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Publicado: 7 agosto, 2021 en Sin categoría

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La melodía del taoré, acompañada de la dulce voz de Unamåe, sonaba con tanta claridad como si el sonido proviniese de esa misma sala. Eco se encontraba de pie frente a la encimera de la cocina, con los ojos cerrados y el mentón en alto, disfrutando de la tonada con una sonrisa dibujada en los labios. Adoraba la música de ese instrumento, y aún entonces se fascinaba por la facilidad con la que Unamåe lo tocaba; él hubiera sido incapaz de hacer un solo acorde sin desafinar.

            Eco ya había acabado de desescamar y eviscerar el fruto de la pesca. La de esa mañana había sido especialmente generosa. Los días ventosos como ese solían resultar más fructíferos a ese respecto. Metió aquellos animalejos en la fresquera para garantizar su buena conservación, y acto seguido se lavó las manos a conciencia, para quitarse el mal olor. Ofreció un último agradecimiento a Ymodaba por los dones con los que les había proveído y abandonó la estancia.

            Para cuando llegó frente a la puerta de Unamåe la música ya se había extinguido. Se mantuvo ahí en pie unos instantes, con la mano en alto, sin acabarse de convencer para dar el siguiente paso. Respiró hondo y dio cuatro golpecitos con los nudillos en la puerta azulada.

ECO – ¿Se puede?

            Una voz serena sonó al otro lado.

UNAMÅE – Adelante.

            Eco abrió la puerta y se encontró a Unamåe sentada en el suelo, con el taoré sobre el regazo. En su mesilla de noche descansaba el quinqué, con Snï flotando en su interior. El pequeño fuego fatuo había recuperado un color saludable, y visto su fulgor, resultaba evidente que Unamåe le había ofrecido algo para que consumiera. Ahora ardía de un color morado oscuro, dotando a la estancia de un aura mística, pues Unamåe tenía la persiana desenrollada y apenas entraba luz del exterior. Ambos hablaron al unísono.

ECO – Måe.

UNAMÅE – Eco.

ECO – Tú primera.

UNAMÅE – No. Insisto.

ECO – Yo… Quería pedirte disculpas por lo que ocurrió antes.

            Unamåe negó con la cabeza.

UNAMÅE – No es tu culpa, Eco. Tú mismo lo dijiste, si hubieras visto el nimbo, no lo hubieras dejado todo abierto.

ECO – Ya, pero… ocurrió, y creo que le debo unas disculpas aquí al amigo.

UNAMÅE – A este pequeñín, si le das un poco de sabia de esa que guardas en tu cuarto seguro que te perdona. ¿Verdad que sí, Snï?

            El pequeño fuego fatuo dio un par de vueltas sobre sí mismo, contento, poniéndose aún más morado al ver que Unamåe le dirigía la palabra. No tenía nada que ver con el pequeño fuego asustado que ambos habían visto esa mañana.

UNAMÅE – Me podría haber pasado a mi misma, perfectamente. Yo soy mucho más despistada que tú.

ECO – Eso es verdad.

            Ambos rieron, gratamente satisfechos al comprobar que habían podido vencer la desagradable tensión que se había formado en la pretérita discusión.

ECO – Gracias. Prometo ir con más cuidado la próxima vez, por si las moscas. No me lo voy a bajar conmigo, porque se podría caer, pero… prometo estar más pendiente.

UNAMÅE – Yo también lo siento, Eco.

            El HaFuno negó con la cabeza.

ECO – La parte buena es que con toda la madera mojada, va a ser mucho más difícil que quemes nada la próxima vez que lo saques a pasear.

UNAMÅE – No, te lo digo en serio. Me puse muy nerviosa, y… no tenía que haberte hablado así.

ECO – A tu favor diré que si alguna jornada estás en derecho de justificar que estés nerviosa y digas tonterías, es ésta.

UNAMÅE – No, de verdad. No te lo mereces. Me comporté como una energúmena.

            Eco asintió.

UNAMÅE – Y al respecto de…

            Unamåe chasqueó la lengua.

UNAMÅE – Sé que me lo has explicado muchas veces, pero… todavía me cuesta. Bastante. Es… mucho más fácil hacerlo así.

ECO – Si ya lo sé, Måe. ¿Qué te piensas, que yo no he hecho lo mismo, cuando tenía tu edad?

            Unamåe frunció el ceño, interesada.

ECO – Por eso no todo el mundo lo hace. Y por eso hay tan poca gente en el gremio, porque no es fácil. Todos tenemos el don… Todos…

            Eco se llevó una mano a la cicatriz de donde antaño habían emergido sus astas.

ECO – Todos nacemos con este don, ¿no te extraña que tan pocos HaFunos lo usen si es tan poderoso?

            Unamåe asentía a medida que Eco hablaba.

UNAMÅE – Eso es cierto. Kurgoa es incapaz de hacer los trucos más sencillos. Y lo ha intentado un montón de veces.

ECO – Los hay que tienen el don muy poco desarrollado y… se frustran. Otros lo tienen muy desarrollado pero son incapaces de controlarlo, y no lo usan porque le cogen miedo. Encontrar el equilibrio es muy complicado y… requiere mucha disciplina. Lo único que quiero que entiendas es que es un regalo hermoso, pero al mismo tiempo increíblemente peligroso. Bien canalizado, puede resultar algo muy útil y poderoso, pero si se le da un mal uso… puede ser fatal, tanto para los demás como para uno mismo. Si hubieras intentado hacer eso con el fuego de una forja en vez de con un nimbo, podrías haberte carbonizado ahí mismo, y no te hubiera dado tiempo siquiera a enterarte. Por eso insisto tanto en que si te interesa, lo primero que tienes que hacer es aprender a canalizarlo, no a absorberlo. Para eso ya tendrás tiempo cuando realmente sepas lo que estás haciendo. Yo… estoy más que dispuesto a enseñarte, si te interesa, pero… tú tienes que poner también de tu parte.

UNAMÅE – Prometo no volver a hacerlo.

            Eco rió abiertamente.

ECO – No me engañes. Ni te engañes a ti misma. Yo he mantenido esta misma conversación, estando en tu lado, y… no he cumplido mi parte del trato. En repetidas ocasiones. Lo volverás a hacer, pero lo que quiero es que cuando lo hagas, sea controladamente, sabiendo muy bien lo que estás haciendo. También tiene su parte útil, pero si no lo controlas, tienes más a perder que a ganar. Yo… si te soy sincero… lo echo mucho de menos. Es como si de repente… te quitaran la capacidad de hablar o… de volar. O un brazo.

            Unamåe tragó saliva. Sabía a ciencia cierta que eso era un tabú para Eco, y no sabía cómo reaccionar cuando sacaba el tema.

ECO – Pero bueno, hablemos de lo verdaderamente importante. ¿Me vas a dar un abrazo o qué?

            Unamåe se levantó de un salto, apoyó el taoré con cuidado sobre la cama y se abalanzó a los brazos de Eco. Ambos se fundieron en un emotivo abrazo, al tiempo que se acariciaban las mejillas.

ECO – Y basta ya de hablar, ¡que aún te tienes que preparar para la ceremonia!

UNAMÅE – ¡Es verdad!

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