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Publicado: 19 julio, 2021 en Sin categoría

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Unamåe posó la palma de su mano sobre aquella gran y oscura roca. Kurgoa la observaba con el hocico entreabierto. En la porción de roca que había bajo la punta de sus dedos empezaron a formarse minúsculos cristales de hielo. Al mismo tiempo, su furo comenzó a emitir un ligero vapor, enfatizado visualmente por la luz del sol que la bañaba, en un cielo verde sin mácula. Aún estaba bastante mojada del baño que se habían dado, pero no tardaría en secarse.

            Unamåe hizo un gesto a su amiga con la mano libre, y ésta se acercó. Entonces la abrazó. Kurgoa sintió el calor radiando del cuerpo de Unamåe. Una extraña sensación se apoderó de su propio cuerpo al entrar en contacto con el de ella; se trataba de un cosquilleo agradable. Ambas se mantuvieron así un rato más, en silencio, tan solo notando la respiración de la otra, y el trinar de algún que otro bichejo.

            Esa roca había estado al sol mucho tiempo y estaba muy caliente. Unamåe se había limitado a transferir ese calor a su propio cuerpo. En consecuencia, la roca había comenzado a enfriarse, y el agua que hasta entonces había empapado su furo y el de Kurgoa, azuzado por el calor, se había empezado a evaporar.

KURGOA – Haces que parezca fácil, Måe.

UNAMÅE – ¡Pero si es sencillísimo! ¿Quieres probarlo? Este no cuesta mucho.

KURGOA – No, no. Yo ya he asumido que no es lo mío.

UNAMÅE – ¿Seguro? No es tan tarde…

Kurgoa negó con la cabeza, esbozando una sonrisa amable. No era la primera vez que su amiga trataba de enseñarle alguno de aquellos trucos que Eco le había enseñado a ella tan pronto comenzaron a crecerle las astas. Unamåe le había insistido mucho durante aquella primera etapa, haciendo que Kurgoa llegase incluso a frustrarse, dada su prácticamente nula capacidad para imitarla. Ese era el mayor don que poseían los HaFunos, pero no todos tenían la misma facilidad para llevarlo a término.

En el pasado, Eco había formado parte del gremio de taumaturgos. Lamentablemente, ese don estaba estrechamente vinculado a la cornamenta que tenían los HaFunos en lo alto de la cabeza, y al peder Eco la suya, había perdido también dicha habilidad. Él mismo contaba que los mejores curanderos de Ictaria se la habían tenido que cortar para salvar su vida, pues se había infectado con una rarísima enfermedad que corrompía y consumía todo cuanto tocaba, y de no haberla extirpado a tiempo, habría acabado devorando su cuerpo entero y reclamando su vida.

Pero todo eso ocurrió antes incluso que Unamåe naciese; ella jamás había visto la cornamenta de Eco. A partir de ese momento, había perdido el don de la taumaturgia, pero no por ello todo el conocimiento que había adquirido con el paso de los años. Tan pronto las astas de la pequeña Unamåe habían comenzado a despuntar, éste empezó a instruirla. Pero ella aún era muy joven, y tan solo podía efectuar los trucos más básicos. Aún así, era algo con lo que disfrutaba mucho.

Finalmente secas, se separaron. Kurgoa se sintió aliviada al notar cómo aquél extraño cosquilleo finalmente remitía. Posó la mano sobre la porción de roca donde había descansado la de Unamåe, pero tuvo que apartarla rápidamente. La superficie se había helado, formando algo parecido a una irregular estrella de cuatro puntas, de las cuales se extendían innumerables ramificaciones heladas que el sol enseguida comenzó a derretir. Ambas comenzaron a vestirse. Para sorpresa de Unamåe, fue Kurgoa la que rompió el silencio.

KURGOA – ¿No estás nerviosa?

            Unamåe sonrió, mientras se calzaba una bota, sentada sobre un tronco seco.

UNAMÅE – Un poco, no te voy a engañar.

KURGOA – ¡Yo no pienso en otra cosa! ¿Y si… y si nos meten en un gremio que no nos gusta?

            Unamåe negó con la cabeza. Estaba igual de preocupada que Kurgoa, pero se veía en la obligación de tranquilizarla, aunque lo que realmente pretendiese fuese tranquilizarse a sí misma.

UNAMÅE – No les llaman pensadores por cometer errores. Ellos saben lo que hacen.

KURGOA – Ya, pero…

UNAMÅE – Seguro que te asignan algo que te encanta, Goa.

            Kurgoa miró hacia el verde cielo, al tiempo que una isla flotante provocaba un pequeño eclipse.

UNAMÅE – Mira a tus madres. Una es cocinera y la otra constructora, ¿y no les gusta lo que hacen?

KURGOA – Si, no, pero… Ellas… tenían muy claro lo que querían hacer, y… ¡tuvieron suerte!

UNAMÅE – No creo que sea cuestión de suerte. Ellos… nos llevan viendo desde que éramos cachorrillos. Debe hacer más de un ciclo que saben lo que nos van a decir mañana. Y… seguro que te asignan un gremio que te encanta. Ingeniera o… constructora, como tu madre. ¿No te gustaría eso?

            Kurgoa acabó de vestirse en silencio, mientras reflexionaba.

KURGOA – ¿Tú crees que te meterán en el gremio de hilanderos?

UNAMÅE – Yo, sinceramente, prefiero no hacerme ilusiones. ¡Lo que tenga que ser, será!

KURGOA – Yo lo único que espero es que nos metan en un gremio que se enseñe en Hedonia. ¡O a las dos en el mismo! ¿Te imaginas?

            Unamåe se acercó a su amiga, y frotó su mejilla con la de ella. El estómago de Kurgoa rugió, delatando que su dueña estaba hambrienta.

UNAMÅE – Anda, vámonos ya, que al final vamos a llegar tarde, y esta vez no va a ser por culpa mía.

Kurgoa asintió, esbozando una sonrisa. Se dirigieron hacia una gran explanada que había frente al lago y comenzaron a correr. Kurgoa inició una cuenta hacia atrás en voz alta, a medida que alcanzaban velocidad, y cuando llegó a cero, ambas se inclinaron hacia delante y dieron un fuerte salto, elevándose en el aire. Eso fue más que suficiente para romper la atracción de la isla y comenzar a volar libremente, con rumbo de vuelta a Hedonia.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    Me está encantando esta presentación del mundo y de los personajes, espero seguir sumergiéndome en este mundo fantástico para seguir la historia de estos jóvenes HaFunos 🙂

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