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Publicado: 25 diciembre, 2022 en Sin categoría

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Aquél último traqueteo delató que la plataforma se había detenido definitivamente. El peligro ya había pasado: contra todo pronóstico, habían regresado de una pieza al otro lado. El enorme grupo de HaFunos que había cruzado el continente sobre esa plataforma comenzó a abandonarla ordenadamente, tan pronto abrieron los portones de la pasarela. Muchos de ellos enseguida emprendieron el vuelo, despejando la zona en tiempo récord. Ahora, lejos del peligro que suponía aquél nimbo cargado, pese a seguir empapados, estaban mucho más animados, y charlaban los unos con los otros a voces, entre risas, recordando lo cerca que habían estado de ser engullidos por él.

            Desde la rampa no paraban de llegar HaFunos y más HaFunos, aunque ahora ya no había colas, y cada vez eran menos los que alcanzaban la superficie. Måe ayudó a Lia y a su abuelo Tyn a tirar de la carreta para despejar la plataforma. Visto lo visto, aquella jornada no venderían una sola madeja en Ictaria. Habían sido muy madrugadores, e incluso habían empezado a montar su puesto ambulante en el mercado, pero se habían visto en la obligación de recular cuando empezó a llover con fuerza, y a duras penas habían conseguido salir indemnes, por lo cual se consideraban incluso afortunados.

            La joven HaFuna vio a Tahora custodiando el acceso a la plataforma, mientras ella bromeaba con Lia, ahora mucho más relajada. Incluso se molestó en saludarla, segura de que les había reconocido, pero la HaFuna la ignoró por completo. Måe siguió tirando de la viga, aligerando considerablemente el peso a Lia. Su abuelo la empujaba con fuerza desde atrás. Al parecer, Tahora estaba especialmente atareada esa mañana. Todavía quedaban algunos HaFunos insensatos que ignoraban el peligro que les esperaba en el otro extremo del Hoyo, y ella trataba, con mayor o menor fortuna, de hacerles entrar en la cabeza que no les dejaría acceder ni a la plataforma ni a la rampa, no hasta que mejorasen las condiciones climatológicas al otro lado del Hoyo.

Tan pronto la plataforma se vació por completo, otro de los trabajadores la puso de nuevo en funcionamiento, con el noble propósito de cargar más HaFunos en el otro extremo. El hecho que les dejasen hacer uso del Hoyo indiscriminadamente, sin cobrarles una sola cuenta, dadas las circunstancias, le resultó especialmente llamativo a Måe. La joven HaFuna se preguntó si los operarios de los ascensores estarían haciendo lo mismo, o si por el contrario prohibirían el paso a los HaFunos desesperados por huir del peligroso nimbo. De algún modo se imaginó con claridad meridiana la respuesta a esa duda, y no le gustó lo más mínimo.

            Ya se habían apartado de la muchedumbre cuando Lia frenó el avance de la carreta. Se dirigió a la joven HaFuna.

LIA – ¿Y qué vas a hacer ahora, bonita?

MÅE – Pues no sé… volveré a casa, a recuperarme del susto.

LIA – ¡De eso nada! Todavía estás empapada, Måe. Si te pones a volar ahora, vas a enfermar.

            La joven HaFuna echó un vistazo a su túnica, todavía calada, que descansaba sobre el banco delantero de la carreta. Su furo piloso se había secado un poco, pero aún estaba apelmazado dentro de la toalla que la hilandera le había prestado. A esas alturas ya había dejado de tiritar, pero Lia estaba en lo cierto: no era buena idea ponerse a volar con el furo mojado, y menos a un lugar tan lejano como la isla del molino.

LIA – Te vienes con nosotros. Te secas bien, y… aprovechas para comer algo.

MÅE – Pero… no quiero resultar una molestia, Lia.

LIA – ¿Pero qué tonterías dices?

MÅE – No os quiero entretener. Tendréis trabajo, o… cosas por hacer.

LIA – Sí, vender nuestro material, pero tal y como están las cosas ahí arriba… casi mejor nos tomamos la jornada libre. ¿Verdad, abuelo?

            Tyn asintió, algo ausente, con una sonrisilla dibujada en el rostro. Se había acabado su pipa de té, y parecía mirar en derredor, cuanto lo único que hacía era intentar detectar de dónde venían todas las voces de los HaFunos que circulaban a lado y lado de la carreta, esquivándola de mala gana por las calles sin adoquinar. Allá abajo jamás llovía, y el suelo estaba reseco y quebradizo, cosa que facilitaba los tropiezos.

LIA – ¡Sí! Y así podemos aprovechar para enseñarte la Factoría. ¡Está aquí al lado! No tardamos nada en llegar.

Måe pensó en volver al molino y seguir preparándose para sus exámenes, pero la mera idea le pareció aborrecible. Estaba convencida que ya no podía absorber nada más de información. Si ya estaba preparada esa jornada para afrontarse a los exámenes, también lo estaría la siguiente.

LIA – ¿No dices que han suspendido las clases? Ya no te vendrá de ahí. ¿Qué me dices?

            La joven HaFuna respiró hondo y mostró una bonita sonrisa a su amiga. Finalmente asintió. Lia estalló de júbilo, se apartó de su lado de la viga y corrió a abrazarla. Algún que otro HaFuno se las quedó mirando, con cara de pocos amigos, mientras ambas daban saltitos abrazadas la una a la otra.

LIA – No sabes qué feliz me haces. ¡Abuelo! ¿Todavía queda embutido de queso, del que hacían las mamas?

TYN – Sí. Aún queda un poco en la fresquera.

LIA – Ya verás, Måe, ¡te vas a chupar los dedos!

            De no haber estado acompañada, Måe se hubiera sentido bastante más incómoda en el camino. La arquitectura de la cara inferior del continente era francamente caótica, hecha de los materiales más bastos y sin en apariencia interés alguno por la estética. Los recurrentes cambios de rasante hacían que transportar la carreta por las calles resultase francamente complicado e incluso incómodo. Pese a que en esos momentos la Torre Ambarina estuviese en unas coordenadas muy lejanas, Måe no podía parar de mirar hacia arriba, temiendo encontrársela en cualquier momento. La sensación de tener a Ictæria encima de sus cabezas, paseando por esas callejuelas tan estrechas, le estaba resultando claustrofóbica. Le daba la impresión que fuese a caérseles encima de un momento a otro, aplastándoles irremediablemente. Por fortuna, la dulce y sosegada voz de Lia la ayudó y mucho a apaciguar su espíritu.

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