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Publicado: 24 octubre, 2023 en Sin categoría

El cobrizo furo del dorso de la mano de Nåk se mecía como si estuviera siendo azotado por una ligera corriente de brisa, pese a que en el interior de la cantina no corría ni una pizca de aire. La bruna pluma de moghilla se mantenía suspendida sobre su mano, prácticamente estática, como si pendiera de un cordel invisible. Ese era un día lluvioso, frío y ventoso, y todas las puertas y ventanas que daban al gran patio interior de la Universidad estaban concienzudamente cerradas para mantener dentro el calor.

La aprendiza de ingeniera le hizo un gesto a Måe y ésta asintió, muy atenta a la pluma. Se concentró, tratando de abstraerse del jaleo que había formado en la gran sala. Colocándola con la palma hacia arriba, posicionó su mano sobre la de su amiga. Notó un agradable cosquilleo, delator del prodigio que ésta estaba llevando a cabo. Un nuevo intercambio de miradas cómplice invitó a Nåk a cortar su prodigio. Apartó lentamente su mano de la de Måe. La joven HaFuna consiguió mantener la pluma en suspensión unos instantes, con una sonrisa que apenas le cabía en el hocico, antes que ésta cayese irremediablemente a la palma de su mano.

NÅK – ¡Lo has hecho muy bien!

MÅE – ¿Pero qué dices? Si no ha tardado nada en caérseme.

RHA – Ese es un prodigio avanzado, Måe. Lo has hecho genial. Créeme, sé de lo que hablo.

NÅK – Enséñale tu truco, Rha.

            La HaFuna de furo trigueño tostado se ruborizó ligeramente, mientras negaba categóricamente con la cabeza, mirando a su amiga y compañera de disciplina.

RHA – Quita, quita.

MÅE – Venga, va, sí. Por favor. ¡Yo quiero verlo!

            El brillo inocente de los ojos de Måe hizo que se rindiera sin ofrecer resistencia. Rha tomó una de las bandejas vacías y la colocó sobre su mano. Respiró hondo, concentrándose. La bandeja enseguida comenzó a levitar. Daba la impresión que estuviese llevando a término aquél prodigio sin el más mínimo esfuerzo, aunque realmente no era así. Nada más lejos de la realidad. Cuando la bandeja hubo adquirido suficiente altura, Rha golpeó una de sus esquinas. Ésta rodó y rodó sobre sí misma, mientras se mantenía suspendida en el aire. Algunos HaFunos de otras mesas la miraban, curiosos; ella se moría de vergüenza. No obstante, tan solo ver la expresión prendada e idólatra de la joven HaFuna fue suficiente para cerciorarse que hacerlo no había sido un error.

MÅE – Me tienes que enseñar a hacer eso.

NÅK – Si supieras la de veces que se la cayó la bandeja al suelo antes de conseguir hacerlo bien…

RHA – Más de las que sería capaz de reconocer en público.

BIM – Alguna incluso la rompiste, si no me falla la memoria.

            Rha le sacó la lengua a Bim. Éste le correspondió guiñándole un ojo. La rotación de la bandeja fue ralentizándose, hasta que quedó de nuevo estática sobre la mano de Rha. Entonces ésta la tomó de una de sus esquinas con la otra mano y la colocó con delicadeza de nuevo sobre la mesa.

NÅK – ¿De qué tenéis la práctica, hoy?

MÅE – De sanación.

            Tac estaba enfrascado en la lectura de un grueso tomo que trataba de infecciones y no les estaba prestando demasiada atención. Levantó la mirada un instante al escuchar mentar su disciplina, asintió, y volvió a concentrarse en sus estudios sin siquiera mediar palabra. Era un HaFuno muy aplicado. Demasiado incluso, para el gusto de sus amigos.

BIM – ¿Y todavía no habéis empezado las clases de artes bélicas?

MÅE – ¡Qué va! Teníamos que empezar ayer, pero… nos volvieron a cambiar la clase por una de naturología.

            Bim puso los ojos en blanco, al tiempo que chasqueaba la lengua.

NÅK – Y hoy, porque ha empezado a llover tarde, que si no, os la cambian también.

RHA – A Åta no le tiembla la mano para mandar a paseo ni al mismísimo Tül.

BIM – Una contienda entre esos dos, eso sí que me gustaría verlo.

            La joven HaFuna echó un vistazo por encima de su hombro, hacia la mesa donde comían juntos los profesores, ataviados con sus níveas túnicas. Había oído muchas advertencias sobre Tül, el profesor de artes bélicas. A primer golpe de vista, tan viejo y delgado, no parecía un HaFuno especialmente intimidador. Pero ella era consciente que la taumaturgia no tenía absolutamente nada que ver con eso. Un HaFuno fuerte y joven podía perfectamente ser mucho peor taumaturgo que un anciano, o un HaFuno tullido. La taumaturgia era un don que trascendía a lo físico; era algo mucho más complejo y elevado.

TAC – ¿Y ya tienes alguna idea de qué disciplina escogerás al final del curso?

            Måe se disponía a responder al HaFuno de las lentes redondas cuando Bim se le adelantó, dando un fuerte golpe en la mesa.

BIM – No le preguntes a la chiquilla esas cosas, si todavía no las ha practicado todas.

MÅE – Si os tengo que ser sincera, todavía no tengo ni la más remota idea.

BIM – Pues la de artes bélicas te va a encantar. ¡Eso es taumaturgia de verdad y lo demás son tonterías!

            Los demás pusieron los ojos en blanco. Bim era un acérrimo defensor de su disciplina, y ellos hacía mucho tiempo que habían desistido de llevarle la contraria. La joven HaFuna prefirió callarse su animadversión hacia esa disciplina en particular. Idolatraba a Bim, pero estaba cargada de prejuicios y tenía serias dudas que fuese a disfrutarla como las demás.

MÅE – De momento, me gustan todas por igual.

NÅK – ¿En serio?

MÅE – Todas tienen… algo especial. Estoy disfrutando mucho las clases prácticas, la verdad.

RHA – Yo recuerdo con mucho cariño también esa etapa…

NÅK – ¡Ni que hiciera diez ciclos que vestíamos nosotras la túnica negra! No somos tan viejas.

RHA – No, pero… tú ya me entiendes. Descubrir todas las disciplinas desde cero… las primeras prácticas…

BIM – Tú siempre has sido una romántica empedernida.

Rha sonrió. El tañer de las campanas de la espadaña dio por concluida la llamada para la comida y la conversación. Måe se levantó de su asiento, se despidió de sus amigos y fue a recoger su bandeja. Al despedirse amablemente de la HaFuna que servía la comida, se giró y descubrió a Una mirándola de soslayo. Ésta enseguida giró la cara y siguió adelante, hacia la salida de la cantina, acompañada por otra media docena de HaFunas ataviadas con idéntica túnica negra.

No era la primera vez esa jornada que la descubría mirándola, y le sorprendió considerablemente, más estando Uli tan cerca. Ella siempre era especialmente celosa en presencia del hijo pequeño del Gobernador, pero esa jornada parecía dispuesta a hacer una excepción. Ello avivó la curiosidad de la joven HaFuna, pues desde la última libranza, Una había seguido actuando como si no la conociera de nada, azuzada por la presión social.

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