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Publicado: 27 agosto, 2022 en Sin categoría

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Måe lucía cabizbaja. Ambos estaban descendiendo por la en apariencia interminable pasarela espiral del Hoyo. Si en realidad bajaban o subían, dependía más bien de la posición del observador, pues llegaba un punto, en el corazón del continente, que el concepto de arriba y abajo dejaba de tener sentido. El HaFuno cuernilampiño había esperado hasta entonces para revelar a Måe que la dejaría sola un tiempo prolongado debido a su trabajo, y ahora se sentía mal por ello. La reacción de la joven HaFuna, no por previsible le resultó menos dolorosa.

ECO – No te lo conté ayer porque… no quería quitarte la ilusión. Me lo dijeron por la tarde, justo antes de marcharme.

MÅE – ¿Pero… cuánto tardarás en volver?

ECO – Pueden ser un par de jornadas, o… mucho más tiempo. No sé qué tienen preparado para mí.

MÅE – ¿No te han dicho dónde vas?

ECO – No. Sólo me dijeron que mejor avisara que tardaría en volver, porque no sería un viaje corto.

            La joven HaFuna asintió, pensativa. A esas horas de la mañana el tráfico de HaFunos por el Hoyo era bastante intenso. Algunos se dirigían a la cara inferior de Ictaria, pero la enorme mayoría iban a trabajar a la cara superior, igual que ellos. Por fortuna, la pasarela era lo suficientemente ancha para que pudieran transitar por ella sin problemas, y a juicio de Eco, suficientemente fuerte y robusta para que la joven HaFuna pudiese hacer uso de ella frecuentemente. Ambos observaron cómo la plataforma descendía. Estaba tan atiborrada de HaFunos, carros, cajas enormes e incluso animales, que imaginarse ahí dentro resultaba cuanto menos claustrofóbico.

MÅE – ¿A ti te apetece?

ECO – Adoro mi trabajo, pero… me da lástima por ti. Ya sabes que a mí me encanta volar de un lado para otro. Pero… no quiero que pases tanto tiempo sola, y más en un lugar extraño.

MÅE – Pues no se hable más. Has trabajado muy duro, Eco. Te lo mereces. ¡Yo seguiré aquí cuando vuelvas!

ECO – ¿No me echarás de menos?

MÅE – Qué va. Tengo a Snï.

            Ambos rieron. Siguieron charlando distendidamente el largo trecho que les faltaba para llegar hasta el claro entre los árboles en el que se encontraba la entrada opuesta del Hoyo. Al salir del pequeño recinto, a Måe le llamó la atención descubrir que aquella pequeña HaFuna que les había atendido a ella, a Lia y a su abuelo la tarde anterior, la tal Tahora, todavía seguía ahí. O tal vez se había marchado y había vuelto. En cualquier caso, la HaFuna parecía no haberla reconocido.

Pasaron de largo el control de la entrada y se dirigieron hacia las murallas. Habían salido algo antes que de costumbre, porque Måe temía llegar tarde. Ignoraba cuánto les podrían hacer esperar en el Hoyo, y quería estar en la Universidad a tiempo para poder entregar a Bim su túnica antes que las campanas de la espadaña les reclamasen a sus respectivas clases. Eco había decidido acompañarla por su seguridad y por pura curiosidad hacia el Hoyo. Había llegado al continente mucho más pronto de lo que Gör le había citado, por lo que se vio en la obligación de hacer tiempo, y había decidido hacerlo acompañando a la joven HaFuna a la Universidad.

Estaban a punto de cruzar la entrada a la ciudadela, franqueada por aquellos curiosos miembros de la guardia Ictaria, cuando el HaFuno cuernilampiño se sacó la bolsa de cuentas del cinto.

ECO – Quédate con esto.

            Måe suspiró. No quería tener que pasar de nuevo por eso. Eco le entregó la bolsa de cuentas. Ella la cogió con evidente e incluso exagerado disgusto y observó su contenido. La sorpresa se dibujó en su rostro.

MÅE – ¿Pero qué es esto? ¿Te has vuelto loco, Eco? Aquí hay más del doble de lo que me diste la última vez. ¡Y todavía no me he gastado ni la mitad!

