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Publicado: 12 marzo, 2022 en Sin categoría

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En la tradición HaFuna, en el momento que un miembro de la comunidad escogía su nombre adulto, el anterior quedaba tácitamente anulado, y se convertía en poco menos que un tabú. Había muchos que lo utilizaban en el entorno familiar o entre sus amistades, de forma cariñosa e incluso irónica. Eso ocurría sobre todo en las comarcas, no tanto en la capital. No obstante, hacerlo abiertamente y entre extraños se consideraba una flagrante falta de educación. Sin duda alguna, ese fue el motivo por el que Uli había decidido dirigirse a Måe haciendo uso de su nombre anterior a su ceremonia de graduación. Y sin duda alguna por ello se ensanchó tanto su sonrisa cuando leyó la estupefacción en la cara de la joven HaFuna.

            Måe se le quedó mirando fijamente a los ojos, sin mediar palabra. Él estaba deseando obtener una réplica airada, para seguir adelante con su macabro juego de martirio, pero la joven HaFuna se mantuvo en sepulcral silencio. Ya le había dicho cuando precisaba decirle, la jornada anterior, y en esos momentos estaba demasiado sobresaltada por lo ocurrido para pensar con claridad. Aquél HaFuno no merecía que ella malgastase su saliva con él. Transcurrieron unos momentos tensos tras los cuales Uli acabó dándose por vencido.

ULI – Vayámonos, chicos, que todavía se os va a pegar algo.

            Uno de aquellos HaFunos que le seguían a todos lados cual cromatíes falderos, Sid, soltó una carcajada, y los cuatro abandonaron el aula, charlando entre sí, dejándola por fin a solas y en paz. La joven HaFuna se quedó sentada en su pupitre, pensativa. Ella acababa de llegar a Ictaria hacía no muchas jornadas, y no había conocido a ictario alguno hasta que llegó a la Universidad. Había dejado atrás a todos los HaFunos de su entorno, los únicos que sabían cuál era el nombre que se le había asignado al eclosionar. Allá nadie sabía cual había sido su nombre antes de su ceremonia de graduación. Nadie a excepción de una única HaFuna.

            Måe acabó venciendo la desidia y abandonó el aula. Se dirigió a la cantina con paso firme y decidido, por unos pasillos que estaban tan vacíos que resultaban, incluso con toda la luz que entraba por los ventanales, poco menos que inquietantes. Le costaría mucho adaptarse a la escala y la forma de esa llamativa arquitectura. Pese a que hacía mucho, mucho tiempo que se había eliminado de la Universidad toda la iconografía HaGrú, Måe no paraba de imaginarse a las criaturas que habían cruzado esos anchos pasillos docenas de ciclos atrás, maquinando sus vilezas y forjando los cimientos para lo que sería la Gran Guerra que obligaría a su raza a vivir en el exilio.

            Llegó tan tarde a la cantina que no tuvo siquiera que hacer cola para obtener su ración. El ruido que había ahí, con tantos HaFunos hablando prácticamente a gritos entre sí, resultaba bastante molesto. Tras ser invitada con algo de rudeza a poco menos que quitarse de en medio tras obtener su bandeja, echó un vistazo en derredor. Vio un generoso grupo de HaFunos vestidos con túnicas negras; Uli estaba en el mero centro. Daba la impresión que desprendiera una suerte de fuerza gravitacional. Habían ocupado la misma mesa que la jornada anterior, y charlaban distendidamente unos con otros. Vio a Una sentada a la misma mesa, con el resto de HaFunos de primer curso, hablando y riendo con un par de HaFunas cuyo nombre Måe no recordaba. La joven HaFuna prefirió no acercarse.

            Con la bandeja bien sujeta, plantada en mitad del paso, siguió buscando dónde sentarse. Su mirada se cruzó con la de una HaFuna de furo rojizo que vestía una túnica roja. Le llamó la atención aquél curioso y en cierto modo bello juego cromático, pero enseguida apartó la mirada al ver que ella también la estaba mirando, con el ceño ligeramente fruncido, curiosa. Las mesas eran muy largas, pero en su mayoría estaban ocupadas por HaFunos ataviados con túnicas de idéntico color. Si bien había algunos pequeños grupos de HaFunos de primer curso diseminados por otras mesas, la mayoría de ellos se encontraban congregados en la misma zona, donde se encontraban Uli y Una. Incluso detectó una en especial, cerca de la entrada a las cocinas, donde todos sus ocupantes lucían túnicas blancas. La Universidad disponía de más profesores de los que ella había imaginado.

Måe se dirigió hacia la pared del fondo de la cantina, en dirección opuesta a la que se encontraban sus compañeros. Desde ahí obtuvo una vista privilegiada de los altos árboles que poblaban el gran patio interior de la Universidad. Tomó asiento en una mesa en la que no había HaFuno alguno, y echó un vistazo a la comida que había sobre la bandeja. La joven HaFuna se sorprendió al tomar el primer bocado, porque no tenía tan mal sabor como el rancho de la jornada anterior. De todos modos, sacó de su macuto un par de jugosas tortas de rakuta que había traído consigo, y las fue intercalando entre bocado y bocado.

            En la cantina los techos eran muy altos, más incluso que en el resto de salas de la Universidad. Ello no era una excepción en la pared acristalada que comunicaba con el patio interior. El efecto invernadero de la luz del sol azul que entraba por las cristaleras hacía de la estancia algo más agradable. Måe  comió sin prisa, tratando de liberar su mente de malos pensamientos y disfrutar del momento, observando las islas errantes que volaban por encima del continente. Algunas de ellas eran tan grandes que provocaban eclipses francamente largos, al menos para los que ella estaba acostumbrada en Hedonia, donde las islas del archipiélago apenas ocultaban el sol un instante.

            Tan pronto tañeron las campanas de la espadaña, todos los HaFunos, tanto alumnos como profesores, desocuparon sus sillas y comenzaron a desfilar de vuelta a sus respectivas aulas en un caos ordenado, dejando sus bandejas, sus cubiertos y sus vasos, así como migajas y demás desperdicios tirados por las mesas. Måe recogió la suya y la llevó a la zona donde le habían servido, en una pila junto al resto de bandejas. Se llevó un gesto de aprobación de la HaFuna que le había servido, y le correspondió con un asentimiento de astas. Era el momento de volver a clase.

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