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Publicado: 20 agosto, 2022 en Sin categoría

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MÅE – No os quiero robar más tiempo.

LIA – Ya hemos acabado de recoger. ¿Tu tambíen te marchas de la ciudadela?

MÅE – Sí. Tengo que coger un ascensor. No vivo aquí arriba.

LIA – Nosotros tampoco.

            Lia reflexionó unos instantes.

LIA – Si tienes que bajar, vente con nosotros. ¿No, abuelo?

TYN – Si tiene que coger un ascensor, que se venga, por supuesto.

MÅE – ¿Os puedo acompañar?

LIA – Sí, claro. Vayamos juntos. Vamos al mismo sitio.

            Habitualmente era Lia la encargada de tirar de la pesada carreta echándose la viga al hombro. Pese a que le costó convencerla, Måe finalmente consiguió que la hilandera le permitiese compartir la carga. Se pusieron una a cada lado de la viga, sosteniéndola sobre sus hombros, y emprendieron el camino hacia la entrada de la muralla. Tyn empujaba desde detrás, aprovechando que su nieta marcaba la dirección. Los tres emprendieron el camino hacia el exterior de la ciudadela. Lia se deshizo en agradecimientos por la ayuda prestada; aquella carreta era muy pesada para una sola HaFuna, y poder compartir el esfuerzo resultaba francamente gratificante.

MÅE – ¿Y lo montáis y lo desmontáis todas las jornadas?

LIA – Sí. Cuando el sol se ha puesto tenemos la obligación de haber dejado la plaza libre, para que puedan limpiarla para la mañana siguiente.

MÅE – Me he fijado que no estabais en el mismo sitio que la otra jornada que nos vimos. ¿No tenéis un puesto fijo?

LIA – No. Acostumbramos a ponernos por la misma zona, pero no siempre es posible. Depende de dónde quede hueco cuando llegamos, por eso hay que llegar bien pronto. Si no, hay un momento en el que ya no te dejan ponerte, y tienes que volver por donde has venido. Pero… eso no nos pasa muy a menudo, ¿verdad, abuelo?

TYN – Si a quién yo sé no se le pegan las sábanas, no.

            Nieta y abuelo rieron ante la ocurrencia del segundo. Eran risas cansadas, pero sinceras. Måe también sonrió. Resultaba evidente que estaban muy compenetrados, y que se idolatraban el uno al otro. A la joven HaFuna le recordó a la relación que ella tenía con Eco.

MÅE – ¿Y qué tal ha ido la jornada hoy, habéis vendido mucho?

El semblante risueño de Lia se ensombreció por un momento. La hilandera echó un vistazo por encima del hombro y miró a su abuelo a través de la carreta. Éste lucía idéntica expresión lánguida en su arrugado rostro.

LIA – Hoy no ha sido una buena jornada. A veces es complicado.

MÅE – ¿Qué me dices?

LIA – Tú has sido nuestra única clienta.

MÅE – Pero… ¡¿cómo es posible?! Cuesta de creer, con el material tan excelente que vendéis.

LIA – En verano hay bastante movimiento, y solemos vender algo más. Ahora que se acerca el invierno… es una temporada un poco mala. Con el frío no vienen tantos visitantes a la ciudadela, y los ictarios pasan más tiempo en sus casas. ¡Pero no importa! Cuando llegue la ceremonia de la Gran Escisión todo cambiará. Ahí todo el mundo se vuelve loco y empiezan a comprar como si lo fueran a prohibir. Más de la mitad de lo que vendemos en todo el ciclo lo hacemos durante las festividades de la ceremonia.

MÅE – Pero para eso todavía falta todavía muchísimo.

LIA – Sí. Por eso trabajamos sin descanso en la Factoría, para tener material suficiente para poder venderlo entonces.

            Måe asintió, genuinamente interesada por lo que le contaba Lia. Habían cruzado las murallas y se dirigían hacia una zona boscosa que había en la gran franja sin edificar entre éstas y el inicio de la ciudad.

MÅE – Yo os voy a tener que dejar.

LIA – ¿Pero no decías que ibas a coger un ascensor?

MÅE – Sí.

LIA – Vente al Hoyo con nosotros.

            La joven HaFuna frunció ligeramente el entrecejo.

MÅE – ¿Qué es el Hoyo?

LIA – ¿No sabes qué es el Hoyo?

            El silencio y la cara enrarecida de Måe fueron suficiente respuesta para la hilandera.

LIA – Vente y te lo enseñamos. Está aquí detrás.