ECO – No sé cuánto voy a tardar en volver, Måe.

MÅE – Da igual. No necesito tanto.

ECO – Prefiero que lo tengas y no lo uses, a que no lo tengas y acabes echándolo en falta. Además, tendrás que salir con tus nuevos amigos, ¿no?

            La joven HaFuna estaba contando las cuentas.

MÅE – Esto es demasiado, Eco.

ECO – Si no lo coges, lo voy a acabar metiendo en tu macuto a la que te despistes, así que tú verás.

            Måe acabó dando su brazo a torcer. Pasaron de largo el mercado al aire libre, pero sin llegar a cruzarlo. La joven HaFuna buscó con la mirada el pequeño puesto de Lia, pero no lo encontró. Ignoraba si se encontraba más lejos, o si por el contrario aún no habían llegado. En cualquier caso, tenía demasiada prisa como para entretenerse. No tardaron demasiado en llegar a la plaza frente a la Universidad. La joven HaFuna tenía el recorrido grabado a fuego, y Eco se sorprendió, porque había tomado un camino mucho más rápido y directo que el que él le había enseñado la jornada que vinieron juntos a inscribirla.

A duras penas habían llegado a la altura de la escultura del dígramo, cuando Måe vio a Bim, agitando los brazos, invitándola a acercarse. Junto a él se encontraban Nåk y Tac. Al parecer, Rha aún no había llegado. Se dirigieron hacia ellos. La joven HaFuna no pudo evitar fijarse en que Uli les observaba desde la distancia, junto a una de las pirámides de piedra que flanqueaban las escaleras. Se esforzó al máximo por ignorarle.

NÅK – ¡Feliz jornada, Måe!

MÅE – Feliz jornada a todos. Mira, os presento a Eco. Os hablé de él ayer.

La joven HaFuna estaba algo nerviosa por el choque de esos dos mundos. Nåk y Tac se presentaron y saludaron al HaFuno cuernilampiño con un cortés asentimiento de astas. Bim, sin embargo, le dio la bienvenida con una fuerte palmada en la espalda. La joven HaFuna sacó de su macuto el hatillo, y se lo entregó al estudiante de artes bélicas.

MÅE – Te lo he cosido de nuevo. He reforzado los dos hombros.

            Bim asintió, con una sonrisa radiante en la cara, y se vistió con la túnica morada. Alzó los brazos, e hizo un movimiento con éstos hacia el lomo y hacia el pecho, como un pájaro que pretendiera alzar el vuelo, comprobando el buen trabajo que había hecho la joven HaFuna.

BIM – Está mejor que nuevo. ¡Mil gracias! Oiga, Eco. Usted no sabe la suerte que tiene de tener a esta HaFuna a su lado. ¡Llegará lejos, escúcheme lo que le digo!

ECO – Sí que lo sé. Y te pido un favor. No me hables de usted. No soy tan viejo.

NÅK – ¿Qué edad tienes?

ECO – Menos de lo que imaginas, pero más de la que aparento.

MÅE – Eco también estudió en la Universidad.

TAC – ¿Ah, sí? ¿Y qué disciplina escogiste?

ECO – Cuando yo estudié no nos separaban por gremios. Teníamos que tomar clases de todas las disciplinas. Eran otros tiempos.

            Tac frunció el entrecejo, contrariado. Todos se giraron al ver a Rha acercarse al grupo. Venía algo acalorada por las prisas.

BIM – Ah, mira. Ya estamos todos.

            Måe estaba presentando a Eco a Rha cuando sonaron las campanas de las espadaña, dando por concluido aquél breve encuentro.

ECO – Os dejo, que no os quiero entretener. Portaos bien, y cuidádmela, ¿entendido?

NÅK – Descuida. La dejas en buenas manos.

ECO – Que Ymodaba sea con vosotros.

            La joven HaFuna se despidió de Eco con un fuerte abrazo y, acompañada por sus nuevos amigos, subió las escaleras de la Universidad, dispuesta a asistir a la enésima clase de Historia de la taumaturgia. Se sentía más ufana y serena de lo que lo había estado en mucho, mucho tiempo.

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