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Publicado: 26 octubre, 2021 en Sin categoría

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Ambos HaFunos continuaron caminando en silencio. Hubiera resultado mucho más sencillo tomar cualquiera de los múltiples transportes de los que disponía la capital del anillo celeste y dirigirse al centro en él, pero Eco había preferido ofrecer a la joven HaFuna la experiencia completa en ese primer acercamiento. A esas alturas ya empezaba a dudar seriamente que hubiese sido buena idea.

Eco se preguntaba una vez más si debía haber explicado a la joven HaFuna algo más sobre la idiosincrasia de la vida en la capital antes de abandonar la apacible comarca en la que habían vivido hasta el momento. Nadie había preparado a Måe para ese nuevo mundo, y su visión antes de llegar había sido abiertamente parcial y sesgada. El HaFuno tenía sentimientos encontrados al respecto, pero seguía esforzándose por convencerse que estaba haciendo lo correcto. Al fin y al cabo, Måe ya era adulta.

MÅE – Eco.

ECO – ¿Sí?

MÅE – Ese HaFuno…

            Eco se giró para verle el rostro. Ella tenía la mirada fija en el suelo. Ya no observaba con deleite los elegantes edificios que les rodeaban, ni los cuidados jardines que pasaban de largo en su avance en pos de la Universidad de taumaturgia.

MÅE – ¿Estaba enfermo?

ECO – No lo sé. Es posible.

            De nuevo se prolongó un silencio incómodo entre ambos. En esta ocasión fue Eco el que lo rompió.

ECO – ¿Por qué lo preguntas?

MÅE – Estaba muy… estaba muy delgado.

ECO – Es probable que llevara varias jornadas sin llevarse nada al hocico. Has hecho muy bien dándole esas cuentas.

MÅE – ¿Pero cómo es posible, Eco? No lo entiendo. ¿No tienen acceso los HaFunos locales a las dormas, aquí? ¡Quizá es porque no puede caminar!

            Eco negó con la cabeza. Måe parecía francamente contrariada.

ECO – Måe… Aquí no funcionan las cosas como en Hedonia.

MÅE – ¿No hay comedores donde poder saciar al hambriento?

            Eco negó una vez más. Måe no era capaz de dar crédito.

ECO – Los hay, pero… para poder acceder a ellos, es necesario tener cuentas con las que pagar.

MÅE – ¿Ni siquiera si han hecho sus labores?

            Eco respiró hondo, ahora convencido que debía haberla preparado algo mejor para lo que le esperaría en la capital. Hedonia era un pequeño universo dentro de Ictæria, y en ningún caso se trataba de un buen ejemplo para describir la vida y la idiosincrasia del resto del anillo celeste.

ECO – Aquí no existen las labores, Måe.

MÅE – ¿Cómo que no existen?

ECO – Hedonia… Es… muy diferente al resto de lugares. Hay muchas comarcas donde funciona ese sistema, desde… hace muchos, muchos ciclos, pero… en la mayoría del anillo, si no tienes cuentas…

MÅE – Pero… entonces…  ¿Qué pasa cuando hace falta ayuda en algún gremio? ¿Quién se encarga de los animales? ¿Qué hacen los HaFunos en su tiempo libre?

            Eco miró en derredor. Había docenas de oriundos de Ictaria caminando de un lugar a otro. Måe no había caído aún en la cuenta, pero desde que abandonaran el ascensor, no habían visto a uno solo volando.

ECO – Pasear, visitar a sus amigos… Gastarse las cuentas en cosas brillantes… No lo sé. Para ellos, eso es lo normal. Y no por eso son peores ni mejores que nosotros. Es… otra manera de… organizarse. A mi, personalmente, no me gusta. Por eso…

            Eco se rascó la nuca, y respiró hondo.

ECO – Ellos piensan que somos nosotros los locos, que lo que hacemos no tiene ningún sentido, que ese tipo de sociedad no tiene cabida en el mundo moderno. ¿Quién es el verdadero loco?

MÅE – Ellos. Sin lugar a dudas.

El HaFuno no pudo evitar soltar una carcajada.

ECO – Sin que sirva de precedente, esta vez te voy a dar la razón. Un poco locos sí que están.

            Siguieron avanzando por la bulliciosa ciudad, sin prisa pero sin pausa. Måe se esforzó de nuevo por abstraerse de los malos pensamientos y limitarse a disfrutar de los mil y un estímulos que le ofrecía aquella antiquísima urbe. Habiendo residido toda su vida en una comarca humilde, en uno de los extremos de la zona habitada del anillo celeste, el contraste le estaba resultando muy estresante, hasta el punto que llegó a dudar si jamás podría acostumbrarse a él.

Abandonar el lugar donde había crecido, de donde guardaba tan buenos recuerdos, y al mismo tiempo a todos a quienes había conocido y aprendido a amar, sin duda no estaba siendo una tarea fácil. Empezar de nuevo, de cero, y más en un lugar tan complejo como lo era Ictaria, se le antojaba harto complicado.

            Llegaron a una zona de la ciudad de un urbanismo mucho más denso. Ahí los edificios eran más altos, aunque no por ello menos refinados, y escaseaban las frecuentes y hermosas zonas verdes que habían visto en la pretérita etapa del trayecto. A la joven HaFuna le llamó la atención el hecho que por las calles que transitaban apenas había vehículos. Tan solo le hacía falta mirar hacia arriba para entender por qué.

El tráfico de naves voladoras en esa zona era aún más denso que en los alrededores del edificio del ascensor y, al parecer, utilizaban las plantas más altas para cargar y descargar tanto sus mercancías como a los HaFunos que se desplazaban de un lugar a otro en ellas. Las había de todos los tamaños y formas, y todo apuntaba a pensar que estaban regidas por unas normas de circulación que permitían optimizar tanto su velocidad como su seguridad, justo al contrario que el caos que habían vivido en la parte inferior del continente al aterrizar en él.

            No tardaron mucho más en llegar a una zona donde, sin previo aviso, la ciudad sencillamente terminaba. Todos aquellos edificios tan altos y estrechamente relacionados entre sí daban paso a una zona en entero ausente de edificaciones. Dicho espacio estaba escrupulosamente bien tratado, y no faltaban las zonas en sombra, bajo altos árboles centenarios, donde muchos HaFunos descansaban, tocaban sus instrumentos o aprovechaban para tomarse un opíparo almuerzo en compañía de familia o amigos. Pero sin duda, lo que más le llamó la atención fue lo que había más allá.             Måe se quedó boquiabierta al ver frente a sí la vetusta e imponente muralla.

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