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Publicado: 31 octubre, 2023 en Sin categoría

MAJ – No debéis llevaros a equívoco. Esto que os voy a explicar es importante. En el ámbito de la sanación, la taumaturgia no es ni exclusiva ni excluyente. Los remedios naturales, los ungüentos… son igual de importantes que los prodigios, y en muchas ocasiones es imprescindible trabajar coordinadamente con ellos para poder dar el mejor servicio al enfermo. Y en otras ocasiones, la única solución a un mal estará oculta en una infusión o una cataplasma, y ninguno de nuestros prodigios podrá hacer absolutamente nada al respecto. Los miembros del gremio de botánicos siempre han sido nuestros compañeros y aliados. La sanación es… un modo de hacerlo todo mucho más rápido, más eficiente y… permite llegar a límites que sin ella, serían sencillamente inabarcables. Pero no es la solución a todos los males. Si actuáis dando eso por hecho y creyéndoos mejor que el resto, no seréis nunca unos buenos sanadores. Y mucho menos unos buenos taumaturgos. Dicho esto… Si bien sí es cierto que los ungüentos pueden mejorar males menores, o apaciguar dolencias graves, cuando hay una amenaza severa a la salud, sí suele ser la taumaturgia la mejor opción para darle enmienda. Principalmente porque su acción es mucho más rápida, incluso cuando existe otra solución del todo natural. Siempre que no se haya perdido suficiente sabia como para que el daño sea irreversible, este noble arte os permitirá curar prácticamente todo lo que se os pase por la cabeza: desde heridas, hasta quemaduras e incluso amputaciones, en… en ciertos casos.

PAN – ¿Quieres decir que podríamos hacer crecer… un dedo, por ejemplo? ¿O… las astas?

            Måe se puso en tensión. Pese a que era evidente que la pregunta era legítima, y que aquél acólito de Uli lo único que albergaba en esos momentos era sana curiosidad, no pudo evitar sentirse intimidada. La sombra de Eco, pese a su prolongada ausencia, seguía siendo muy alargada. Ella conocía muy bien la respuesta: de haber sido posible lo que Pan sugería, Eco no contaría a esas alturas con su minusvalía.

MAJ – Eso sólo está al alcance de los HaGrúes, querido. A lo que yo me refiero, es que ante una amputación, y siempre que se den las condiciones oportunas, la taumaturgia puede restaurar el miembro amputado, volviéndolo a colocar en su lugar y restaurando su vida. Es un proceso extremadamente complejo, no obstante.

            Los alumnos asintieron. La clase prosiguió otra llamada más, en la que siguieron practicando y perfeccionando la transferencia del dolor y la dispersión de las heridas; las bases de la sanación para neófitos como ellos. Pese a la reticencia inicial, más que comprensible, los alumnos empezaban a perderle el miedo, que no el respeto, a ese noble arte. Para aprender a curar, antes debían aprender a convivir con el dolor y con el daño. ¿Y qué mejor modo de interiorizarlo que practicándolo con sus propios cuerpos?

            Al finalizar la lección, Måe se demoró un poco más que el resto de sus compañeros, como de costumbre, ayudando a Maj a recoger cuanto habían utilizado para llevar a término la práctica de esa jornada. Había tomado esa costumbre y todas las tardes lo hacía, después que sus compañeros abandonasen el aula. Eso le permitía retrasarse lo suficiente como para evitar cruzarse con Uli la mayoría de las veces. Cuando finalmente salió por la puerta se encontró a Una, que la estaba esperando, apoyada en la pared opuesta. Al verla, la HaFuna sonrió. Måe miró en derredor; ya no quedaba ningún otro alumno de primer curso a la vista, de modo que se acercó a ella.

MÅE – ¿Acaso me estabas esperando?

UNA – Sí…

            Una parecía algo nerviosa, pero la sonrisilla que emergía de la comisura de su hocico la delataba. Måe se moría de curiosidad por averiguar qué tramaba.

