su brazo a torcer.

            Llevaban más de una llamada charlando distendidamente, y en todo ese tiempo, Una no había probado un solo bocado de todo cuanto Måe le había ofrecido. Todo seguía en el mismo lugar en el que ella lo había dejado esa mañana, sobre la mesa. Snï, sin embargo, estaba de nuevo pendiente del techo, dentro de su quinqué. Se había excitado un poco cuando la escuchó tocar aquél vetusto instrumento, pero ahora ardía de un color amarillento, sin mucha fuerza, algo cohibido por la compañía y triste por no haber podido bailar al ritmo de la música.

UNA – ¡Muy bien! Se te da muy bien tocarlo. ¿Tienes un profesor privado, o algo?

MÅE – No, qué va. Me enseñó a tocar el abuelo de una vecina de mi amiga Goa, la HaFuna de la que te he hablado antes. ¡Me lo regaló él! Hubo una época en la que me pasaba todas las tardes con él, siempre que salía de clase. Y cuando teníamos libranza, me invitaba a su casa y me enseñaba algún truco nuevo. Aprendí muchísimo. Todo lo que sé es gracias a él. Guardo muy buen recuerdo… Lo quería como si fuera mi propio abuelo. Lamentablemente… falleció el ciclo pasado.

UNA – Ah. Lo siento.

            Måe acarició el taoré, recordando el semblante arrugado de aquél viejo Hafuno al que tanto aprecio tenía, Kah. Aquella fue una etapa muy bonita de su infancia, pero se esforzó por concentrarse en el presente, porque no quería ponerse nostálgica y comenzar a llorar delante de Una.

MÅE – ¿Quieres que te cuente un secreto?

            Una mostró su desconcierto inclinando ligeramente la cabeza. Realmente se lo estaba pasando en grande con Måe, pues no podían ser más dispares, y cada nueva cosa que descubría de ella le llamaba más la atención que la anterior.

MÅE – ¿Te acuerdas que me sorprendió mucho tu nombre, cuando nos conocimos en la Universidad?

            Una asintió lentamente con la cabeza, tratando de dar a entender que estaba haciendo memoria. No lo recordaba.

MÅE – ¿Sabes por qué? En mi ceremonia de graduación, antes de escoger mi nombre, yo me llamaba Unamåe.

UNA – ¿Ah, sí?

MÅE – ¡Sí! Por eso me sorprendió tanto que tú te llamaras así. ¡Podríamos haber sido tocayas!

UNA – Qué coincidencia, ¿no?

Se formó un silencio incómodo, en el que Måe, inconscientemente, esperaba que Una le confesara cuál era su nombre antes de su propia ceremonia de graduación. Eso no ocurrió.

UNA – ¿Y por qué escogiste llamarte Måe? Es un nombre bastante… no sé… viejo. Suena como de… la aristocracia antigua. Måe, hija de Åru, de la dinastía hemalónica…

            Eso último lo dijo con una voz muy grave, imitando a un pregonero. Ambas rieron por la ocurrencia de la HaFuna. Estaba en lo cierto; Una era un nombre mucho más contemporáneo y común.

MÅE – No sé. Desde pequeña que Eco siempre me llamaba así, y… como que vino solo, ¿sabes? Realmente nunca me lo llegué a plantear.

UNA – Si a ti te gusta…

MÅE – La verdad es que sí.

UNA – ¡Oye! ¿Qué tienes que hacer el resto de la jornada?

            Måe reflexionó por un instante. No había planeado más allá de la reunión con ella en el molino. No obstante, aún tenía algunos quehaceres pendientes que quería dejar listos antes de iniciar las clases de gremio la jornada siguiente.

MÅE – Tendría que arreglar la túnica que me dieron, que me va enorme. Que… lo he ido dejando, y… si no, mañana voy a ir arrastrándola por el suelo.

UNA – ¿Y eso no lo puedes hacer más tarde?

MÅE – Sí… Supongo que sí. Tampoco me va a llevar demasiado tiempo, eso es muy sencillo.

UNA – Perfecto. Pues… ¿Por qué no hacemos una cosa?

            La joven HaFuna inclinó ligeramente la cabeza, curiosa.

UNA – Vente a comer a mi casa.

MÅE – ¿A tu casa? ¿Ahora?

UNA – Sí. Si salimos ahora, llegamos de sobra.

MÅE – No sé…

UNA – Bueno… comer, bien tendrás que comer, ¿no?

            Måe se quedó pensativa. La oferta de Una la había cogido con la guardia baja. Pese a todo el tiempo que había pasado con ella las últimas jornadas, aún le ponía nerviosa lo que la HaFuna pudiera pensar de ella, y mucho más su familia.

UNA – ¿O es que has quedado con Eco?

MÅE – No. Él va a pasar el día fuera, hoy. No comeremos juntos.

UNA – ¿Entonces ibas a comer tú sola aquí?

MÅE – Sí…

UNA – ¡Pues no se hable más! Te vienes. Y así ves tú también mi casa y… conoces a mi familia. A mi madre le encanta que lleve amigos a casa.

MÅE – ¿Lo dices en serio?

UNA – ¡Claro que sí!

MÅE – Pero… Me sabe mal. ¿No sería mejor que vaya otra jornada, avisando con tiempo? ¿Ya tendréis comida para mí?

UNA – ¡Al contrario! El servicio siempre hace comida de más, mucha, y si no nos la comemos nosotros… ¡se la acaban comiendo ellos!

Måe se sentía entre la espada y la pared. Por una parte se moría de curiosidad por conocer dónde vivía Una, y no quería que se lo tomara a mal si declinaba su invitación, pero por otra parte, temía sentirse totalmente fuera de lugar en un sitio sin duda tan ilustre, y que la juzgaran por su origen humilde.

MÅE – No sé… vale. Pero… no me puedo quedar hasta tarde, que aún tengo faena por aquí y… mañana hay que madrugar.

UNA – ¡No me lo recuerdes!

MÅE – ¿Cómo quieres que vayamos?

UNA – Vamos en lanzadera. Donde yo vivo… no se puede llegar volando. Tendremos que coger otra vez el ascensor, por eso…

            Måe escribió una nota para Eco, informándole de que había salido y que volvería más tarde. La dejó sobre la mesa del salón del molino. Colocó un buen pedazo de madera de sájaco en el platillo inferior del quinqué y, junto a Una, abandonó su hogar, bastante más nerviosa de lo que estaba al llegar.

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