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Publicado: 13 agosto, 2022 en Sin categoría

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Cuando Eco aterrizó sobre el puente, el sol azul estaba ya peligrosamente cerca del horizonte de Ictaria. Al tratarse de un continente tan grande, desde su superficie siempre se tenía la sensación de estar en tierra firme, y no en una isla flotando a la deriva a miles de zancadas de la madre Ictæria. Por más tiempo que llevaba ahí, e incluso aunque el perenne dibujo del anillo en la bóveda celeste se lo recordaba en todo momento, Eco aún no había conseguido acostumbrarse a esa sensación.

            Había volado todo lo rápido que había podido, con tal de llegar a tiempo antes que el maestro abandonase el gremio. Era perfectamente consciente que Gör estaría más que satisfecho de su trabajo si acudía bien pronto la mañana siguiente. Cualquiera lo estaría, con la más que generosa distancia que separaba a Ictaria de Ändor. Pero eso no era suficiente para él. Eco era demasiado exigente consigo mismo para conformarse únicamente con eso.

Corrió por el puente, esquivando dos carretas que llevaban un par de pasajeros cada una, tiradas por recios kargúes, y se dirigió a la garita del gremio de mensajeros. Entró al edificio por el piso superior, al que sólo podían acceder los miembros del gremio. Tan solo tuvo que bajar un tramo de escaleras para llegar a la planta donde se encontraba el despacho del maestro Gör. Corrió hacia su puerta, observado con curiosidad y algo de recelo por los que eran sus compañeros de gremio, que no tardarían mucho en marcharse, pues ya era muy tarde.

            Respiró hondo antes de dar el siguiente paso. Dio tres cortos pero contundentes golpes con los nudillos en la puerta de madera cian y aguantó la respiración. Esperó unos instantes que le parecieron una eternidad, temiendo haber llegado demasiado tarde, hasta que finalmente escuchó una voz grave al otro lado.

GÖR – Adelante.

            Eco tragó saliva. Se había quitado un peso enorme de encima. Sacó el paño de jaraí del bolso de su cinto y abrió la puerta con delicadeza. Un sutil olor a humo de puro le dio la bienvenida. La expresión sorprendida en el rostro de su maestro de gremio fue mucho más placentera de lo que él había esperado. El maestro Gör, que había estado enfrascado en la lectura de un tratado de comercio, se irguió al verle entrar tan decidido.

GÖR – ¿Qué haces aquí?

ECO – Traigo una cosa para ti.

            Eco colocó con delicadeza el paño de jaraí sobre el escritorio del maestro. Le llamó la atención que el cenicero estuviera inmaculadamente limpio de nuevo. Gör miró el paño, le miró a él, con el ceño fruncido, visiblemente contrariado por su presencia, y volvió a mirar el paño. Lo abrió apartando sus esquinas y contempló atónito todos aquellos jugosos y dulces golines. No era capaz de dar crédito.

GÖR – ¿Me estás hablando en serio?

ECO – El maestro Vuk te manda saludos.

GÖR – ¿Me estás diciendo que has ido hasta Ändor y has vuelto en la misma jornada?

ECO – Sí. Y me he quedado en Ändor más tiempo del que tenía previsto. ¡Caray si le gusta hablar, al maestro Vuk!

GÖR – Eso es cierto.

            Gör soltó una risotada. Agarró uno de los golines y se lo llevó a la boca. Cerró los ojos, con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en su orondo rostro, saboreando la dulce golosina.

GÖR – ¡Ah! Hacía muchísimo tiempo que no me comía uno de estos. ¡Son tan ricos como los recordaba!

            Disfrutó unos instantes más, antes de adoptar de nuevo una expresión seria y adusta. Se dirigió a Eco.

GÖR – ¿Cómo lo has hecho? No lo comprendo.

ECO – Me dijiste que me diese toda la prisa que pudiera, y eso es lo que he hecho.

            Gör asintió, mientras comenzaba a masticar el golín.

GÖR – Debo reconocer que me has sorprendido. Veo que no exageraban ni un ápice cuando decían que eras muy rápido.

            Eco asintió, satisfecho.

GÖR – Bueno. Se acabaron los jueguecitos. Esto no era más que una prueba. Llevas demasiado tiempo en el gremio y aún no has hecho nada de provecho. Ya va siendo hora que comiences a trabajar de verdad, ¿no crees?

ECO – Nada me gustaría más, maestro. Para eso he venido hasta Ictaria.

            El maestro masticó por enésima vez el golín, y acto seguido lo tragó. Se vio tentado a coger otro, pero no lo hizo. Lo que sí hizo fue abrir uno de sus cajones, haciendo uso de una llave que llevaba en el cinturón, y comenzó a escarbar en él. Finalmente encontró lo que buscaba. Se trataba de una cuenta de pugnatina. Era negra como la noche total, habitualmente utilizada para elaborar orfebrería de precisión; el mineral más duro de Ictæria, muy difícil de encontrar en el anillo. No era la cuenta más valiosa, pero se trataba de un pago nada desdeñable para un trabajo que le había costado tan poco tiempo hacer.

GÖR – Te lo has ganado, Eco.

ECO – Hoy no es jornada de cobro, maestro. No la puedo aceptar.

GÖR – No te la da tu maestro de gremio, te la doy yo, Gör. Por haberme traído un trozo de mi infancia, y haberme ayudado a saludar a un viejo amigo.

            El HaFuno cuernilampiño dudó unos instantes, pero finalmente echó mano de su recompensa, y la guardó en su bolsa de cuentas. Ni quería ni necesitaba ese dinero, pero no deseaba importunar al maestro.

GÖR – Ven mañana. No hace falta que vengas tan pronto como hoy, hazme el favor de descansar un poco. Con que estés aquí a la quinta llamada será más que suficiente. Y despídete de los tuyos, porque tu siguiente misión te garantizo que no la vas a poder hacer en tan poco tiempo. Te puedes retirar.

ECO – Si no necesitas nada más…

GÖR – Márchate, insisto. Buen trabajo.

            Eco agradeció las palabras de Gör con un asentimiento de su ausente cornamenta, y abandonó el despacho. Se vio tentado a ir a celebrar cuán bien había salido todo tomando una copa o visitando a su amiga Aru, pero estaba demasiado cansado para hacer nada más que volver al molino y echarse a dormir como un cachorro. Utilizó el ascensor para llegar hasta la planta baja y abandonó el edificio del gremio de mensajeros prácticamente arrastrando las patas.

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