094

Publicado: 23 agosto, 2022 en Sin categoría

94

Måe cosía la túnica de Bim en el sillón, junto a Snï, ayudándose de la luz que el fuego fatuo le ofrecía. Lo hacía de manera mecánica e instintiva, mientras le explicaba ilusionada a Eco cuanto había acaecido en su jornada, al tiempo que éste fregaba los cacharros de la cena que acababan de tomar. El calorcillo y el crepitar de las llamas en la chimenea hacía de aquél momento todavía más especial, más en una noche tan fría. Las buenas noticias no abundaban últimamente, pero parecían haberse puesto de acuerdo para iluminarles a ambos al mismo tiempo.

El HaFuno cuernilampiño había llegado algo más tarde que ella al molino, y para entonces la cena ya estaba humeando. Venía cansado, pero con idéntica intención de compartir con ella cuanto bueno había ocurrido en su jornada. No obstante, la había visto tan excitada y emocionada por comunicarle sus propias vivencias, que había preferido dejar libre su excitada verborrea. Después de cuán triste y derrotada la había encontrado desde que comenzase el curso, se sentía francamente satisfecho por descubrir que la joven HaFuna había encontrado finalmente unos amigos con los que compartir su tiempo. Sus inicios en la Universidad tampoco habían sido sencillos, dado su origen humilde, por lo que aún empatizaba más con su relato.

            Eco había estado rumiando todo el trayecto de vuelta al molino el modo cómo explicarle a Måe que debería ausentarse unas jornadas para comenzar su nueva etapa como mensajero en el gremio. Ambos sabían que eso ocurriría más tarde o más temprano, pero por algún motivo habían obviado hablar de ello desde que llegaran a la capital. Consciente que desvelárselo en esos momentos la entristecería, prefirió aguardar hasta la jornada siguiente. Verla tan radiante y sonriente era todo cuando él necesitaba para sentirse también mejor, y no quería estropearlo.

MÅE – ¿No habías oído hablar de él?

ECO – Ahora que lo dices… algo… algo me suena. Pero pensaba que era una cosa interna, privada. Que… no podía utilizarlo cualquiera.

MÅE – No, no. Es público. Me lo dijo Lia. Lo puede utilizar todo el mundo.

ECO – Pero sólo lo utilizan quienes viven abajo, ¿no es cierto?

MÅE – Bueno… sí. Y… es más barato que usar un ascensor. Es diez veces más grande, y… no es un edificio. Es… sólo el agujero en el suelo, y tiene como un… como un gazebo enorme, encima. Para dar sombra, o… por si llueve, supongo. Está todo hecho de madera y cerámica. Es muy bonito. Te gustaría.

ECO – ¿Y a dónde lleva?

MÅE – A mitad de una plaza bastante grande. No está muy lejos del ascensor que suelo coger para ir a la Universidad. A la que he alzado el vuelo, enseguida me he orientado.

ECO – ¿Y quieres decir que es seguro?

MÅE – ¡Que sí! Lia y su abuelo lo cogen todas las jornadas. Da menos traqueteos que el ascensor, y… al llegar a la mitad, ¡no te das ni cuenta cuando da la vuelta! No es como en el ascensor, que se te revuelve el estómago.

            Eco colocó el plato en la encimera y se secó las manos con un trapo, antes de dirigirse hacia la sala, donde la joven HaFuna seguía cosiendo la túnica.

ECO – No me fío mucho, la verdad. No sé si es buena idea que vayas sola por ahí. Prefiero que sigas utilizando el ascensor.

MÅE – ¡Que no! Hazme caso, ¡es muy seguro! Es menos… glamuroso que un ascensor, pero es que… ¡es lo mismo! Pero es más barato. ¿Tú sabes lo que he gastado, desde el inicio del curso, sólo en ascensores?

ECO – Lo que hayas necesitado, Måe. Y poco me parece. Que no me pides nunca, siempre te tengo que dar yo.

MÅE – Pero…

ECO – Vamos, que a partir de ahora quieres empezar a usar el Hoyo ese en vez de los ascensores, ¿o me equivoco?

            La joven HaFuna levantó la mirada de la túnica que estaba cosiendo. El descubrimiento del Hoyo la había trastocado bastante. Estaba muy ilusionada por saberse conocedora de un método de transporte más barato e igual de rápido que el que había estado utilizando hasta el momento, y no quería que Eco le prohibiese hacer uso de él.

ECO – Hagamos una cosa. Vamos juntos mañana. Y según yo vea, puedes utilizar el Hoyo ese a partir de entonces. ¿Te parece bien?

            Måe le aguantó la mirada unos instantes. No quería dar su brazo a torcer a ese respecto. Por más que a Eco le trajera sin cuidado si gastaba más o menos, ella detestaba despilfarrar los icos que éste ganaba trabajando. Aunque no había continuado insistiendo, seguía firmemente dispuesta a volverse autosuficiente, más tarde o más temprano. No quería ser una carga; ya no era una niña.

MÅE – Pero Eco…

ECO – No hay más que hablar.

            La joven HaFuna hinchó los carrillos. Snï dio una vuelta sobre sí mismo.

ECO – ¿Te queda mucho?

MÅE – Qué va. Ya estoy. Sólo estoy reforzando un poco más los puntos por los que se le rompió, por si vuelve a pegar un tirón parecido, que aguante. De hecho, ahora estoy cosiendo el hombro contrario. El que estaba roto ya lo he dejado bien. Ni se nota.

ECO – Es que tengo un poco de sueño… Hoy ha sido una jornada muy larga.

MÅE – Ay, es verdad. ¿Será posible? ¡No te he preguntado nada! ¿Qué tal te ha ido?

ECO – Mucho mejor, la verdad. Hoy he hecho mi primera entrega.

MÅE – ¡Ya era hora! ¿Y qué tal ha ido? ¡Cuéntamelo todo!

ECO – Mejor hablamos mañana, que estoy un poco cansado, ¿vale?

MÅE – Faltaría más. Mañana me cuentas. Descansa, Eco.

            El HaFuno cuernilampiño se acercó hasta Måe, y rozó con suavidad su mejilla con la de ella. Acto seguido se dirigió hacia las escaleras que le llevarían a su cuarto, en el ático del molino. La joven HaFuna se quedó a solas con Snï, que no había dejado de prestar atención a sus hábiles manos desde que comenzase a remendar la túnica. Susurró a su amigo ígneo, mientras miraba hacia el ático, donde el HaFuno cuernilampiño acomodaba la cama para echarse a dormir.

MÅE – Eco dirá lo que quiera, pero a partir de ahora voy a utilizar el Hoyo para ir a clase. Así además podré encontrarme con Lia de vez en cuando. Alguna jornada te la presentaré. Te encantará.

            El pequeño fuego fatuo chispeó, contento. Últimamente pasaba tanto tiempo solo en casa, que para él, compartir un rato con Måe, aunque éste fuera breve, era el mejor de los regalos.

Deja un comentario