UNA – ¿Puedes acompañarme? No… no nos llevará mucho tiempo.

            La joven HaFuna frunció el ceño. Eso desbarataba sus planes, la rutina a la que había aprendido a aferrarse desde que Eco la dejase sola.

MÅE – Es que…

UNA – No será ni… ni media llamada. No te engaño. Si no fuera importante no te lo pediría.

            Måe respiró hondo y se mordió el labio inferior. Muchas tardes tenía que esperar todo ese tiempo, sino más, a Lia y a su abuelo, antes que estos dieran por concluida la jornada en el mercado ambulante, cuando la venta no se les había dado especialmente bien. Llegar un poco más tarde no tenía porque resultar mayor problema; tampoco tenía una llamada fija para acudir a trabajar, ni obligación de hacerlo si alguna jornada sus obligaciones en la Universidad se lo impedían. En eso, Lia había sido muy categórica. Además, estaba deseando saber qué se traía Una entre manos.

MÅE – Vale, pero… ¿De qué se trata?

UNA – Prefiero que lo veas tú misma. Es… Digamos que es una sorpresa.

            La joven HaFuna asintió y ambas abandonaron la Universidad. Afortunadamente, a esas alturas de la tarde ya había dejado de llover. Todo estaba sumido en un delicioso aroma a petricor que hacía del pesado camino algo mucho más llevadero y agradable. Se encontraban charlando distendidamente sobre cuanto la profesora Maj les había enseñado esa jornada, caminando codo con codo por una de las vías empedradas que comunicaban la Ciudadela con la ciudad cuando la voz de un HaFuno, que en ese momento las adelantaba a lomos de un kargú negro como la noche total, las abstrajo de sus cavilaciones.

ULI – ¿Que vais al Hoyo?

            Tal y como iba vestido, no le habían reconocido. Había cambiado el negro habitual por el blanco más puro. Iba, eso sí, acompañado por un pequeño regimiento de miembros de la Guardia Ictaria. Måe sonrió al asumir lo oportuno que ello resultaba, pues estaba convencida que de no ser por sus acompañantes, con esa despreciable actitud, se hubiera llevado más de un golpe de tanto en tanto.

ULI – Míralas. ¡Si parecen hermanas de sabia!

Måe mostró su habitual cara de desprecio. Una agachó la cabeza, avergonzada. Realmente daba la impresión que su destino fuese el Hoyo, pues en breve llegarían al cruce de caminos que llevaba a él, pese a que el destino que Una tenía en mente fuese otro muy distinto.

ULI – Si necesitáis cuentas para coger un ascensor, haberlas pedido.

            El hijo pequeño del Gobernador echó mano de una pequeña bolsa que tenía prendida del cinturón y lanzó un buen puñado de cuentas a las patas de ambas HaFunas, con gustosa alivez.

ULI – ¡Que paséis buena tarde!

            Uli espoleó el kargú y salió disparado hacia delante, seguido de cerca por su séquito de guardalomos. La joven HaFuna leyó en la cara de su compañera una congoja que consideró a todas luces injusta. Pese a que seguía guardándole rencor por haberle dado el lomo, era consciente que su situación no era mucho más agraciada que la suya propia.

MÅE – Déjalo, si es imbécil.

            Una levantó la mirada. Tenía los ojos vidriosos y estaba visiblemente inquieta, pero ofreció una sonrisa sincera a Måe.

UNA – Bueno… el mal ya está hecho. Al menos que valga la pena. Vamos a… seguir.

            Måe asintió, y ambas continuaron adelante, haciendo ver que no había ocurrido nada. Un HaFuno muy joven, que había estado presenciando atónito la escena, esperó a que se alejasen un poco más y acto seguido comenzó a recoger las cuentas que había desperdigadas por el suelo, incapaz de creer la fortuna que le había caído en gracia.

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