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Publicado: 30 agosto, 2022 en Sin categoría

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Eco estaba sentado a un banco bajo unos altos árboles, en una plaza blanda plagada de flores de vistosos colores, viendo pasar lo más florido de la nobleza ictaria. Esa era una mañana especialmente ventosa, y desde que se sentase ahí había visto volar tres tocados y un par de sombreros. Estaba algo nervioso por la incertidumbre que le provocaba su inminente encuentro con Gör, y esa distracción le estaba ayudando a dejar de hacer volar la imaginación en la dirección equivocada. Aquellos HaFunos eran tan radicalmente distintos a él en prácticamente todo, que observarles le estaba resultando fascinante.

            Tras dejar a Måe en la Universidad, el HaFuno cuernilampiño se había dirigido instintivamente hacia el gremio de mensajeros. Había llegado mucho antes de lo previsto. Fue incapaz de dar media vuelta y marcharse, pese a que se había prometido no repetir la situación de la jornada anterior, llegando mucho más pronto que el propio Gör al gremio. Lo que hizo fue deambular un rato hasta que encontró aquél banco al sol azul, del que no se había levantado desde entonces.

Había visto a Gör cruzar la plaza poco después de sentarse, pero por fortuna el maestro no había reparado en él. La tentación de seguirle y llegar al gremio al mismo tiempo que él era grande, pero Eco supo ignorarla. Había escogido ese lugar estratégico porque desde ahí se veía un imponente reloj de arena que lucía como corazón a una escultura a su gusto excesivamente pomposa, aunque no por ello menos práctica. Cuando faltaba ya muy poco para la quinta llamada, finalmente decidió levantarse. Caminó sin prisa hacia el edificio, que estaba a un par de calles de ahí.

            Al acceder al vestíbulo se sorprendió por cuán concurrido estaba esa mañana. El ir y venir de clientes y mensajeros resultaba abrumador. Si uno alzaba el mentón al aire, la cantidad de naves voladoras que partían de los hangares o llegaban a ellos repletas de paquetes y cartas resultaba igual de sorpresiva. Caminó sorteando el gentío y decidió subir haciendo uso de las escaleras, para perder algo más de tiempo. Llegó junto a la puerta del despacho del maestro Gör justo a tiempo, y esperó unos instantes, hasta escuchar el tañido de las campanas, para golpearla con los nudillos. Nadie respondió, pero la puerta enseguida se abrió. Eco dio un paso atrás. Gör se encontraba al otro lado.

GÖR – Caray, Eco, sí que eres puntual. ¿Acaso estabas esperando detrás?

ECO – Me citaste a la quinta llamada.

El maestro Gör puso los ojos en blanco, con una media sonrisa dibujada en la cara. Se hizo a un lado y le invitó a entrar.

GÖR – En fin… Siéntate.

            Eco acató la orden de su maestro y tomó asiento. Le llamó la atención una carpeta de cuero marrón que había sobre su escritorio. Distinguió en bajorrelieve el inconfundible sello del gremio de justicia: una báscula con dos pebeteros ardientes como platillos. Levantó el mentón cuando Gör habló de nuevo.

GÖR – Tal como te dije ayer, hoy empezarás a trabajar de verdad para el gremio. Hasta el momento has demostrado lealtad, rigor y rapidez. Pero eso no es suficiente. Necesito corroborar que eres uno de los nuestros, y que puedo confiar en ti. Algo me dice que no me defraudarás, pero si algo he aprendido en todos los ciclos que llevo a cargo del gremio, es a no fiarme de mi intuición. En Ictaria no todo el mundo es quien parece ser, y todos están dispuestos a regalarte los oídos con tal de caerte en gracia. Yo necesito hechos, no palabras.

ECO – Por suerte o por desgracia, yo no soy ictario. De igual modo que no lo eres tú.

            El maestro frunció ligeramente el entrecejo, meditando las palabras del HaFuno cuernilampiño. Respiró hondo y empujó aquella carpeta con los dos dedos centrales, acercándosela a Eco.

GÖR – Ahí dentro hay unos documentos confidenciales y muy importantes. Necesito que los lleves al gremio de justicia de Tárgal, tan rápido como puedas. Tienes que hacerlo llegar al maestro del gremio, y necesito que esperes a que él redacte un documento y te lo entregue. Cuando lo tengas, deberás llevarlo directamente al gremio de justicia de Ictaria. No puedo entrar en detalles, pero es muy urgente, y hay muchos HaFunos esperándolo. Cuando cumplas con tu misión, vuelve con el albarán de entrega con los sellos de ambos gremios, y entonces volveremos a hablar.

Eco se esforzó tanto como pudo por minimizar su decepción. Tárgal estaba lejos; mucho más lejos que Ändor, pero infinitamente más cerca que Hedonia. Esforzándose al máximo, bien podría ir y volver en tres o cuatro jornadas lo sumo, si descansaba lo justo para no quedarse dormido en pleno vuelo. Eco había imaginado que le enviaría a los confines del anillo en una misión imposible, pero Gör le había asignado una tarea que bien podría hacer cualquier HaFuno medianamente entrenado. Él esperaba un reto mucho más complicado, que le ocupase mucho más tiempo, como los que le habían forjado su más que merecido renombre en Hedonia.

GÖR – ¿Crees que podrás hacerlo? Si no te ves preparado, es mejor que me lo digas ahora. No pasa absolutamente nada.

            El HaFuno cuernilampiño hizo un gesto de negación.

ECO – En absoluto. Puedes contar conmigo.

GÖR – No esperaba menos, Eco. Ten presente que no estás jugando sólo con tu reputación, sino con la mía. La de todos nosotros. No hagas que me arrepienta.

ECO – Descuida. Si no necesitas nada más, con tu permiso, me retiraré, que tengo un mensaje urgente que entregar.

            El maestro le brindó un solemne asentimiento de sus deformes astas. Eco cogió la carpeta y desanduvo sus pasos. Cerró tras de sí con suavidad la puerta del despacho, aún algo molesto por haber recibido una misión, a su parecer, tan sencilla. Abrió la carpeta a medida que avanzaba por el pasillo y comprobó su contenido. Tan solo había un sobre bastante grande, con un lacre con idéntico sello que la carpeta, y el albarán de entrega, donde el maestro le había dicho que debía reclamar el sello de ambos gremios. Volvió a meterlo todo en la carpeta y se subió en el primer ascensor que encontró libre, en dirección a la planta baja del edificio del gremio.

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