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Publicado: 15 marzo, 2022 en Sin categoría

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Las campanas tañeron por enésima vez esa tarde. El profesor Elo se despidió de ellos y abandonó el aula. Måe soltó la pluma y la dejó caer en su pupitre, como si quemase. El dulzón olor a tinta resultaba francamente agradable. Tenía los dedos doloridos de tanto escribir. Antes de cerrar la libreta comprobó apesadumbrada que ya había llenado casi la mitad de sus hojas. Pronto necesitaría una nueva, y ahí en la capital hacerse con otra resultaría mucho más caro que en Hedonia. Se lamentó por no haber sido más previsora antes de partir.

Pese a que el servicio no era especialmente caro, la joven HaFuna detestaba tener que gastar cuentas todas las jornadas para hacer uso del ascensor tanto al ir a la Universidad como al volver de ella. Aún le quedaba bastante de lo que Eco le había entregado la jornada anterior, pero no tardaría mucho en verse en la obligación de pedirle cuentas de nuevo, y eso era algo que detestaba profundamente. Viendo lo absorbente que era la vida lectiva, en esos momentos la idea de buscarse un trabajo paralelo le parecía algo menos factible que antes de comenzar las clases. De todos modos, no estaba dispuesta a resultar una carga, fuera cual fuese el precio a pagar.

            La vida en la Universidad de taumaturgia hasta el momento distaba mucho de lo que ella había imaginado antes de ingresar. La joven HaFuna creyó que sería algo mucho más dinámico y edificante, excitante e incluso peligroso, pero no habían vuelto a practicar la taumaturgia desde la primera llamada del primer día. Aunque visto lo visto, tal vez no era tan mala idea. Ni tan siquiera habían visto al profesor Elo mostrarles sus prodigios ni una sola vez. Desde entonces tan solo se había sucedido una llamada tras otra de puras clases de teoría, y pese a que a ella le estaban resultando muy gratificantes, el sentir general del resto de compañeros parecía indicar todo lo contrario. Muchos de ellos parecían haber dejado incluso de prestar atención, de puro tedio.

            Måe recogió a toda prisa sus enseres y se dirigió a la puerta del aula, tratando de pasar desapercibida. Como no podía ser de otro modo, Uli no se lo permitió. El HaFuno parecía estar haciendo guardia junto a la puerta, y al verla acercarse, se dirigió a ella, con una sonrisa radiante enmarcada por sus níveos dientes. El habitual coro de HaFunos que le seguían a todos lados les observaron, expectantes.

ULI – ¿Dónde vas con tanta prisa?

Måe respiró hondo, tratando de mantenerse serena. No quería crear una escalada en la hostilidad, después de lo que había ocurrido la jornada anterior, pero ya no sabía qué hacer para deshacerse de él. Uli desde luego no estaba dispuesto a ponérselo fácil.

ULI – Ten cuidado ahí abajo, ¡no te vayan a picar los gníbiros mientras duermes!

MÅE – ¡Déjame en paz de una vez! Por lo que más quieras.

            La joven HaFuna avanzó, y pese a que Uli trato de impedírselo, no cejó en su empeño y acabó dándole un fuerte golpe con el hombro para hacerse paso, con el que consiguió finalmente zafarse de él. El HaFuno se hizo a un lado y se la quedó mirando, orgulloso de haber conseguido sacarla de nuevo de sus casillas. Todos sus demás compañeros se la quedaron mirando, sin dar crédito. Uli se giró hacia la puerta por la que ella había salido a toda prisa y gritó a pleno pulmón, haciendo que todos los HaFunos que había en el pasillo, que no eran pocos, se girasen hacia ellos.

ULI – ¡Adiós, Unamåe!

            Måe frenó durante un instante su avance, llena de ira. Algo dentro de sí le imploraba a gritos que se diera la vuelta y le hundiera el puño en el pecho a aquél desagradable Hafuno. No obstante, prefirió morderse la lengua y continuó adelante. Estaba claro que poniéndose a su nivel tan solo empeoraría las cosas. Al encarar el pasillo vio un corrillo de HaFunas vestidas con la inconfundible túnica negra de los alumnos de primer curso. Una estaba entre ellas. En este caso Måe no fue tan diplomática y se dirigió a paso firme hacia ella. La HaFuna suspiró al verla acercarse, y echó un vistazo a la puerta de aula, donde se encontraba Uli. Él hizo un gesto de asentimiento, serio y concienzudo, que Måe no llegó a percibir, porque le estaba dando la espalda.

MÅE – ¿Podemos hablar un momento a solas, Una?

            Una suspiró de nuevo y la invitó a entrar en el aula contigua, que estaba vacía, haciendo un gesto con la cabeza. Las HaFunas con las que había estado charlando enseguida comenzaron a cuchichear entre ellas, tan pronto se quedaron solas.

MÅE – Me parece fatal eso que has hecho.

            La expresión de la más sincera sorpresa se dibujó en el rostro de Una. Asimismo, también parecía bastante nerviosa.

MÅE – Te dije cómo me llamaba en confianza, Una.

UNA – No sé de qué me estás hablando, Måe.

            La joven HaFuna frunció el entrecejo. Le había dado muchas vueltas, pero siempre acababa con la misma conclusión: había tenido que ser ella. Nadie más conocía ese secreto.

MÅE – ¿Me vas a decir que no tienes nada que ver? Tú eres la única que sabía cómo me llamaba antes de mi ceremonia de graduación.

UNA – ¿Qué me quieres decir con eso? Te lo digo de corazón, no te sigo.

            El enfado de Måe fue mutando en incomprensión. La expresión contrariada de Una parecía genuina.

MÅE – ¿Cómo es posible que Uli sepa mi nombre?

            Una tragó saliva.

UNA – No lo sé. Yo… te prometo que no le he dicho a nadie cómo te llamabas. Eso es de mala educación.

MÅE – ¿Y entonces cómo lo sabe?

            Una se quedó boquiabierta, pensativa.

UNA – No lo sabes…

            Måe sentía ganas de llorar. No comprendía nada.

UNA – No sabes quién es Uli.

MÅE – Un cretino. Eso es lo que es.

UNA – No, en serio. ¿De verdad que no sabes quién es?

MÅE – No.

UNA – ¿Me lo estás diciendo de verdad?

            Måe hizo un gesto de negación, levantando el mentón, incapaz de responderle a Una.

UNA – Måe… Uli es el hijo del Gobernador Lid.

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