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Publicado: 25 julio, 2023 en Sin categoría

Måe sostenía un pedazo de queso en la mano, tratado de atraer a un cromatí oscuro como la panza de un gálibo que la miraba con recelo desde la base de uno de aquellos recios y oscuros matojos que malvivían en la parte inferior del continente de Ictaria. Varios cachorros de HaFuno, descalzos y vestidos con harapos, jugaban por la zona escandalosamente, corriendo y volando de aquí para allá. El cromatí estaba en tensión, pero al mismo tiempo muy interesado por lo que la joven HaFuna le ofrecía.

Ella recordaba a esas bestias muy esquivas y difíciles de detectar, dado su don para mimetizarse con el ambiente. Pero desde que llegase a la capital se había cruzado con más de media docena. La mayoría de ellas eran salvajes, pero incluso las había visto domesticadas en un par de ocasiones, acompañando a HaFunos de alta alcurnia como meros complementos de moda.

            La bestia se acercó un poco más, atraída por el delicioso olor y azuzada sin duda por el hambre. Måe sonreía como un cachorro de HaFuno. Adoraba aquellas curiosas bestias con sólo dos regias extremidades inferiores y una larga cola. El pequeño cromatí, que por su aspecto era adulto y curtido en mil batallas, extendió su cola prensil y se hizo con el pedazo de queso, acariciando los dedos de la joven HaFuna en el proceso. Al llevárselo consigo, hizo un gesto con su pequeño cuerpecito que a Måe le recordó al asentimiento de astas que los HaFunos ofrecían como agradecimiento a un presente. Llamó tanto su atención, que incluso se lo correspondió.

LIA – ¡Uy! ¿Has visto cómo llevas eso?

MÅE – ¿Qué? ¿Qué ocurre?

            La joven HaFuna giró el cuello, pero no fue capaz de ver a lo que se refería su amiga. A esas alturas el cromatí ya se había escabullido de vuelta a la protección que le ofrecían los espinosos mataojos, y estaba dándose un festín con aquél pedacito de queso. La joven HaFuna siempre llevaba un poco de queso o de embutido encima por si el menú de la cantina de la Universidad la obligaba a ayunar. Ello ocurría con relativa frecuencia, dada la más que discutible calidad del rancho. Por fortuna, tanto para ella como para el cromatí, esa jornada no había sido necesario.

LIA – La túnica, Måe. Tienes una mancha enorme ahí detrás.

            La joven HaFuna tomó el costado de su túnica y le echó un vistazo. Fue entonces cuando comprendió por qué la miraban de ese modo cuando salió del aula. La mancha era de color azul, como no podía ser de otro modo. La joven HaFuna puso los ojos en blanco. Uli debía estar rabioso por haber perdido la competición con Pin, nada menos, y había decidido pagarlo con ella. Hacía tanto tiempo que no la incordiaba, que Måe se había confiado. Se quitó la túnica y le echó un vistazo más concienzudo a la mancha. No tardó en arrepentirse, pues esa jornada hacía bastante frío y enseguida se le erizó el furo de los brazos.

            Aquella mancha tenía la forma inconfundible de una mano HaFuna. Cuatro dedos: dos prácticamente idénticos, un tercero algo más corto y un pulgar en forma de medio arco. Pese a que a primer golpe de vista parecía una mancha superficial, la túnica estaba tintada de un modo mucho más profundo. Al mirar la parte interior, ambas HaFunas comprobaron que la mancha había traspasado la tela, mostrando un dibujo perfectamente simétrico al otro lado.

LIA – ¿Pero con qué te has manchado? Tienes… ¡Madre raíz!

            Lia tiró de la camisa de Måe, para que ésta pudiera comprobar que estaba manchada de igual modo. La joven HaFuna se desabrochó un par de botones y echó un vistazo a su hombro desnudo. Tal como sospechaba, la mancha había calado hasta su blanco furo, que ahora mostraba una irregular macha de color azul. Se sintió estúpida por no haberse dado cuenta antes. Porque de lo contrario, le podría haber pagado con la misma moneda a aquél engreído energúmeno.

LIA – ¿Pero…? ¿Qué significa esto?

MÅE – Un amigo que tengo, que es… muy gracioso.

La hilandera observó la túnica de cerca, maravillada por el modo en que había sido tintada. Ella era una experta tintorera, pero nunca había visto un trabajo similar.

LIA – Esto no va a ser sencillo de limpiar, Måe. Está… ¡ha penetrado hasta las fibras! No es una mancha normal. Vas a tener que tintarla de nuevo. Este tinte es muy… Te ha hecho un estropicio curioso, ese amigo tuyo. Pero… No lo entiendo. ¿Cómo lo ha hecho?

            Måe sonrió. Desde que iniciase la clase de artes plásticas esa mañana, no había parado de darle vueltas a la idea de enseñarle ese sencillo truco a la hilandera. Esa parecía ser la excusa perfecta para hacerlo.

MÅE – No será necesario, Lia. Te voy a enseñar algo que te va a encantar. Vamos a la Factoría. Ya verás.

            La hilandera la miró con el ceño ligeramente fruncido. No alcanzaba a comprender que estuviera tan tranquila. Llevaban solas desde que se encontrasen en el mercado ambulante, en la ciudadela de Ictaria. Esa jornada, Tyn se había tenido que quedar en casa, bien arropado junto a la chimenea, aquejado de un catarro que le hacía moquear el hocico y le impedía saborear su estimada pipa de té, por lo que se encontraba de bastante mal humor.

Como pronto se convertiría en tradición, Måe había ayudado a Lia a recoger el puesto y a tirar de la carreta de vuelta al Hoyo. Por fortuna, esa jornada había vendido bastante más que de costumbre, y la hilandera estaba algo más animada, aunque deseosa de pasar por casa a ver qué tal se encontraba Tyn. Su abuelo se había recuperado bastante, por fortuna, pero aún necesitaría descansar un poco más, por lo cual las dos HaFunas se habían marchado solas a la Factoría. Ambas caminaron pendiente arriba hacia el lugar de trabajo que compartían desde hacía tan poco.

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