105

Publicado: 1 octubre, 2022 en Sin categoría

105

Måe no había tenido ocasión siquiera de llegar a las escaleras que daban acceso a la entrada principal cuando concluyó en que algo no andaba del todo bien en las inmediaciones de la Universidad. Llegaba con bastante menos tiempo que de costumbre y acarreaba un sueño más que considerable. Había estado en pie hasta deshoras de la madrugada repasando sus apuntes en compañía de Snï. No tener presente la figura de Eco junto a ella en el molino para llamarle la atención si se hacía demasiado tarde, sin duda tenía sus ventajas. Pero también sus desventajas. De todos modos, la joven HaFuna no se arrepentía de lo que había hecho.

            Vio a un pequeño grupo de alumnos vestidos con túnicas negras idénticas a la suya, pero se limitó a pasar de largo. Subió las amplias escaleras y una vez se encontró en el vestíbulo, buscó con la mirada a alguno de sus nuevos amigos. Lamentablemente no fue capaz de dar con ninguno. Las campanas de la espadaña debían estar a punto de sonar: probablemente ya se estaban dirigiendo a sus respectivas clases, o bien ya se encontraban en ellas. Se sorprendió al ver al profesor Elo, con su imponente e impoluta túnica blanca, en mitad del vestíbulo. Tan pronto la vio, le llamó la atención.

ELO – Hagan el favor de dirigirse al patio. Hoy la clase no la impartiremos en el aula habitual.

Måe asintió, y tomó el camino hacia la portezuela de acceso al atrio  que circundaba el patio interior. Tuvo que retener la puerta para evitar que se abriese del todo y chocase contra la pared opuesta, de tanto viento que soplaba esa mañana. No fue hasta que estuvo en el patio que se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Una de aquellas grandes naves voladoras estaba apostada en mitad de la Universidad. No la había visto hasta entonces porque se encontraba suspendida por encima de las copas de los árboles donde vivía su pequeño amigo cromatí, que en esos momentos estaba tan bien escondido que no podría haber dado con él ni sobornándole con toda la comida del mundo. Una robusta soga acabada en un ancla en forma de tridente mantenía más o menos estable la nave sobre sus cabezas, meciéndose a merced del viento.

            Poco a poco el vestíbulo acabó de vaciarse de alumnos, y todos los que lucían túnicas negras acabaron congregándose en el patio interior, siguiendo las indicaciones de Elo. Éste fue el último en llegar, tan pronto tañeron las campanas de la espadaña. Levantó su mirada y le hizo un gesto con la mano al piloto. Éste tiró una escalerilla hecha de cuerda y tablones de madera, que se desenrolló a toda velocidad hasta dar un fuerte latigazo a menos de una zancada del suelo.

ELO – Vayan pasando y tomen asiento. No se entretengan, que hoy tenemos mucho que hacer. No hay tiempo que perder.

            La joven HaFuna vio cómo sus compañeros comenzaron a agolparse alrededor del inicio de la escalerilla. Sin necesidad de mediar palabra, todos se pusieron de acuerdo para dar preferencia a Uli, que fue el primero en comenzar a trepar. Måe puso los ojos en blanco. No era ningún secreto que detestaba al HaFuno, pero ver cómo los demás le trataban con tanta deferencia a todas luces no merecida, y no hacían más que reírle las gracias, le resultaba francamente fastidioso.

            Ya no quedaba un solo alumno sobre la rojiza yerba, y el profesor Elo se acercó a Måe, contrariado.

ELO – ¿No sube, joven? ¿Acaso tiene miedo a las alturas?

            La joven HaFuna hizo un gesto de negación, levantando el mentón.

MÅE – No… En absoluto.

            Måe comenzó a trepar con premura por la escalerilla, a tiempo de ver al profesor hacer un gesto que la sorprendió sobremanera. Elo extendió ambas manos, con las palmas hacia arriba, y cerró los ojos. Un remolino de aire se formó a sus pies. Desde su posición elevada en mitad de aquella escalerilla, Måe vio con meridiana claridad el torbellino que se formó a los pies del profesor, gracias a las ondulaciones que hacía la yerba. Elo se elevó en el aire, como empujado por una fuerza invisible, que no era otra que el viento que estaba domando con sus dotes de taumaturgo. La joven HaFuna se sorprendió con una amplia sonrisa en el rostro: estaba deseando que les enseñaran a hacer eso. En cuanto adquirió suficiente velocidad, Elo voló con gracilidad hacia la entrada de la nave. Ella se afanó por acabar de trepar, pues ahora era ya la única que faltaba por entrar.

            Cuando finalmente llegó arriba, todos sus demás compañeros ya habían tomado asiento. Había muchos más lugares donde aposentar el trasero que alumnos, de modo que podría escoger el que le viniera en gana. Como de costumbre, todos estaban hechos una piña alrededor de Uli. La joven HaFuna se fijó en aquél HaFuno regordete y torpe, otro marginado social como ella pero al que nunca nadie prestaba demasiada atención. Pin había tomado asiento junto a una de las ventanillas, pero nadie se había sentado ni a su lado, ni dos filas por delante ni dos filas por detrás.

La joven HaFuna sintió lástima por él. Sabía de primera mano por lo que debía estar pasando y, contraviniendo su instinto de mantenerse a una distancia prudencial de sus compañeros de clase forjado por la experiencia, decidió acercarse a él. Tomó asiento a su lado, y éste se la quedó mirando, con una expresión facial de puro desconcierto y asco. Se limitó a agarrar con fuerza su macuto, se levantó y se alejó de ella, mientras mascullaba entre dientes.

PIN – Sí, claro. Como que no tengo yo ya suficiente con lo mío.

            La joven HaFuna puso los ojos en blanco, más resignada que ofendida. Había llegado a un punto en el que ya ni siquiera le afectaba. Sentía más lástima por ellos que por sí misma.

SID – Tu fama te precede, Unamåe.

MEI – ¡Al igual tiene miedo que le quites la merienda!

            La carcajada fue generalizada. La joven HaFuna hizo ver que no les había oído. Tomó asiento junto a la ventanilla y hundió su mano en el macuto. Sacó de su interior su vieja libreta de apuntes y comenzó a repasarlos, al tiempo que la nave se ponía en movimiento.

Deja un comentario