La joven HaFuna asintió, sin saber muy bien a qué. Condujeron la carreta hacia aquél clúster de árboles, y comenzaron a zigzaguear entre ellos. A medida que avanzaban, a Måe le llamó la atención descubrir a cada vez más HaFunos deambulando por los alrededores, yendo y viniendo de un lugar muy concreto. También le llamó poderosamente la atención que todos parecían habitantes de la cara inferior de Ictaria; muchos de ellos llevaban aquél uniforme gris tan característico y, a su parecer, tan poco agraciado.

Finalmente llegaron a lo que Lia denominaba el Hoyo. Måe no era capaz de dar crédito a que algo de semejante envergadura se le hubiera podido pasar por alto, estando tan rematadamente cerca de un lugar por el que ella pasaba dos veces cada jornada desde que había comenzado sus estudios de gremio. Su nombre era bastante esclarecedor: se trataba de un enorme hoyo en el suelo, de un diámetro más que considerable, que se internaba en las profundidades del continente. Un astuto sistema de pasarelas permitía al usuario cruzar a la cara inferior mediante una rampa en espiral, o haciendo uso de una especie de montacargas rudimentario sujeto con robustas poleas accionadas por HaFunos.

MÅE – ¿Cuánto tiempo lleva esto aquí? ¡No lo había visto nunca!

LIA – Esto lleva aquí desde… siempre. Me sorprende que no lo conocieras, viviendo abajo.

            La joven HaFuna se acercó algo más al complejo, y echó un vistazo a un cartel escrito a mano. Los símbolos que informaban del precio que se debía pagar por hacer uso de él en función de si se iba a pata o con algún tipo de vehículo tenían la pintura corrida.

MÅE – ¡Pero eso es menos de la mitad de lo que pago yo por utilizar un ascensor!

            Lia parecía tan sorprendida por la reacción de la joven HaFuna como ésta por su reciente descubrimiento.

LIA – Si trabajas en la parte superior de Ictaria, no cuesta nada. Nosotros siempre venimos por aquí. Yo, de hecho, jamás he utilizado un ascensor.

MÅE – ¿Pero yo puedo utilizarlo?

LIA – Sí claro. Puede utilizarlo todo el mundo. Es público.

MÅE – ¿En serio?

            Lia asintió, con una sonrisa. La expresión anonadada de Måe le parecía francamente cómica.

MÅE – Entonces… ¿esto es como un ascensor?

LIA – Sí… a efectos prácticos es lo mismo, pero… caben más HaFunos. Muchos más. La principal diferencia es que los ascensores se han construido con capital privado, y el Hoyo lo ha hecho el pueblo, para el pueblo. Puedes usar la rampa, o la plataforma. Por la rampa puedes ir tranquilamente, pero para usar la plataforma, para que tú bajes tiene que haber alguien que quiera subir, o si no a veces tienen que poner peso extra en el otro extremo. No funciona con contrapesos, como un ascensor.

La joven HaFuna no daba crédito a lo que le narraban sus ojos. Se habían acercado a la pasarela de madera que llevaba al montacargas, en uno de los extremos de la valla que circundaba aquél enorme agujero en el suelo. Una HaFuna más joven incluso que Måe se acercó a atenderlas, con una sonrisa radiante en la cara.

TAHORA – ¡Bienvenida, Lia! Has llegado justo a tiempo. Está a punto de llegar la plataforma.

LIA – Genial. Oye, ¿se puede venir ella con nosotros?

TAHORA – ¿Quién es ella?

LIA – Es una amiga. Ella… también es hilandera.

            Tahora miró de arriba abajo a Måe, con el ceño ligeramente fruncido. Le llamó poderosamente la atención su atuendo. Desde que comenzase a trabajar en el Hoyo, jamás había visto a un solo HaFuno vestido con una túnica siquiera parecida hacer uso del mismo.

TAHORA – Sí, sí, claro. Pasad. No hay problema.

            Tahora acompañó la barrera de madera en su recorrido, permitiéndoles pasar. Lia y Måe, ayudadas por Tyn, empujaron la carreta hasta el final de la pasarela. Para entonces, la plataforma ya había llegado al extremo superior. Måe lo miraba todo asombrada. El Hoyo era tan ancho que se podía incluso intuir su final, mirando hacia abajo. Todo su perímetro estaba excavado en la tierra y la roca. Había HaFunos subiendo y bajando por él, por aquellas rudimentarias rampas, y otro buen puñado que salían en esos momentos de la plataforma hacia donde ellas dirigieron la carreta. Måe se giró al escuchar la voz de la pequeña HaFuna que les había atendido.

TAHORA – ¡Hasta mañana, Lia! Buen viaje, que descanses.

LIA – ¡Adiós, bonita!

            Cargaron la carreta en la plataforma y la aseguraron con cinchos a unas argollas de metal que había colocadas estratégicamente en el suelo de madera. Tuvieron que esperar a que la plataforma se llenase antes que su operador la pusiera en movimiento, en dirección a las entrañas del continente.

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